lunes, 18 de abril de 2011

"Título"

Cuando vamos de viaje, un sólo pensamiento puede marcar la diferencia sobre nuestra forma de vivir el trayecto: nuestro destino.
No es lo mismo un viaje cuyo fin es el encuentro con un cliente que nos espera con una queja sobre la calidad de un producto que nosotros le vendimos, a que aquel que hacemos para reunirnos con la hermana que no hemos visto en mucho tiempo. Nuestro ánimo, nuestras expectativas y la forma en que viviremos el tiempo de traslado es definido por lo que nos espera al final del camino.
Si, como una agencia de viajes, tuviera que dar un título al viaje por la vida de todo creyente, muy probablemente la llamaría “Camino al cielo” porque, a fin de cuentas, ese es el destino final de todos los creemos en la salvación que Cristo , con su muerte, nos aseguró.
Y, uno de los últimos anuncios que Jesús hizo antes de volver junto a Dios Padre, me hace reflexionar sobre el lugar al que finalmente llegaremos y me recuerda que la vida es tan sólo un tiempo de tránsito mientras llegamos a él: “En la casa de mi padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2).
¿No sería, entonces, suficiente motivo de aliento y alegría en los momentos de prueba el saber dónde será nuestra morada final? ¿Acaso una estancia eterna junto a Dios no es suficiente razón para vivir el recorrido temporal por esta tierra con esperanza y la correcta perspectiva?
Sin negar el derecho de reconocer el dolor que las tribulaciones nos hacen sentir, me cuestiono, ¿realmente creo que el cielo y una vida junto a Dios es mi destino? Tú. . . ¿lo crees verdaderamente?. . . ¡Piénsalo bien!

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