jueves, 30 de agosto de 2012

"Sutil diferencia"


Cuando observo la manera en que la gente se conduce frente a los monarcas de naciones que aún conservan esas figuras reales en su estructura socio política, puedo percibir reverencia y un gran respeto incluso cuando son familiares directos y cercanos. Los nietos de la reina, por ejemplo, quienes seguramente conviven en la intimidad de los muros como cualquier familia, muestran una actitud reverente en otros entornos.
Y esas imágenes, aunadas a la lectura del libro de Ezequiel, me obligan a reflexionar sobre el fenómeno que ocurre entre nosotros los cristianos quienes, al haber recibido la oferta de cercanía de Dios, perdemos de vista Su grandeza y lo convertimos en un dios pequeño, casi a nuestra estatura.
Mi conclusión es simple pues, ¿acaso nos atreveríamos a desobedecer, ignorar y hasta retar al Dios Todopoderoso si mantuviéramos en mente quién es Él?
Los capítulos de libro del profeta Ezequiel, con sus advertencias y consignas, me han hecho redimensionar al Dios al que hablo y oro todos los días. Él, con todo su poder, hizo desaparecer pueblos enteros y es capaz de cumplir todas sus amenazas contra el pueblo que se rebeló flagrantemente. Lejos de la imagen del Dios amoroso y perdonador, se levanta en esos pasajes Aquel que ha sido herido y traicionado. El Dios que está listo a descargar su ira y acabar con las abominaciones de aquellos que perdieron de vista que Él es el Creador de cielo y tierra.
Me ha bastado leer y releer la severidad de la voz de Dios para recordar que, por una Gracia que llegamos a confundir como debilidad, es que nosotros no recibimos la paga que por nuestras acciones deberíamos recibir y que la cercanía la convirtamos en irreverencia.
No es grata una lectura que habla de consecuencias duras por la traición y desobediencia pero, tengo que reconocer, nunca está demás el recordatorio sobre la magnificencia y dimensión de nuestro Dios. Tal vez ahora, cuidando no pasar la sutil raya de la reverencia, pueda devolverle el honor, respeto y temor que Él merece.

martes, 28 de agosto de 2012

"Inútil"


La experiencia de vivir en medio de una familia de no creyentes, en una cosa puedo asegurar, resulta común a todos y es la idea de que “es inútil hablarles de Cristo”.
Bajo el argumento de que “Nadie es profeta en su propia tierra”, callamos y nos manejamos con discreción suficiente para no “incomodar” a los que nos rodean. Porque, ¿quién se quiere convertir en el pariente incómodo? Y la estrategia de prudencia, confieso, resulta muy conveniente o, al menos, lo fue hasta que releí el tercer capítulo de Ezequiel.
El profeta, elegido por Dios, recibe una visión bajo el poder del Espíritu Santo y es enviado, no a pueblos ajenos y de lengua extraña, ¡sino a su propio pueblo! Y con el Espíritu guiándole, experimeta indignación y amargura al ver su entorno pecaminoso con los ojos de Dios. (versículo 14)
Mi memoria me recordó las tantas cosas que ocurren en el seno de mi familia, muchas de las cuales son opuestas abiertamente a lo que Dios marca como correcto. Y lo más cercano a la indignación y amargura de Ezequiel que yo he vivido, se reduce a momentos de ojos críticos y un silencio sustentado en la convicción de que, en su momento, Dios lidiará con ellos.
Pero hoy, el pasaje del capítulo 3, ha refrescado las verdaderas fórmulas y no las cómodas versiones en las que me he instalado.
Primero, debo estar alerta y no acostumbrarme a la vida pecaminosa, aceptándola como correcta.
Segundo, Dios puede pedirme que testifique incluso entre los míos, mi familia más cercana. 
Tercero, nunca es inútil hablarle a alguien porque, si así fuera, ¿acaso Dios habría dicho a Ezequiel en el versículo 11: “háblales y diles, escuchen o dejen de escuchar”? Dios sabía que Israel era un pueblo rebelde al igual que sabe que nosotros lo somos y, sin embargo, nos pide, como su pueblo, que vayamos y divulguemos Su Evangelio.
Esta porción de la Biblia resulta por demás confrontante pero, una última cosa, reta a mi atención: Dios pega la lengua de Ezequiel para que observe pero le advierte que, cuando Él le hable, hablará a los israelitas. Y, ¿cómo le habló Dios al profeta para instruirlo y revelarle en cada ocasión anterior? ¡A través de Su Espíritu!
Me llega entonces el momento de la verdad: ¿Estoy viviendo buscando escuchar la voz y dirección de Su Espíritu a cada momento del día?
Tal vez, de toda la enseñanza de la lectura, sea esto, lo que más deba pensar.