viernes, 5 de octubre de 2012

"¿De qué me sirve?"


Cuando leo los encarnizados mensajes de algunos amigos ateos o agnósticos, me detengo y, yo misma, cuestiono mi fe: ¿De qué me sirve creer en Dios?
Cuando se me agotan las opciones y me rebasan las circunstancias, tengo a Quien pedir consejo.
Cuando la tentación de opinar o dar un consejo quiere seducirme, tengo a Quien pedirle sabiduría para callar.
Cuando otros me pisotean o me lastiman, tengo a Alguien que me entiende y me alienta a perdonar.
Cuando ya no encuentro el camino, tengo a Quien promete ser luz para mis pasos.
Cuando la fatiga es mucha, tengo a Quien toma mis cargas y las lleva en hombros.
Cuando los tiempos de desengaño me llegan, tengo a Quien me recuerda que sólo es bueno confiar en Él.
Cuando la incertidumbre me paraliza, tengo a Quien me asegura que todo, en Sus manos, lo usará para mi bien.
Cuando mi intelecto, en mis aciertos, quiere encumbrarme como el centro del universo, tengo a Quien me muestra mi verdadera dimensión con tan sólo mirar las estrellas.
Cuando miro la naturaleza y sus maravillas, tengo Quien me susurra al oído que todo lo ha preparado para mí.
Cuando me rechazan y me aseguran que soy una fracasada, tengo Quien me recuerda lo que valgo y soy para Él.
Y, cuando me angustio por sentir que  mi tiempo se agota, Él me recuerda que, por Su Hijo, mi tiempo es eterno.
Tal vez jamás logre hacer comprender a mis amigos, los que no creen en Dios, que Él los ama pero, por más que se esfuercen, jamás me convencerán de que deje de creer que Él es Dios y que me ama.

lunes, 1 de octubre de 2012

"A quemarropa"


¿Cuántas veces habremos declarado, los cristianos entusiastas, estar listos para ser perseguidos en el nombre de Jesucristo?
En mi caso, creo que he perdido la cuenta y, confieso, no sabía lo que esto implicaba. Porque, una cosa es leer en los blogs y periódicos las tragedias que vive la gente en países en donde su fe en Cristo es un delito y otra, muy distinta, vivir los ataques a quemarropa.
Me bastó el leer de gente cercana calificativos como: mocha, puritanos de basura (edito la expresión original para no ofender al lector) e hipócrita, para entender el sentimiento al rechazo en mi propia piel. Y, puedo asegurar, ¡duele y mucho!
El costo de hacer las cosas distintas a como el mundo sin fe promueve es, en el mejor de los casos, recibir insultos y ser borrado de la lista de relaciones elegidas por algunas personas. Para otros, la osadía de vivir conforme a sus creencias les cuesta la vida.
Mientras me sobaba el alma por el dolor que me causó el ataque, Dios espió mi corazón y envió un mensaje, uno corto y sustancioso a través de la maravilla tecnológica:
“Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes.” Mateo 5:11-12.
¿Qué me gustaría que estas ofensas no se dieran? ¡Por supuesto! Pero, ¿Qué valen la pena por ser quien soy en Cristo? ¡NI DUDARLO! Así que, ¡venga, que aquí encontrarán la otra mejilla!

domingo, 2 de septiembre de 2012

"Pregunta"


Los días fáciles parecen escasearse a últimas fechas. Hoy, contra lo que se ha convertido en una tradición personal, no tengo el entusiasmo que normalmente me invade los domingos.
Muy por el contrario, mi corazón está sumergido en un clima nublado de desesperanza y de tristeza. Y, si mi circunstancia no me empujara a moverme, aún yacería en mi cama y me forzaría a cerrar los ojos para no ver el sol.
Mi rutina, trastocada por el desánimo, también excluyó mi lectura diaria de la Biblia. Y entonces me pregunto, ¿estará el Señor enojado por ello?
Comienzo a tratar de imaginarlo y lo pienso al lado mío. Él también parece silencioso o ¿acaso será que yo lo he callado entre las pastas de mi Biblia? Lo observo con ojos cerrados y puedo sentir Su presencia y Él puede sentir mi pesadumbre.
Lágrimas se abren paso entre mis párpados y aprieto los labios. Ahora Él es el que me observa, lo sé y no hay reproche en su mirada. Su voz es un largo y quieto silencio.
No, estoy segura, Él no se ha enojado porque necesito silencio. Jesús es mi amigo y, ¿no fue Él quien nos dijo que “lloráramos con el que llora y nos gozáramos con el que goza”?
Me siento triste y Él se entristece conmigo. Tal vez no habrá lectura bíblica el día de hoy pero, respondiendo mi pregunta, me digo convencida: Sé qué Él me acompaña, me comprende y calla junto a mí.

jueves, 30 de agosto de 2012

"Sutil diferencia"


Cuando observo la manera en que la gente se conduce frente a los monarcas de naciones que aún conservan esas figuras reales en su estructura socio política, puedo percibir reverencia y un gran respeto incluso cuando son familiares directos y cercanos. Los nietos de la reina, por ejemplo, quienes seguramente conviven en la intimidad de los muros como cualquier familia, muestran una actitud reverente en otros entornos.
Y esas imágenes, aunadas a la lectura del libro de Ezequiel, me obligan a reflexionar sobre el fenómeno que ocurre entre nosotros los cristianos quienes, al haber recibido la oferta de cercanía de Dios, perdemos de vista Su grandeza y lo convertimos en un dios pequeño, casi a nuestra estatura.
Mi conclusión es simple pues, ¿acaso nos atreveríamos a desobedecer, ignorar y hasta retar al Dios Todopoderoso si mantuviéramos en mente quién es Él?
Los capítulos de libro del profeta Ezequiel, con sus advertencias y consignas, me han hecho redimensionar al Dios al que hablo y oro todos los días. Él, con todo su poder, hizo desaparecer pueblos enteros y es capaz de cumplir todas sus amenazas contra el pueblo que se rebeló flagrantemente. Lejos de la imagen del Dios amoroso y perdonador, se levanta en esos pasajes Aquel que ha sido herido y traicionado. El Dios que está listo a descargar su ira y acabar con las abominaciones de aquellos que perdieron de vista que Él es el Creador de cielo y tierra.
Me ha bastado leer y releer la severidad de la voz de Dios para recordar que, por una Gracia que llegamos a confundir como debilidad, es que nosotros no recibimos la paga que por nuestras acciones deberíamos recibir y que la cercanía la convirtamos en irreverencia.
No es grata una lectura que habla de consecuencias duras por la traición y desobediencia pero, tengo que reconocer, nunca está demás el recordatorio sobre la magnificencia y dimensión de nuestro Dios. Tal vez ahora, cuidando no pasar la sutil raya de la reverencia, pueda devolverle el honor, respeto y temor que Él merece.

martes, 28 de agosto de 2012

"Inútil"


