martes, 24 de mayo de 2011

"Entre sueños"

Como en un sueño las imágenes comienzan a empalmarse y me atrapan en la realidad. Los recuerdos de la gravedad de mi hija aún están frescos y se hilvanan con lo que intelectualmente vive en mi mente. La ensoñación me devuelve al pasado y tengo que observar, muy a mi pesar. . .
Mi hija yace sobre una cama. ¿El diagnóstico? Riesgo de infección en la columna vertebral y el cerebro, incluso, posible muerte de avanzar rápidamente. Si se detiene la purulenta sustancia que invade su cuerpo, sus miembros podrían quedar permanentemente inhabilitados. ¿Y Cristo?, dice la voz. Él yacía en la cruz de espaldas mientras sus miembros eran traspasados por clavos y a cada golpe el dolor era aún más intenso.
Todo inició con un dolor de cabeza insoportable, tan terrible, que el simple movimiento de levantar el mentón la hacía llorar con desesperación. ¿Y Cristo?, preguntó nuevamente la voz. Él llevaba una corona de espinas que, entre mofas, enterraron clavando cada afilada espina. Su frente, sus sienes, la cabeza toda sangraba de cada perforación.
Mientras mi hija sobrelleva el dolor, permanezco sentada a los pies de su cama orando con desesperación a Dios, mi Padre y ruego por su vida, por su salud, por el fin del sufrimiento. ¿Y Cristo?, escucho nuevamente. Él veía, desde la cruz, a su madre llorar y orar a Dios por Él. Seguramente, pidiendo también por el fin del sufrimiento de su hijo.
Después de muchos días, mi hija salió del hospital. El milagro ocurrió y, fuera de la herida por la cirugía y su rehabilitación, en cuestión de tiempo estaría lista para continuar una vida sana, normal y tomar su lugar en la vida de sus hijos, de nuestra familia. ¿Y Cristo?. . . Él sí murió después de tanto padecer. Él tuvo que vivir la separación de su Padre para bajar al inframundo. Él llevó todo el pecado sobre sí y expiró colgado, solitario, de aquel madero. Pero, al tercer día, también ocurrió el milagro más grande jamás visto: Volvió al seno de su familia, Su Padre en el cielo y tomó Su lugar junto a Él.
Y, también por Él, muchos de nosotros ahora gozamos de una familia inmensa y fabulosa: la familia de Cristo.
La remembranza aún me duele pero creo ahora entiendo mejor el sacrificio de Jesús, el dolor del Padre y el valor de la familia a la que ahora pertenezco.
Has escuchado mi historia y seguro te ha conmovido. Y has escuchado la historia de Jesucristo. . . ¿Aún te conmueves?. . . ¡Piénsalo bien!

lunes, 23 de mayo de 2011

"Sonidos"

Cuando pienso en un león acechando no lo imagino rugiendo y saltando sobre la presa. Más bien, la imagen que me viene es la de un animal agazapado y, como un gato doméstico, haciendo un sonido parecido al de un ronroneo aunque con otro énfasis.
Mi reflexión surgió al leer el versículo: “Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Pedro 5:8).
El recordatorio me hizo sonreír al pensar: ¿Acaso no muchos pensamos, alguna vez, al enemigo con cara horripilante y mostrándonos los dientes? Algo irónico si leemos en la Biblia como es que lo describe: ¡El lucero! ¡De las criaturas, la más hermosa! 
Y es que, al igual que esta frecuente y errónea concepción, el enemigo no actúa como un león arrebatado que inicia la persecución sin buscar el mejor momento o lugar. De hecho, creo que el rugido previo al ataque final puede tener muchas tonadas y ritmos: Tal vez sea la voz de una mujer no creyente, quien, como canto de sirenas, hace olvidar al joven creyente el mandamiento de Dios de “no hacer yugo desigual”; otras veces puede ser el tintinear de la fortuna que un hombre anhela tanto que decide usar los domingos para las reuniones en el golf, el mejor lugar para hacer negocios y no para ir a la iglesia y adorar a Dios; o, que tal los diálogos que una mujer escucha en las telenovelas y que, de tanto oírlas, van desplazando las verdades Bíblicas que fueran la guía de su vida cotidiana.
Los sonidos del ronronear del león pueden ser tan diversos y a la vez tan discretos, que logran traspasar la barrera de nuestra conciencia sin que suene la alerta. Es ahí donde el mandamiento de “Practica el dominio propio” toma importancia. ¿Podemos ejercer una fuerza de voluntad firme si no la ejercitamos? ¿Lograremos estar alertas si no prestamos atención, constantemente, a lo que nos rodea y puede influirnos? No por nada Dios nos insiste: ¡Cuiden sus ojos y sus oídos!
En mi caso, graves consecuencias que he sufrido en mi vida iniciaron con pequeñas infiltraciones. . . casi imperceptibles y suaves ronroneos del enemigo. Tú, ¿Te mantienes alerta? ¿Tanto como para alcanzar a escuchar los sonidos del acecho del enemigo de tu fe?. . . ¡Piénsalo bien!

