miércoles, 9 de enero de 2013

"¡No eres bienvenido!"


Jesús va de pueblo en pueblo, relata la historia en el capítulo 8 de Mateo, sanando enfermos y obrando milagros. La gente lo sigue y las multitudes se agolpan a su alrededor, en la esperanza de ser alcanzados por su mano prodigiosa. Lo escuchan predicar y se maravillan. Todos han oído de aquel hombre que habla como los sabios y sana como el mismísimo Dios. ¡Todo parece ir viento en popa!
Hasta que llega al pueblo donde se topa con dos endemoniados y, los espíritus malignos, lo reconocen. Entonces, Jesús los expulsa del cuerpo de los hombres y los envía con los cerdos que caen en el peñasco. ¡Casi puedo imaginar la horrible escena! La piara enloquecida, chillando con ruidos infernales y  despeñándose para darse muerte.
Eso también se vuelve noticia y, los testigos, corren al pueblo vecino para enterarlos de lo ocurrido. Todos en la zona sabían que aquellos hombres endemoniados impedían el tránsito entre los poblados. Entonces, ¿no era eso una buena noticia?
Pero, lo que ellos retienen, no es el buen final sino el proceso horrendo de los cerdos enloquecidos, temen y, peor aún,  el temor no recae sobre los cerdos sino sobre. . . Jesús. Él ha provocado el estrepitoso desenlace y ahora le tienen miedo.
Entonces leo, en esos renglones, algo difícil de comprender: “Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de su comarca.” (Mateo 8:34) 
¿Dónde quedaron las noticias de los prodigios y milagros, y de la sabiduría y la bondad del recién llegado? ¿Acaso nadie había divulgado las maravillas que Jesús había orquestado a favor de los necesitados?
¡Imposible que no lo supieran! Y, sin embargo, le “ruegan” que se vaya, que no entre a su ciudad.
Una gran tristeza me invade al pensar en esa gente. ¿Cuántos se habrán perdido de ser tocados por Jesús y ser sanados? ¿Cuántos dejaron de ver su vida cambiada por no escuchar sus mensajes? ¿Cuántos se perdieron de las múltiples bendiciones que estaban preparadas, con la llegada de Jesús, a su comarca?
Aunque parece una historia del pasado, al recordarla, me doy cuenta de cuanta gente sigue levantando su mano para decirle: ¡Alto, Jesús, no eres bienvenido! La gente, a pesar de saber de los milagros de vidas transformadas, de matrimonios rescatados, de sanaciones inexplicables y de evidencias sorprendentes del poder de Dios en acción, aun entonces, le cierran la puerta diciendo, ¡Vete! ¡No entres en nuestra vida!
La historia en nuestros días, parece, se sigue repitiendo.

martes, 8 de enero de 2013

"Historias a medias"


Casi cualquier persona de occidente, puede recordar parte de la oración que dice “Hágase Tu Voluntad, aquí en la tierra como en el cielo” y, el creyente promedio, conoce el versículo que nos exhorta: “Estad gozosos; orad sin cesar; dad gracias en todo, porque esta es la Voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús.” (Tesalonicenses 5:16-18)
Entonces paso las hojas y voy revisando lo que eso implicó para los personajes bíblicos:
Para los israelitas, al ser guiados a través del desierto por Dios, implicó llegar adonde no había agua; para Abram, ser capturado lejos de la casa de su padre y vivir con su esposa, Sara, estéril; para Noé, pasar 190 días en un arca repleta de animales y bajo gran incertidumbre (por ningún lado encuentro que Dios le hubiese dicho el buen final de la historia); para José, vivir como esclavo tras ser vendido por sus hermanos; para Esteban, morir apedreado después de presentar el Evangelio; para los apóstoles, subir a una barca, comandada por el mismísimo Jesús, para enfrentar una tormenta; y los ejemplos son interminables.
En cada una de las historias, el protagonista vive siguiendo la Voluntad expresa de Dios y, a mi parecer, ninguna de ellas me parece sencilla o placentera. ¿Cómo entonces es que nos atrevemos a orar semejante oración?
El análisis parece complicarse pues, de alguna manera, tenemos que definir al autor de esa voluntad, lo que nos deja dos posibilidades: O es un ser perverso que se goza en el sufrimiento de sus criaturas, o es, como Él mismo se declara, un Padre que nos ama y nos procura.
Antes de cualquier conclusión, vuelvo a las historias:
Los judíos errantes llegan a la tierra que Dios les prometió y van haciéndola parte de su heredad tras las batallas victoriosas que Él les va a instruyendo que libren; Abraham se convierte en un hombre poderoso y es padre de Isaac; Noé completa la aventura, sano y salvo, y vuelve a tierra firme con su familia y todas las especies animales con él; José se convierte en el segundo hombre más poderoso de Egipto y salva a su pueblo en los tiempos de hambruna; Esteban, con su muerte, es el detonante de una campaña de evangelización masiva y es el ejemplo que Paulo (después nombrado Pablo) podrá recordar cuando, él mismo, se convierte en el principal propagador del mensaje de Jesús; y los apóstoles, aunque avergonzados por dejarse llevar por el pánico, son testigos del poder de su Maestro, no sólo sobre enfermedades y demonios, sino sobre la naturaleza misma.
De no haber terminado las historias, es muy probable que Dios hubiera quedado definido como el Todopoderoso cruel y no digno de nuestra fe ni nuestra confianza.
Casi puedo asegurar, que ninguno de nosotros nos atreveríamos a pronunciar semejante declaración pero, cuando nuestra propia historia de creyentes va a la mitad de la trama y nos dejamos abatir por las dudas, incluso pensando que Él nos ha abandonado, ¿no lo estamos asumiendo como el Dios indiferente o malicioso?
Su Voluntad, ahora entiendo, incluye tiempos de prueba y dolor que, sin duda, tienen un buen propósito; y si ese propósito proviene de un Padre, con su amor y buena intención para nosotros, ¿no es motivo suficiente para darle gracias anticipadas, por el bien que tiene en mente para nuestra vida?
Si esperamos a que todo ocurra para mostrarle gratitud, a mi manera de ver, estamos poniendo en duda la naturaleza de Dios y no creemos lo que Él dice de Su Voluntad: que es buena, agradable y perfecta.
Sería bueno, entonces, recordar que no debemos juzgar sobre las historias a medias.