La experiencia de vivir en medio de una familia de no creyentes, en una cosa puedo asegurar, resulta común a todos y es la idea de que “es inútil hablarles de Cristo”.
Bajo el argumento de que “Nadie es profeta en su propia tierra”, callamos y nos manejamos con discreción suficiente para no “incomodar” a los que nos rodean. Porque, ¿quién se quiere convertir en el pariente incómodo? Y la estrategia de prudencia, confieso, resulta muy conveniente o, al menos, lo fue hasta que releí el tercer capítulo de Ezequiel.
El profeta, elegido por Dios, recibe una visión bajo el poder del Espíritu Santo y es enviado, no a pueblos ajenos y de lengua extraña, ¡sino a su propio pueblo! Y con el Espíritu guiándole, experimeta indignación y amargura al ver su entorno pecaminoso con los ojos de Dios. (versículo 14)
Mi memoria me recordó las tantas cosas que ocurren en el seno de mi familia, muchas de las cuales son opuestas abiertamente a lo que Dios marca como correcto. Y lo más cercano a la indignación y amargura de Ezequiel que yo he vivido, se reduce a momentos de ojos críticos y un silencio sustentado en la convicción de que, en su momento, Dios lidiará con ellos.
Pero hoy, el pasaje del capítulo 3, ha refrescado las verdaderas fórmulas y no las cómodas versiones en las que me he instalado.
Primero, debo estar alerta y no acostumbrarme a la vida pecaminosa, aceptándola como correcta.
Segundo, Dios puede pedirme que testifique incluso entre los míos, mi familia más cercana. 
Tercero, nunca es inútil hablarle a alguien porque, si así fuera, ¿acaso Dios habría dicho a Ezequiel en el versículo 11: “háblales y diles, escuchen o dejen de escuchar”? Dios sabía que Israel era un pueblo rebelde al igual que sabe que nosotros lo somos y, sin embargo, nos pide, como su pueblo, que vayamos y divulguemos Su Evangelio.
Esta porción de la Biblia resulta por demás confrontante pero, una última cosa, reta a mi atención: Dios pega la lengua de Ezequiel para que observe pero le advierte que, cuando Él le hable, hablará a los israelitas. Y, ¿cómo le habló Dios al profeta para instruirlo y revelarle en cada ocasión anterior? ¡A través de Su Espíritu!
Me llega entonces el momento de la verdad: ¿Estoy viviendo buscando escuchar la voz y dirección de Su Espíritu a cada momento del día?
Tal vez, de toda la enseñanza de la lectura, sea esto, lo que más deba pensar.

martes, 12 de junio de 2012

"El 37"


Una de las lecciones más difíciles por las que hemos pasado, mi esposo y yo, ha sido la de apretar los puños para contener nuestro deseo de devolver el golpe y responder a la traición, dejando el trabajo a Dios.
Afortunadamente, desde la primera prueba, nos salió al paso el versículo 34 del libro 37 de los Salmos en donde Dios nos alertó: “Pero tú, espera en el Señor, y vive según Su voluntad, que él te exaltará para que heredes la tierra. Cuando los malvados sean destruidos, tú lo verás con tus propios ojos”.
A pesar de que la instrucción era clara, confieso, el dejar pasar las oportunidades para hacer mal al agresor fue un acto de obediencia mayúsculo pues, a pesar de todo, las circunstancias nos dejaron abiertas posibilidades para devolver el daño. Y, encima de todo, Dios ordenaba ¡esperar! 
Las consecuencias de la traición vivida se sintieron con gran severidad en los siguientes meses y, una y otra vez, resurgía ese sentimiento de enojo contra nuestros verdugos, por lo que casi a diario nos recordábamos el versículo para remachar el mensaje.
Y, como siempre, el tiempo pasó y logramos esperar hasta recibir la noticia que confirmaba el cumplimiento de la promesa: Aquel que había fraguado el plan y mentido en nuestra contra, había sido despedido de la empresa, sorprendiéndonos no sólo a nosotros, sino a él mismo, que se pensaba recubierto de la seguridad que entonces perdía.
A decir verdad, fue difícil no sentir una alegría por ver la caída del enemigo y buscamos el perdón por los pensamientos. Pero algo fue inevitable y fue reconocer que, Dios había cumplido cabal y puntualmente lo prometido. 
Entonces, nuestra fe y confianza en Él crecieron y la certeza de que la Biblia, Su Palabra, eran ciertas.
(Continuará. . .)

jueves, 22 de marzo de 2012

"¡Fraude! o ¿Fraude?"

Algunas semanas atrás, al darme cuenta de que me era indispensable iniciar alguna rutina que incluyera algo de ejercicio, compré dos DVD´s de dos reconocidas especializas en ejercicios aeróbicos a ritmo de danza, para hacerlo en casa y en el momento más oportuno.
La portada de los dos materiales garantizaba que, con 15 minutos diarios de baile dirigido, recuperaría la condición física y mejoraría el aspecto de zonas específicas de mi cuerpo. Así que, cuando leí la garantía de resultados y el precio, sin dudarlo, los compré.
Hoy, después de más de un mes, me miro al espejo y noto que esa acumulación adiposa en mi vientre sigue redondeándolo y que mis brazos no han recuperado tonicidad, tampoco.  "Pero recuerdo claramente haber leído en las cajas de los DVD´s que esas zonas serían las primeras en mostrar los resultados", pensé. Ahora, me siento engañada y concluyo que ¡es un fraude!
Igualmente, he escuchado gente que, después de un tiempo de haber aceptado a Jesús como guía de su vida, concluye que, el cristianismo, no funciona y que su vida sigue igual a como era antes de tomar esa decisión. Y, aunque aceptan que la Biblia contiene sabiduría y es inspirada por Dios, no notan ningún cambio.
Por cierto, ¿Mencioné desde que compré los DVD´s para ejercitarme aún no les quito la envoltura?. . . ¿Será que, aunque la gente lee la Biblia, aún no quitan la envoltura a sus verdades y promesas para usarlas?
Bueno. . . sólo pensaba un rato. 

viernes, 16 de marzo de 2012

"¡Cuidado!"