viernes, 20 de mayo de 2011

"Quietos"

Imagina que estás en la playa y tu hijo, un adulto joven, entusiasmado por la aventura, ensaya como remontar los vientos sobre un velero antes de adentrarse en altamar. Con la confianza surgida de los tantos intentos, él comienza a alejarse de la orilla para conseguir mayor velocidad buscando las corrientes del mar abierto. Aunque te genera inquietud, lo observas desde la orilla como si con ello pudieras transmitirle tu experiencia en la navegación.
En un momento, el mar se agita e inesperadamente se desata la tormenta. Empiezas a perder contacto visual y con trabajos distingues su silueta. El salvavidas por el altavoz da la instrucción de que todos deben salir del agua y tú, agitando las manos, intentas que tu hijo te mire para que lo guíes en la dirección donde observas las corrientes y las nubes son  menos espesas. Por el alboroto y, seguramente por el miedo del muchacho, no logras que te voltee a ver. ¿Puedes imaginar tu angustia y tu frustración al no poder darle tu consejo para librar la tormenta?
Esta imagen es la que me asaltó cuando escuché por última ocasión durante una predicación el versículo: “Quédense quietos, reconozcan que Yo soy Dios” (Salmos 46:10). Porque, ¿acaso como padres, no hemos visto a los nuestros adentrarse en la tormenta y hemos fracasado en nuestro intento por detenerlos?
Y ¿no es igualmente frustrante para Dios el vernos ir directo al naufragio mientras, inútilmente, intenta hacernos voltear hacia Él?
Tal vez parezca que, en el caso de Dios, Él simplemente nos deje llegar hasta el límite de nuestra destrucción en su afán de permitirnos el aprendizaje pero. . . ¿Qué hay de nosotros como padres? ¿Podrá ser tan fácil callar y observar como nuestro hijo se enfila hacia el desastre? En mi experiencia del pasado, la realidad fue que me desgañité tratando de detenerlo, ¡sin éxito!
Hoy, como madre de hijos adultos, escucho nuevamente el versículo y comprendo la instrucción para los nuevos casos de emergencia: Oro poniendo a mis hijos en manos del Señor, me quedo quieta y espero, reconociendo que Él es Dios. . . al final, es en Él en quien tengo la esperanza.
¿Fácil esperar quieta y callada? ¡No! Pero es parte de mi fe en Dios el confiar y reconocer Su poder. Cuando te quedas en la orilla y observas venir el desastre sobre un tu ser querido, ¿tú que haces?. . . ¡Piénsalo bien!

domingo, 15 de mayo de 2011

"Regreso"

