“Caifás era el que había aconsejado a los judíos que era preferible que muriera un solo hombre por el pueblo”, leemos en el libro de Juan (18:14) y la cita parece referirnos que aquel religioso judío tomaba la decisión de sacrificar a Jesús, uno de los suyos, por el bienestar del resto del pueblo israelita. Y eso podría parecer una razón justificable y hasta cierto punto, sabia.
Pero, ¿qué movía en realidad a aquel hombre? ¿Era su motivación verdaderamente interesada en proteger a los suyos?
Otros pasajes nos hablan de la irritación que los religiosos sentían por la popularidad de Jesús y porque sus predicaciones no hablaban de las religiosidad con la que ellos se empeñaban en sujetar al pueblo, sino de una relación de amor con Dios.
La voluntad de aquel grupo de dirigentes religiosos judíos era que Jesús muriera para acabar con el problema.
Paralelamente, otra Voluntad estaba dando curso a la historia en la vida de Jesús, una con motivaciones y razones muy distintas, fundabas en un verdadero amor y con miras, también, a resolver un enorme problema: la muerte eterna de los humanos.
Probablemente, cuando Cristo expiró en aquella cruz, Caifás, Anás y el resto del sanedrín, reunidos se congratularon por haber logrado su cometido. A su entender, su voluntad había prevalecido, sin imaginar que no había sido su voluntad sino la de Dios y Jesús mismo la que había llevado todo a ese fin. Ellos, que se creyeron los autores intelectuales, no fueron más que instrumentos del verdadero Autor, Dios.
¿Cuántas veces no he pensado que estoy en manos de gente que, con sus decisiones, maneja mi futuro? Y, ¿cuántas veces más, yo misma, me he creído capaz de forjar mi destino?
No sé qué estarás viviendo ahora, pero, ¿quién crees que está dirigiendo el cauce de tu vida?. . . ¡Piénsalo bien!
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