Aunque muchos recomiendan leer la Biblia iniciando con el Nuevo Testamento, yo he encontrado que la secuencia cronológica, que inicia en Génesis, me da una visión muy distinta y me ayuda a entender como el hombre ha ido “entendiendo”, si es válida la aseveración, a Dios y como ha ido cambiando su relación con Él a lo largo del tiempo.
Y, más importante aún, descubro que Dios tiene memoria, que escucha y que considera las actuaciones, peticiones y necesidades de los seres humanos.
Semanas atrás, en Éxodo y Números, Moisés funcionaba como líder de los judíos y ahora, en Deuteronomio, Dios mismo les recuerda y dice en el versículo 16 del capítulo 18: “Esto es conforme a todo lo que pediste al Señor tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: “No vuelva yo a oír la voz del Señor mi Dios, no vuelva a ver este gran fuego, no sea que muera”.
El tiempo al que se refiere es el momento en el que los israelitas, en lugar de aceptar una invitación para encontrarse con Dios, le piden que haya un intermediario entre ellos y Él. La solicitud, nos muestra Deuteronomio, es escuchada y atendida.
Aunque la petición misma amerita una reflexión en particular, una campanada de atención me invita a pensar que, ¡debemos tener cuidado con lo que pedimos!, porque Dios, sin duda, está escuchando.
Ante esta conclusión, pienso, la oración toma una nueva dimensión y requiere un tratamiento distinto. Tal vez los creyentes hemos confundido el acceso a Dios de manera directa y constante, con una descuidada forma de pedir Su intervención y su atención.
Desde hoy, me propongo recordar, ¡Cuidado con lo que pides!

martes, 13 de marzo de 2012

"Victoria express"

Después de leer la recapitulación que Moisés hace en los primeros capítulos de Deuteronomio, me pregunto: ¿Eran necesarios 40 años para llegar a la tierra prometida?
Y es que, intercalados en los pasajes de esa parte de la historia de los judíos, puedo ver con claridad el poderío de Dios quien deja claro, a través de sus prodigios, que no tiene barrera alguna para hacer lo que está en su Voluntad y sus propósitos. Entonces, ¿para qué esas guerras perdidas y esos años de peregrinar en un desierto difícil de sobrevivir?
Cierto es que ni el alimento ni la ropa eran problema y, a pesar de las ansiedades de los israelitas, no podían declararse perdidos porque, Dios, jamás dejó de estar presente para guiarlos. Pero, ¿no hubiera podido ahorrarles algo de las penurias de vivir como nómadas?
Es cuando llego a ese momento de la reflexión que encuentro la justificación a la fórmula que Dios utilizó. Para llegar a establecerse y vivir en una tierra de abundancia, era importante que los israelitas pudieran conocerse de cuerpo entero y reconocer cada una de sus debilidades, sus móviles internos, su ingratitud y su verdadera naturaleza. Algo que, a fin de cuentas, se revela en los momentos en que ellos se quejan, se rebelan a Dios, son infieles y vuelven a la idolatría, una y otra vez, antes de confiar en Él.
Cuando pienso en nosotros, los cristianos modernos, nos veo orando siempre por bienestar, desalentándonos cuando la respuesta a nuestra petición no llega y volvemos a ídolos que nos resuelvan lo que Dios, en apariencia, no puede resolvernos. Nos enrolamos en hiperactividad en el trabajo para lograr llegar a la tierra de la bonanza o buscamos con desesperación, en la pareja, la estabilidad y confort antes de acercarnos a Dios para sentir la paz anhelada. El trabajo, las relaciones, las diversiones, el dinero y tantas cosas son los ídolos con los que somos infieles a Dios.
Así que, si pienso en los judíos errantes por 40 años, es como pensar en nosotros los cristianos que tampoco entendemos que, la libertad de nuestro opresor “egipcio”, la muerte, también nos fue dada a través de Cristo y, que las pruebas de nuestro peregrinar por la vida, son para mostrarnos lo que llevamos dentro y para que podamos corregirlo.
Y concluyo que, para los cristianos como para los judíos, en esta vida, no hay victorias express. 

domingo, 26 de febrero de 2012

"¿Sólo agua?"

“¡Lluvia! Los diques recuperan nivel, los ríos se ven caudalosos como hace mucho tiempo y, la lechuga, se malogró. ¡Demasiada agua! Pero la albahaca crece feliz... Espero llegar a cosechar algunas chauchas...”, leí en el muro de una amiga y, en un intento de clasificar su comentario, descubrí que la “noticia”, no era buena ni mala sino. . . ¡Las dos!
Pero, ¿acaso no eso es una tendencia muy de los seres humanos? Con mucha frecuencia, tratamos de aplanar los eventos para hacerlos entrar en la ranura de una clasificación única cuando, en realidad, la misma situación depende de quien la está viviendo.
El ejemplo más obvio es el dinero, al que tendemos a pensar como una “bendición”, algo que siempre es bienvenido y que de forma absoluta entra en el género de “las cosas buenas”. Pero, ¿no es un exceso de dinero lo que, con demasiada frecuencia, aleja a la gente de Dios? Es como esa “demasiada agua” que malogró la lechuga. Mientras, ese mismo dinero para unos misioneros, es como ver aumentar los caudales de los ríos que les permitirán navegar más lejos o cosechar más albahacas.
A fin de cuentas, el dinero, como tantas cosas, no es ni bueno ni malo sino, lo que hacemos con él o el momento en que llega, es lo que mostrará la verdadera razón de su presencia en nuestra vida. 
Así que, cuando Dios disponga algo que no sólo nos afecte a nosotros sino también a lo que nos rodea, pensemos en esa lluvia pues, no sabemos, tal vez, estará ayudando a ver crecer el nivel de los diques en la vida de otra persona aunque, en la nuestra, parezca que está malogrando las lechugas.

"Relaciones difíciles"

En cuanto la gente ve el tamaño de Lorenzo, además de sentirse cautivada por sus ojos azules, preguntan si no es difícil mantener a un animal de su tamaño y, contra lo que todos asumen, a últimas fechas, me encuentro con la dificultad de convencerlo para que coma.
Y es que, mi grandulón, inició una etapa de inapetencia o, al menos al principio, así lo pensé.
Sin importar el esmero, variedad o calidad de los alimentos que pusiera frente a él, la actitud resultó la misma: ¡No, gracias! Así que, a los pocos días de tanta negativa, mi perro adolescente comenzó a perder peso y verse desganado.
Antes de lograr la victoria, para variar, mi existencia se complicó con el segundo evento de cirugía en la familia y mis ausencias se alargaron y nuestras caminatas disminuyeron. Y Lorenzo, con cara triste, continuó rechazando cualquier platillo, por más aromático y exquisito que pareciera. Para rematar, un viaje de cuatro días, me obligó a dejarlo a cargo de un familiar. ¿El resultado? Un perro que, a pesar de los mejores intentos, se mantuvo en ayuno voluntario por dos días consecutivos.
Ahora, las cosas en casa están volviendo a lo más parecido a la “normalidad” y, Lorenzo y yo, hemos empezado a tener un poco más de tiempo para caminar y acompañarnos. Y, con un poco de paz, he comenzado a observar un cambio en él. Si me mantengo a su lado al momento de comer, lo hace con más gusto y hasta termina su dotación.
Entonces recordé a mi madre. ¿Acaso no se anima cuando yo la acompaño, a pesar de su prolongada estancia en el hospital? Sí, pude recordar el cambio en su semblante cada vez que entro a la habitación y descubrí que, hasta el tono de su voz, se alegra.
A ella, al igual que a Lorenzo, no le gusta la soledad.
Así que, si ahora alguien me preguntara, por enésima vez, si no es difícil tener a un Gran Danés, tal vez voltearía y le preguntaría a Lorenzo: ¿Es difícil vivir con alguien como yo, Lorenzo? Y estoy segura que, hasta con la más benevolente de sus respuestas, lo escucharía decir: ¡Es difícil es vivir con alguien que, sin ton ni son, aparece o se va!
Lorenzo, como siempre, me has hecho pensar y comprender a los demás, los que me rodean y me cuestiono: ¿Cómo se sienten al vivir junto a alguien. . .como yo? 