A pesar de la expectación por el regreso, entramos tarde a la iglesia y, aun así, comenzó la bienvenida. Sonrisas, abrazos y palabras de amor nos fueron lloviendo en el recorrido hasta nuestros asientos. ¡Cuánto he extrañado a mi familia en la fe!, pensé.
La alabanza había iniciado y, al llegar a mi lugar, mi corazón comenzó a cantar y alabar a Dios con toda mi pasión por Él. Como anticipándose a nuestro regreso a casa, los cantos con las palabras perfectas para Dios habían sido dispuestas para agradecerle, una vez más, librarnos de la copa amarga de la pérdida, por Su fortaleza en las dificultades de las últimas semanas y, sobre todo, por Su presencia amorosa de cada instante. ¡Cuánta necesidad tenía mi alma de centrarme en la gratitud y cantarle a Dios! Y qué mejor que hacerlo rodeado de mis hermanos y amigos.
Durante la presentación de la misión de los jóvenes noté la presencia de una chica. Después de una ausencia de más de 4 años había vuelto y ahora, como líder de los jóvenes adultos, compartía con la congregación sus experiencias en el último viaje. A pesar del tiempo, era como si jamás se hubiera ido.
Comprendí que esa era la magia del amor en la iglesia. Sin importar el tiempo ni las razones de la ausencia, al regreso, siempre encontramos un lugar reservado y especial para cada uno de nosotros. Nos vemos acogidos en amor y recibidos con renovado entusiasmo en el reencuentro.
Ese es sin duda, redescubro, ¡el milagro de pertenecer al amoroso cuerpo de Cristo! AMEN.

viernes, 13 de mayo de 2011

"Secreto"

Al paso del tiempo me he dado cuenta de que, la gente que nos rodea, piensa que los cristianos hemos dejado de batallar con los conflictos que atañen al resto de los seres humanos. Cuando, al igual que todos, tenemos que superar nuestros pasajes de mal humor, disgustos y todo aquello que surge en la relación que se da entre dos personas. Resumen: también tenemos problemas y pleitos. . . ¡ojalá no los hubiera, pero suceden!
Tal vez la diferencia debiera ser la manera de resolverlos pero, tristemente, a veces somos presa de emociones que dilatan nuestro tiempo de reconsiderar y restablecer la relación. Irónico, supongo, sobre todo por la invitación permanente que Jesús nos hace en la Biblia para perdonar y amar al prójimo. Un recordatorio en especial me “llegó”, literalmente, mientras luchaba con mi natural rebeldía a la reconciliación.
El regalo secreto apacigua el enojo; el obsequio discreto calma la ira violenta”, dijo el Señor en Proverbios 21:14.
¿Qué puede ser ese regalo secreto u obsequio discreto que logre aplacar el enojo y la ira?, pensé. ¿Se refiere a la mi enojo o la ira del otro?
Mi primer recuerdo fue el pasaje entre dos hermanos, Esaú y Jacob, distanciados por años y cuya despedida estuvo impregnada del enojo de Esaú. Jacob, antes del encuentro, envió caravanas con regalos para congraciarse con el ofendido. Pero, a poco de pensarlo, llegué a la conclusión de que no podía ser ese tipo de regalo del que habla Dios. Fueron demasiado exhibidos aquellos regalos. La duda me rondó por un par de días hasta que, por experiencia propia, comprendí a qué se refería el versículo.
Sólo habían pasado un par días desde que había tenido un violento enfrentamiento con alguien muy cercano y muy querido. La única salida que ambas encontramos para despedirnos con algo parecido a la paz fue ignorarnos. Y, anticipándose al reencuentro, llegó a mi corazón el arrepentimiento por la convicción de que había errado al decir cosas que no debía y con el arrepentimiento, llegó la Gracia para también perdonar la ofensa recibida.
Para cuando estuvimos frente a frente, supe que las palabras estaban de más y fue un sincero abrazo lo que restauró la relación.
Entendí cuál es ese regalo secreto, el obsequio discreto: la Gracia del perdón que, adelantándose a las aclaraciones, predispone a nuestro corazón para dar la bienvenida a la paz. Gracias que nace del nuestro arrepentimiento.
Los conflictos, lo sé, seguirán ocurriendo en mi vida. Pero, ahora que he descubierto la fórmula para resolverlos, ¿podré ser suficientemente generosa para regalar, discreta y secretamente, el perdón para hacer las paces? Y tú, ¿también lo harías?. . . ¡Piénsalo bien!