viernes, 24 de febrero de 2012

"Libre. . . al fin"

En estos días, ¡todos hablan de Whitney!
Y las opiniones son tan diversas. Algunos comentarios, cargados de juicio, la desechan, señalándola como la mujer que desperdició su vida y que recibió lo que merecía. Otras, suavizadas por una mirada más humana, lamentan el suplicio vivido en su matrimonio, lleno de eventos tormentosos. Pero, a fin de cuentas, la historia de la talentosa cantante fue motivo de crítica en unos y reflexión, en otros.
No siendo muy asidua a seguir las noticias del espectáculo, me fui enterando por diferentes fuentes de su origen y su historia. 
El inicio, una niña que cantaba en la iglesia protestante de su comunidad. La trama, la fama y un esposo que la inicia en las drogas de las que, sin importar con cuanto afán, no se logró librar. El final, la cantante que, abiertamente, habla del amor de Cristo y canta la canción que, muy probablemente, aprendió en la escuela dominical: “Jesús me ama”. 
Ver la escena que precedió a su muerte, entonando la conocida letra que habla del amor de nuestro Salvador, me sembró una idea.
¿Acaso no todos tenemos un “algo” que nos jala hacia la desobediencia y nos aleja de Dios? Tal vez, el adicto al trabajo, parezca menos condenable. O el que lucha con la pornografía, cada vez que se acerca una pantalla. Y, no puedo borrar de la lista: la ira, la gula, la mentira, la holgazanería, el sexo, el egoísmo, el miedo, el alcohol, la religiosidad y, las posibilidades, son interminables.
Para Whitney, todos sabemos, fueron las drogas y me pregunto, ¿acaso el tiempo que estamos lejos, caídos, es lo que define nuestra salvación? ¿Soy yo la única que alcanza a escuchar a esa mujer declarando públicamente su confianza en Jesús? ¿No nace en nadie más la idea de que, tal vez, el corto tiempo desde que entonó su último canto hasta su muerte, fue un acto de inmensa misericordia de Dios? ¿Podría ser que Dios, conociendo su calvario, diera fin al tormento que la azotaba en vida, para llevarla a su encuentro, al lugar de paz y descanso que por Gracia le había prometido?
La muerte, casi por definición, la juzgamos como algo malo y, si se da en las circunstancias tan trágicas como las de Whitney, tendemos a pensar que es “el castigo merecido”. Pero, creyendo en la Gracia, en la Salvación y en la fidelidad de Dios en sus promesas, me inclino a pensar, con alivio, que fue un regalo de Dios para hacer de Whitney, finalmente, una mujer libre.

martes, 14 de febrero de 2012

"Regresando las páginas"

¿Alguien, alguna vez, se ha detenido y preguntado a Dios: Qué hago aquí?
Para quien tiene, como yo, la persistente costumbre de buscar la dirección de Dios hasta en las decisiones más pequeñas, aparecer en medio de una situación inesperada e incongruente con mis peticiones diarias, es algo difícil de entender. Y, eso, es lo que ha detonado mi pregunta, ¡más de una vez!
Pero, cuando releo los capítulos del libro de Éxodo y me detengo en los renglones en los que el autor describe como Dios guía al pueblo de Israel a través del desierto, -con una nube y una columna de fuego, de día y de noche-, la interrogante comienza a aclararse.
Si Dios, de manera explícita, los iba llevando a cada parada en el camino, ¿cómo es que el pueblo hebreo terminó en un lugar sin agua? Ocioso es recordar que, Dios, no duerme ni se distrae. Así que, sólo nos queda una conclusión posible: Por una razón importante, Él los condujo a ese derrotero. . . un desolado espacio en el desierto, seco y sin alimento.
Probablemente nosotros, al tratar de evadir Sus razones, buscamos todas las respuestas que nos ayuden a explicarnos el “porqué” de nuestra estancia en una circunstancia de dificultad, sin aceptar que, también, esa “parada en el camino” y aunque no nos guste, Él la ha planeó para nosotros por un motivo específico.
Es curioso como, sólo después de varias veces de leer el mismo libro de la Biblia, pude descubrir la clave para responder a una pregunta tan frecuente: ¿Señor, porqué a mí y porqué aquí?

viernes, 10 de febrero de 2012

"Radical"

Es cierto. No vivo en un país musulmán ni recibo amenazas de muerte por mi fe. Puedo acudir a mi congregación y alabar a Dios a todo pulmón. Mi Biblia es casi ignorada si alguien se topa con ella sobre mi mesa de noche y, en la parte trasera de mi auto, con orgullo luzco un pequeño pez que me identifica como cristiana.
Aun así, aunque no lo crean, también padezco de persecución.
Baste con sugerir como normas de conducta los diez mandamientos para que, sin tardanza, me clasifiquen como “fanática religiosa”.
Lo extraño es que, para los que me conocen de hace mucho tiempo, los recuerdos de aquel tiempo en que me prestaban total atención y, hasta me pagaban para que les hiciera predicciones astrales, han quedado borrados. Tiempos en que jamás cuestionaron ni mi moral ni mi honestidad. Los mismos que, ahora, levantan el dedo para descalificarme por mis pronunciamientos sobre la moral que Dios marca. ¿Cómo entender que aceptaran mi palabra como cierta y ahora desechen la de Dios? Es incomprensible.
Pero, es una realidad. Para quienes queremos sostener una postura en contra del pecado, surge un rechazo inmediato pues nuestras “opiniones” estorban. Antes de dar una oportunidad de revisar las consecuencias que han recaído en la sociedad por la devastación moral, prefieren convertirnos en ejemplos de obsolescencia y anacronismo.
Por eso, esta noche, tengo ganas de gritar a los cuatro vientos que, mil veces vivir el ostracismo y la crítica, a vivir una vida negando, que Dios, tiene razón. Elijo, como una libre pensadora, usar esa libertad para revisar sus mandamientos, sus ordenanzas para mí y acatarlas. Me rehúso, abiertamente, a dejarme convencer con banderas de falsas conveniencias personales.
Sí, soy creyente y moriré siendo fiel a Dios. Sí, con total convicción seguiré viviendo conforme a lo que algunos califican de “mandamientos radicales”. Y, sí, prefiero ser señalada y descalificada por mi “moral anticuada”, a vivir con el dolor de haberle fallado a mi Señor Jesús.

jueves, 9 de febrero de 2012

"Simple"

Cuando abrigué la fe en Cristo, una de mis grandes interrogantes fue: Si Dios conoce mis necesidades, ¿para qué espera a que yo le pida para dármelo?
Al leer el pasaje (Éxodo, capítulo 17, versículo 12) donde Moisés, mientras los israelitas combaten a Amalec, debe sostener su vara en alto para que su pueblo prevalezca en la batalla, encuentro una pista.
Cuando Moisés, que ya era en aquel entonces un hombre mayor y se cansaba, no sólo tuvo que sentarse en una piedra sino ser ayudado por Hur y Aarón que sostuvieron sus brazos agotados a lo largo de la batalla.
Es obvio que Dios no hubiera requerido de Moisés para dar la victoria a los hebreos. Si lo pensamos como el Dios infinitamente poderoso que es, bastaba su Voluntad de hacer desaparecer a los enemigos para que entonces sucediera. Pero, al igual que ahora, Dios estaba abriendo oportunidades de participación y que, a través de esa imagen, quedara muy claro a los dirigentes que debían aprender a darse apoyo mutuamente. Lo que ahora, los cristianos modernos, entendemos como “ayudarnos a cargar nuestras cargas”.
El ejemplo, además, parece un ejercicio al estilo de la escuela de Montessori, buscando el aprendizaje mostrando de lo concreto a lo abstracto. Y la enseñanza es simple: Si obedeces levantando el báculo, yo te bendigo con la victoria. Te sales de mi instrucción clara, simple y específica, no te bendigo pues, siendo un Dios justo, ¿cómo violar mis propias reglas?
No puedo evitar sentir un poco las ganas de reírme de mí misma, al pensar en las veces que, conociendo la ordenanza, la ignoro y a pesar de eso, espero la bendición de Dios.
Esta vez, no hay mucho que pensar ante una lección tan simple y clara.

martes, 7 de febrero de 2012

"Lo de hoy"

Las miradas de desaprobación y hasta de compasión rodean a una madre que, con vanos intentos para lograr aplacar a su hijo, va ofreciendo dulces y juguetes para evitar su rabieta a mitad del almacén. Algunos calificarán de errada la conducta de la mujer y otros, observando al niño, seguramente lo llamarán caprichoso o manipulador.
Esta escena, tan frecuentemente vista en nuestra sociedad, se ha extendido a otros lugares y a gente de muchas edades. Pero, curiosamente, hace muchos cientos de años, la mismo ocurría entre los hijos de Israel en su peregrinar por el desierto.
Los recién liberados hebreos, a cada paso, reclamaban a sus dirigentes aun cuando, sin falta, recibían alimento del cielo, nadie quedaba sin amparo ni alimento, su ropa no se gastaba y eran guiados por Dios de forma evidente. ¿Qué más necesitaban?
Creo que la respuesta, sin mucho buscar, la tenemos como parte de nuestra propia historia. Al menos, en la mía, tengo la certeza de que he comido, dormido, calzado y vestido, con decoro y hasta holgura, todos los días. Mi esposo, mis hijos y mis nietos pueden asegurar lo mismo. Y, sin embargo, cuando reviso mis peticiones a Dios, voy encontrando implícita una queja muy parecida a la de aquellos israelitas.
A la hora de pedir al Señor, internamente, tengo la expectativa de que, como esa madre en el almacén, Él me conceda todo lo pedido. Y, en mis peores momentos, he llegado a enojarme cuando su respuesta es “no”. ¿Será que espero manipular la Voluntad del Señor con mis rabietas?
¿Qué me hace padecer y quejarme, entonces? Pensándolo un poco, creo que es una combinación de tres cosas: ingratitud, al no reconocer todo lo que Él me da; egoísmo pues, en el fondo, todavía creo que todo me lo merezco y, ceguera, al dejar de ver mi verdadera condición arropada de bendiciones.

jueves, 2 de febrero de 2012

"¿Pobre faraón?"

Pocos serán los que, evitando le juicio de primera intención, no clasifiquen al faraón de Egipto, en los tiempos de Moisés, como necio, absurdo, egoísta y rebelde. Y, es que su constante respuesta oponiéndose a la instrucción que Dios le daba, a través de lo Aarón y Moisés, cae al colmo del absurdo si nos enteramos de que las plagas y calamidades para el pueblo eran terribles.
Aunque por momentos, el jerarca egipcio parecía entrar en razón y someterse a Dios, a quien pedía misericordia por intercesión de Moisés, bastaba que el mal desapareciera para volver a su postura original: ¡No dejaré ir a los hebreos!
Los israelitas, después de ver ocurrir varias plagas, comienzan a ver que Dios está detrás de la actuación de Moisés y, es para ellos confirmación, que queden libres de los males que aquejan a los que no son parte de Su pueblo. Aquellas quejas que elevan en contra de Aarón y Moisés, que leemos cuando las jornadas se hacen más pesadas por instrucciones del faraón, empiezan a desvanecerse y, su confianza en Moisés y en Dios, resurge.
Faraón es, en estos capítulos de Éxodo, el villano, las víctimas son los hebreos y los héroes, además de Dios, Moisés y Aarón. Al final de la historia, el enemigo de Dios y los hebreos, el faraón, es derrotado y humillado. ¡Pobre faraón! Muerto a consecuencia de su orgullo y rebeldía.
Lo curioso es que, aunque es muy claro su rol en la historia, ese ciclo pernicioso de: rebelarse, sufrir las consecuencias, buscar la misericordia de Dios, ofrecer obedecer y dejar en el olvido la promesa para volver a la rebeldía cuando el mal ha desaparecido, me parece muy familiar. Porque, ¿acaso no hacemos nosotros, muchas veces, lo mismo?
Nos empeñamos en hacer las cosas a nuestra manera, a pesar de saber lo que Dios nos dice al respecto. Y, cuando nos vemos atrapados por consecuencias dolorosas, corremos a buscar la ayuda del Señor y hasta osamos ofrecer cambiar nuestra conducta, sólo para volver a las andadas a nuestras antiguas formas de vivir cuando la vida vuelve a estar en calma.
Así que, pensándolo bien, realmente puedo decir. . . ¿Pobre faraón, tan soberbio y tan rebelde? O debería decir lo mismo de. . . mí.

lunes, 30 de enero de 2012

"Dos caminos"