"Opciones. . .o Tú o yo"

Aunque ficticio, el protagonista de la película “In the wild” formó un retrato muy claro de la forma en que la mayoría de los seres humanos reaccionamos y, más particularmente pensé, los cristianos.
Independientemente del transcurrir de la trama, fue con una frase que el joven protagonista me hizo comprender lo que realmente quiere decir Dios cuando nos habla de aprender a vivir en “contentamiento”. Cuando leí eso por primera vez, confieso, el sinónimo que sonó en mi mente fue: resignación. Pero, cuando ese joven que vivía en la ladera alta de una montaña árida, dijo: “Vivo aquí entre la tierra, sí, pero vivo aquí por elección. . .”, lo que escuché fue convicción y una aceptación explícita pues era su elección el subsistir en ese lugar inhóspito con todas las incomodidades que implicaba, viviéndolo con pasión, gozo y encontrando belleza en medio de las carencias.
Entonces pensé en la frase de la oración que con tanta frecuencia decimos: “Señor, hágase Tu Voluntad”. ¿Qué tanta verdad hay en nuestra oración? ¿Acaso aceptamos de igual forma las circunstancias que Él dispone en nuestra vida que aquellas que nosotros elegimos?
Si el personaje de la película hubiera terminado en el mismo paraje por alguna circunstancia ajena a su voluntad, ¿habría gozado del sol agobiante, la sequedad del ambiente y la soledad?
Me atrevo a asegurar que no y lo sustento, no sólo en mi experiencia personal sino en las innumerables veces en que he visto a mi alrededor a creyentes cuestionando y quejándose de su realidad, obviamente, Voluntad de Dios.
Parece que el renunciar a nuestra voluntad y aceptar la de Dios es la fórmula para vivir en el contentamiento que, ahora, traduzco como aceptación.
Ahora. . . tras descubrir la atadura que me impide vivir en gozo las circunstancias no elegidas me pregunto, ¿podré vivirlas con gozo la próxima vez? ¿Y tú, podrás?. . . ¡Piénsalo bien!

viernes, 6 de mayo de 2011

"En su lugar"

“Porque Dios abomina a los orgullosos, pero exalta a los humildes”, es un versículo que siempre me pareció lógico y simple de comprender. Hasta que, hace unos cuantos días, pude ver que la sentencia tiene pliegues y mayor profundidad de la que inicialmente aparenta.
Si alguien me hubiera preguntado a cuál de los dos grupos pertenezco, mi respuesta habría sido que a la de los humildes. ¡Nada más falso, veo ahora! Y también lo descubrí cuando, sentada en un restaurante, hablaba de Dios a una personita cuya cultura borró a Dios y, por ende, la oportunidad de conocerlo.
Mi entusiasmo creció al hablar pues me percataba de que, después de 8 años, 7 meses y 6 días, tengo una experiencia y conocimiento de Dios que ni siquiera imaginé. El corazón me rebosaba de amor al presentarlo a aquella joven y el respaldo de Su Palabra me llenaba de confianza por saber que, todo, era Su Verdad.
Incluso cuando mi pequeña amiga me preguntó sobre la forma en que lo había conocido, mi corazón se alegró de tener la oportunidad de hacerlo. Sólo que, la emoción cambió a medida que le iba relatando mi historia. Un sentimiento de vergüenza fue invadiéndome, no sólo por mi pasado, sino al darme cuenta de que al paso de estos años me había revestido del orgullo que me produce pertenecer a la familia de Cristo, algo que no está mal. El error, comprendí, está en que poco a poco me he ido olvidando de mi verdadera condición pecadora y hasta he comenzado a creer que mi nueva “buena conducta” ha sido el motivo de mi exaltación y justificación.
El versículo resonó en mi cabeza redarguyéndome y entendí que la razón para mi exaltación es por el simple hecho de que llevo a Cristo en mí y no por mis méritos. Porque, a decir verdad, mi pasado e incluso mi presente condición siguen siendo motivo de humillación para mí. ¡Un día fuera de la Voluntad del Señor, siempre, se convierte en un día motivo de mi vergüenza! ¿Acaso he dejado de ser pecadora?
Me resulta muy claro, ahora, que es sano recordar y confesar mi pasado; hablar de él con la gente para poner las cosas en su lugar y no permitir que mi poco avance me envanezca y me vuelva orgullosa.
Si hoy te preguntara a qué grupo perteneces, tú, ¿de qué grupo serías?. . . ¡Piénsalo bien!