“¡Yo no hice nada para que me echaran en la cárcel!”, explica, José, al copero y el panadero encarcelados por el faraón.
El énfasis de su declaración me lleva a sacar cuentas de todos los años que, José, había vivido en un cautiverio que inicia por la envidia y maldad de los hermanos. Sumado esa historia de injusticia, la lascivia de la esposa de su dueño, Potifar, lo envía a prisión. Sus principios y lealtad le cuestan el precario estatus de libertad y, para colmo, ni el motivo de su gratitud, su amo, lo reconoce.
¿Cómo reaccionar ante tantos eventos sin sentido y tan llenos de injusticia?
Cuando reviso, veo la mansedumbre con que acude y decide servir al Faraón. Y, en el momento en que Dios parece acomodar las circunstancias para que descargue un justificado deseo de venganza, al final, acoge a sus hermanos a quienes ha perdonado y los hace partícipes de la posición privilegiada que le da ser el segundo en mando después del faraón.
José, en algún o en muchos momentos, tiene dos caminos para vivir y enfrentar la circunstancia: amargado o aceptante. Y, por lo que  ocurre en los últimos diez capítulos del libro de Génesis, descubro que opta por aceptar y responder con bondad.
No por su actitud puedo ignorar lo que ha sentido. Basta leer el nombre de sus dos hijos para recordarlo: Manasés, que significa “Dios ha hecho que me olvide de todos mis problemas, y de mi casa paterna” y Efraín, “Dios me ha hecho fecundo en esta tierra donde he sufrido”.
El hijo favorito de Jacob, José, caminó con rectitud y bondad a pesar de los problemas, injusticia y sufrimiento. No aceptó la opción de la amargura y la venganza, a pesar de tener motivos para ellos. Un ejemplo anticipado e ideal para lo que después, en el nuevo testamento, encontraremos: “Devolved bien por mal”.
¿Qué hizo que José no se hundiera en la desesperación y se entregara al odio? ¿Acaso su fe y certeza de que, el destino, está en manos de Dios lo libró de la venganza? ¿Cuándo empezó a confiar en Dios como autor de su vida? La historia no nos lo cuenta pero, sus conclusiones, me dicen que así fue.

jueves, 26 de enero de 2012

"La voz"

Jacob, a partir del capítulo 37 de Génesis, pasa a segundo plano y permite a José, hijo que tiene con Raquel, entrar en escena y no de la mejor manera.
Aunque es el favorito del padre, lo que trae la antipatía de sus 11 hermanos, con sus sueños irrita a todos en la familia. Su “lealtad” al padre, a quien cuenta las malas conductas de sus hermanos, tampoco lo hace más popular y se convierte, de hecho, en algo que marcará su historia de desventura y, que inicia, al ser arrojado a un pozo y vendido como esclavo por ellos.
Y, otra vez, Jacob es engañado por los suyos cuando le hacen creer que, José, ha sido devorado por las fieras. Una tragedia, sin duda, pero se suma a la que vive Rubén, el mismo que antes mancilló el lecho de su padre cuando se acuesta con su concubina Bilha, y quien parece haber recobrado la conciencia.
En un intento por detener la iniciativa de los hermanos de acabar con José, les propone echarlo a una cisterna en el desierto con el secreto plan de volver por él más tarde. Los hermanos aceptan pero, fuera de su vista, éstos lo venden a unos mercaderes que encuentran a su paso.
Su voz, la única entre los 11 hermanos, intentó detener lo que terminaría en tragedia familiar. Se levantó para oponerse pero, aparentemente, no con la suficiente firmeza para impedir el plan. Todos contra uno y fue vencido. Por segunda vez, como primogénito, falla a su padre Jacob. Debe vivir con ese remordimiento y el peso de la secreta mentira.
Veo a Rubén y nos miro en él a muchos de nosotros, cristianos, intentando con poca convicción y firmeza levantarnos contra la mayoría que se oponen a las cosas de Dios. A veces, levantamos la voz pero, tan dubitativa y débil, que las tragedias como abortos, adulterios y tantas cosas que Dios dice que están mal, siguen ocurriendo a nuestro alrededor.
Nuestra sociedad, como Jacob, sufre las consecuencias de la maldad y, nuestra postura, muchas veces y tristemente, es como la de Rubén. Pero, ¿está registrado en nuestra conciencia o guardamos algún remordimiento? No lo sé. . . tendría que pensarlo.

miércoles, 25 de enero de 2012

"Tal vez, sólo yo"

Seguirle el paso a la historia de Jacob me es, por su intensidad, difícil y tortuoso.
En pocos capítulos, pasa de ser el joven usurpador al proyecto de patriarca y eslabón para los cimientos del pueblo judío con sus 12 descendientes y las tribus de Israel.
Su historia me hace recorrer una gama de emociones. Enojo por el engaño a su padre, pena al verlo partir dejando el hogar, esperanza por su momento de lucidez al reconocer a Dios y frustración cuando lo escucho que lo hace llamándolo “el Dios de mi padre”. La vergüenza me invade cuando, encima, condiciona el aceptarlo como su Dios a un desplegado de peticiones. Pero. . . ¿Acaso no hacemos muchos de nosotros lo mismo?
Confieso que, al leer los pasajes donde su suegro, Labán, va engañándolo y usando la bendición que Dios derrama a través de él, me acosa la indignación que, muy pronto, se convierte en alarma. ¿Fue esa una manera de enseñar a Jacob lo que se vive al estar al otro lado de la moneda, siendo el engañado? Entonces, reviso mi propia vida y oro pidiendo a Dios me muestre mis errores para enmendarlos. . . por la buena.
Muchas son las lecciones aprendidas para entonces: Vivir en carne propia el engaño y la mentira; el dolor que se siente; la fidelidad de Dios al rescatarlo del yugo de su suegro a través de sueños con las ovejas y cabras rayadas, dándole una salida; el valor para reclamar lo que es suyo, su familia y bienes en la certeza de que es legítimo su derecho; atreverse a dejar claro que, por encima de los ídolos, está Dios y los echa fuera de sus campamentos; y, más importante, ahora reconoce a Dios como su propio Dios.  
Entonces, ¡el clímax! El rencuentro de los hermanos peleados a muerte, por décadas, ahora como jefes de su propio clan, con un bagaje de vida y con un corazón más humilde y. . . quien sabe, tal vez, hasta más sabio.
Y, cuando llego a este momento de la historia, no puedo evitar hacerme la pregunta: ¿Era necesario que Jacob sufriera tantas penurias para llegar al mismo lugar de su partida, Canaán? ¿No pudo haberse ahorrado y evitado el sufrimiento a sus padres para llegar a aceptar a Dios en sus propios términos?
Me temo, que al igual que Jacob, nos es necesario vivir las penurias y consecuencias de nuestras decisiones. Sólo así, parece, vemos nuestra verdadera estatura humana y reconocemos la de Dios.

lunes, 23 de enero de 2012

"No todo es malo"

Como padres, a veces, hacemos pequeñas alianzas con alguno de los hijos al que sentimos más afín. Ya sea por un gusto en especial o por la forma como nos trata. Algo que pensamos inocuo y que, en algunos casos, termina con una división familiar muy dolorosa para todos. Eso, evidentemente, ocurrió en la familia de Isaac con sus hijos Esaú y Jacob.
La historia, que en nada se queda atrás con el melodrama más actual, va subiendo en intensidad cuando Rebeca, movida por ese favoritismo, induce a su hijo menor, Jacob, para que engañe al padre y reciba la bendición que corresponde a su primogénito, Esaú.
El rompimiento, cuando Esaú descubre del robo de la bendición, es total y Jacob debe huir. ¡Qué dolor para Isaac saberse engañado por su propio hijo! No sólo por el robo mismo, sino por el abuso de Jacob que ha tomado ventaja de las deficiencias físicas de su vejez: la ceguera. Y, aunque Isaac hace preguntas para cerciorarse de la identidad de Esaú, es engañado.
¿Por qué tantas preguntas?, pienso. Mi conclusión es que, a lo largo de su relación con Jacob, la confianza no ha sido cultivada. Esto es, ¡no se fía de Jacob, su propio hijo!
El mal está hecho y Jacob, ahora, es quien gozará de la bendición. El padre, siendo fiel y tomando muy en serio la bendición, se lamenta pero se mantiene firme. ¡Lo hecho, hecho está!
Una compasión enorme me surge por Isaac al ponerme en sus zapatos. Ciego, viejo y traicionado, no sólo por su hijo menor sino por su esposa, la cómplice. Cuanta tristeza saber que, cuando su vida llega casi al final, sus hijos se odian y uno ha jurado matar al otro. Y, para rematar, vivirá entre la esposa traicionera y dos nueras pendencieras. ¿Qué puede surgir de bueno en un corazón tan agobiado?
Es ahí donde, al leer que “Isaac llamó a Jacob, lo bendijo y le ordenó, diciendo: “No tomarás mujer de entre las hijas de Canáan. . . Y el Dios Todopoderoso te bendiga, te haga fecundo y te multiplique. . . Y te dé también la bendición de Abraham” (Génesis 28:1-4)”, veo al padre y su amor incondicional.
Esta vez, Isaac, no da a Jacob una bendición robada. Después de todo lo que el hijo ha hecho, este padre dolorido, traicionado y triste, confirma su bendición y lo despide hacia donde, él cree, será lo mejor para Jacob.
Entonces me pregunto: Cuando la rabia y la decepción, como padres, nos está rebasando, ¿somos capaces de seguir bendiciendo a nuestro hijo, a pesar de todo? Vale la pena pensarlo.

viernes, 20 de enero de 2012

"Dudas"

“Y él respondió: Señor Jehová, ¿en que conoceré que la he de heredar?”(Génesis 15:8), fue la pregunta que Abram hace a Dios cuando él le anuncia que le daría en posesión una gran extensión de tierra. Y, después de revisar múltiples versiones, confirmé el tono, casi inocente, de Abram.
Lejos de encubrir en su pregunta una duda sobre el Señor, su poder o soberanía, parece que su inseguridad estriba la duda sobre su incapacidad para reconocer las señales que le darían la dirección y tomar posesión de la tierra prometida.
Una confirmación,  en mi opinión, es que Dios, en lugar de reprocharle incredulidad, lo instruye en un extraño ritual y le revela un futuro que lo rebasa hasta por 400 años confirmándole, con un pacto, no sólo la heredad sino su descendencia.
Después observar a Abram, quien habla abiertamente a Dios sobre sus dudas, me siento alentada pues, al revisar la paciencia con la que el Señor trata de resolverlas, puedo pensar que Él comprende las mías. Porque, ¿cuántas veces no he vivido pidiendo Su confirmación cuando me debato de incertidumbre sobre mi futuro, mis decisiones y Su Voluntad?
Si voy a Él con reverencia, ahora cuento con la certeza de tener su comprensión.

miércoles, 18 de enero de 2012

"Dios de los absurdos"

¿Quién en su sano juicio haría lo que Abram? Él, cabeza de casa que, en esos tiempos, implicaba pueblos completos y que dependían de sus buenas o malas decisiones, se pinta a sí mismo como el rey de los absurdos.
Puedo imaginar lo que, los más cercanos a Abram, pudieron opinar cuando lo escucharon ofrecer a su sobrino elegir. ¿Y qué será de todos nosotros?, habrán dicho algunos. ¿Acaso no piensa en que toda su casa sufrirá las consecuencias de vivir en una tierra árida? ¡Qué absurdo!
Es fácil pensar en que pudo haber sido tachado de muchas cosas: egoísta, tonto o loco. Sus antecedentes tampoco le ayudaban pues, ¿no había sido este mismo personaje el que, de un día para otro y tal vez argumentando que Dios se lo pidió, tomó sus cosas y se fue de la casa de su padre sin un plan o destino definido?
La presión familiar, aún en nuestros días, puede ser algo de mucho peso para casi cualquier persona. Mantenerse en una decisión, cuando el entorno no ve la lógica en ella, es un acto que requiere una convicción férrea o una fe muy fuerte. Es ahí donde Abram refrenda la razón por la que Dios lo nombra “padre de la fe”.
Abram demuestra, una vez más, la certeza de que Dios hará con él lo que tiene planeado sin importar o depender de la tierra en que se plante. Si el Señor tenía planeado hacerlo prosperar, con o sin tierra fértil, igual lo haría. E incluso, si la prosperidad no fuera su destino, poco importaba si terminaba estableciéndose en un lugar floreciente.
Es entonces que confirmo que, el patriarca, tenía muy claro lo que significaba soberanía y no cabía en él la duda del poder de Dios.
Cuando me veo tratando de evitar circunstancias inciertas y escurriéndome para librarme de la dificultad, se abre aún más la brecha y la distancia entre la fe de Abram y mi propia fe. Y puedo comprender porqué, para Dios, los mártires y misioneros son sus predilectos, porque, ¿acaso no son ellos los que más se parecen a Abram?

martes, 17 de enero de 2012

"¿Derecha o izquierda?"

Capítulo 13 de Génesis y, aunque parece que Abram sigue siendo el estelar, yo me encuentro siguiendo a su sobrino, Lot.
El tío Abram, al menos a estas alturas de la historia, ya tiene varios aciertos y todos tienen que ver con la obediencia a Dios motivada por la fe. Ya dejó atrás la estabilidad que disfrutaba en la casa paterna y ya sobrevivió a la amenaza de ser aniquilado por tener una esposa hermosa, dejando atrás el episodio enriquecido e intacto. Aunque en mí queda la sensación de que, para asegurarme de que aprendió la lección, una disculpa o seña de arrepentimiento están faltando.
Pero, la vida continúa para Abram y entonces cede la atención a Lot. En un acto de generosidad, Abram le da la posibilidad de elegir en cual de los campos quiere establecerse y seguir con la prosperidad de que ambos gozaban pero, ahora, sin estorbarse.
Ahí es donde conecto con Lot y, esforzándome por evitar las respuestas religiosamente aceptadas, me pongo en sus zapatos justo antes de elegir.
¿Derecha o izquierda? Las opciones son opuestas y no sólo en su ubicación geográfica. Una representa la bonanza, la tierra fértil, los campos listos para que pasten las bestias. En resumen, la vida resuelta y la garantía de que, con esa tierra, las riquezas seguirían creciendo. La otra es la parte de la tierra que requiere trabajo y, no siendo tan obviamente fértil, se encuentra latente el riesgo de no producir lo suficiente y, que su gente y el ganado, no tengan lo necesario.
Cuando se está al otro lado de las páginas, leyendo, es fácil apoyar a Abram en su propuesta de permitir a Lot tomar la decisión y pensar que éste está tomando ventaja del amor del tío. Pero, siendo realistas y revisando mi propia vida, me doy cuenta de que imito mucho más a Lot que a Abram.
Sólo me basta escuchar mis oraciones en las que, una y otra vez, pido a Dios por un campo como el elegido por Lot, y me convenzo de que, a decir verdad, no estoy rogando por tener como futuro un campo que me implique incertidumbre, estrechez y mucho trabajo, así como no antepongo, tanto como debiera, el bienestar de otros sobre el mío propio.
Tal vez yo sea la única “Lot” confesa pero, sólo desde este hallazgo, puedo darme cuenta del mérito y ejemplo de nuestro amigo Abram. 

martes, 10 de enero de 2012

"A cada quien"

Por alguna razón, tendemos a buscar convertir la Voluntad de Dios en ecuaciones o reglas cuadradas. Cuando, desde el comienzo de la historia, Él nos muestra que trata a cada uno según su propio plan y necesidad.
Así encontramos que, en el pecado cometido por Eva y después por Adán y, con participación de la serpiente, Dios le va anunciando a cada uno el castigo por su falta.
Pero, olvidando esa primera lección, muchas veces nos atrevemos a sugerir o anticipar la condena a quienes descubrimos en el error y hacemos parecer que Dios tuviera un tabulador fijo para sancionar de manera idéntica a cada infractor.
Si bien es cierto que Dios señaló en los diez mandamientos aquellas reglas sobre las que debemos conducir nuestras acciones, la manera en que Dios nos reprenda o el momento en que lo haga dependerán sólo de Su tiempo y Voluntad.
Como padres de hijos adultos, cuando sólo nos queda ser observadores en los tiempos en que ellos viven olvidando los mandamientos de Dios, podemos confiar en que Él los hará volver al buen camino, a Su modo y a Su tiempo.

lunes, 9 de enero de 2012

"Eco"

¿Quién no habrá hecho eco, alguna vez, a los reclamos de Job?
Para quienes vivimos con la férrea creencia de que nuestra vida completa depende de Dios y su Voluntad, es casi inevitable, en momentos de sufrimiento y dificultad, levantar la voz con la pregunta: Señor Dios, ¿por qué a mí?
Y, aunque pueda sonar irreverente o hasta un juicio a la perfección de las decisiones de Dios, nuestra humanidad reclama respuestas cuando, esa Voluntad divina, parece no tener sentido ni encajar en nuestra comprensión.
Una cosa es saber “que los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros”, y otra, vivir con una aceptación incondicional de que, muchas veces, el Señor tiene en mente situaciones que nos parecen innecesarias por su tremendo dolor.
Job, según varios capítulos de su historia, repite y cuestiona la circunstancia de pérdida y devastación que Dios ha impuesto sobre su vida. Y, aunque la teoría respondería que peca al cuestionar al Creador en sus formas, en mi perspectiva, además de mostrar una gran honestidad y revelarme su real creencia sobre la existencia y soberanía de Dios, me muestra la convicción y su firme determinación de ser obediente y vivir sujeto a sus leyes.
Aunque muchos, cuando estamos sufriendo en mitad de las pruebas, nos pensamos como “pequeños Job”, me pregunto: ¿Podríamos también, como él, presentarnos ante Dios con una vida consagrada y honesta como la de él?
Al menos en mi caso, confieso, lejos estoy de poderme declarar inocente.

jueves, 5 de enero de 2012

"Razones con razón"

¿Acaso seré sólo yo la única que, al leer el inicio de Job, pensó que Dios no estaba tomando en serio la fidelidad del aquel hombre justo?
La manera en que Dios alterna con Satanás y va permitiéndole avanzar en los ataque contra un hombre inocente, confieso, me pareció irritante y hasta llegué a cuestionarme si tenía sentido el vivir en permanente cuidado de la rectitud, al igual que Job.
Pero, al llegar al versículo 25 del tercer capítulo, me surgió una nueva perspectiva. “Lo que siempre había temido me ocurrió; se hizo realidad lo que me horrorizaba”, dijo Job, ya sin familia, ni posesiones y con el cuerpo cubierto de llagas.
¿Era por temor, entonces, que Job hacía el bien y se purificaba constantemente? Con esa declaración, todo apunta a que, el móvil de aquel hombre, era el miedo a tener a Dios en su contra.
Recordando que el libro de Job es parte del Antiguo Testamento, los diez mandamientos entregados Moisés y la Ley judaica eran el código que regía a este varón. Eso incluía el mandamiento, “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Y, sin recurrir a complementos tomados del Nuevo Testamento que hablan del temor, llego a pensar que, Job, no era movido por el amor a Dios y era algo que él tal vez no había descubierto pero que Dios, sí.
Así es como, sabiendo que el Señor es el único que puede ver el corazón, comprendo que Él no usa a Job, su siervo fiel, como un juego o ensayo, sino que todo lo permite para hacer que Job lo conozca realmente. Y, ¿quién conociendo al Señor, íntimamente, puede no amarlo?
Pensándolo bien. . . Dios tenía buenas razones.

martes, 3 de enero de 2012

"Olvidado o callado"

Sólo tres capítulos han pasado en Génesis y, los descendientes de Adán y Eva, ¡han borrado a Dios del mapa de sus vidas!
Después de leer esos primeros pasajes donde Moisés nos relata como, disfrutando del Edén, Adán y Eva hablan y conviven con Dios abiertamente, descubrir que, al final de capítulo cuatro, puntualiza: “Por ese tiempo comenzaron los hombres a invocar el nombre del Señor”, es algo que me resulta difícil de entender.
¿Podría yo olvidar mis experiencias junto al mismísimo Dios en tan poco tiempo?  Si revisamos con cuidado la genealogía que nos describe, encontramos que Enós, hijo de Set, es nieto de Adán y Eva. ¡Sólo han pasado dos generaciones desde que ellos vivieran en el paraíso terrenal!
Buscando respuestas, una idea me viene a la mente. ¿No es acaso frecuente que, cuando hemos fallado a Dios y no nos arrepentimos para restaurar la comunión, dejamos hasta de mencionarlo? ¿Pudo haber ocurrido que, tras la partida del Edén,  los exiliados ya no hablaran de Dios a sus hijos para cubrir su desobediencia ante los ojos de ellos?
Obviamente, no tengo la respuesta pero algo me hace pensar este episodio: Que no importa cuanto tiempo y que tan cercana ha sido nuestra relación con Dios. Si después de pecar, en lugar de arrepentirnos de nuestro pecado, lo encubrimos, el silencio, muy pronto, nos alejará aún más de Él y, sin darnos cuenta, lo echaremos de nuestra vida.