lunes, 7 de enero de 2013

"Enemigos ocultos"


De algo estoy convencida y es que, la mayoría de las derrotas, ocurren antes de que la batalla inicie.
Cuando el ataque es frontal, podemos medir y valorar al enemigo, cuidar distancia y configurar una estrategia. La obviedad del contrincante nos abre oportunidades para planear el contra ataque. Pero, ¿qué hay de aquellos enemigos ocultos y de los que ni siquiera identificamos como tales? Son como las termitas que destruyen almacenes completos de madera sin que nadie sepa de su existencia, y sólo hasta que el daño es irreversible, se detecta su presencia.
Ese fue el riesgo que vivieron los israelitas que, convocados para la reconstrucción del templo, reciben la primera lanza con la cizaña de la duda y el desánimo de los enemigos de Judá y Benjamín, según nos relata el libro de Esdras en el capítulo 4.
“Entonces el pueblo de aquella tierra se puso a desanimar al pueblo de Judá; y a atemorizarlos para que dejaran de edificar; y tomaron a sueldo contra ellos consejeros para frustrar sus propósitos” (versículos de4 y 5).
Pero los israelitas estaban firmes en la convicción de que Dios les había encomendado la tarea de la reconstrucción y continuaron con la fe puesta en ello, no dando entrada al desánimo inculcado.
Entonces reviso algunos momentos de mi vida en donde, de buena o mala voluntad, he recibido el “consejo” de quienes sólo me transmitieron su propia desconfianza y temores; y analizo mi pasado, no con la intención de inculpar a alguien por mis decisiones, sino porque descubro mi error de permitir el acceso al desánimo, y retirar mi fe en Dios, para depositarla en otros.
En este pasaje, afortunadamente, los israelitas se aferran a la instrucción de Dios con fervor y su voluntad no ceja en su decisión de obedecer. Tal vez por ello es que Dios muestra tan claramente su apoyo, doblegando la voluntad de los dos reyes, Ciro y Darío, proveyendo los recursos para la reconstrucción del templo y poniendo en el corazón de cada participante, no sólo el deseo, sino también los dones para llevar a cabo la empresa.
Si Dios es el mismo hoy y siempre, ¿no esperará de nosotros la misma firmeza y confianza, hoy?

viernes, 4 de enero de 2013

"Separados"


A Set le nació también un hijo y le puso por nombre Enós. Por ese tiempo comenzaron los hombres a invocar el nombre del Señor”, dice la Biblia en el versículo 26 del capítulo 4 de Génesis. Aunque es un señalamiento en apariencia simple, amerita volver un par de capítulos para tratar de entender qué sucedió entonces.
Retomando a Adán y Eva, sabemos de sus dos hijos nacidos después de la expulsión del Edén, Caín y Abel, y como Caín mata a Abel, ganándose el castigo de ser desterrado de su hogar y vivir lejos de la presencia de Dios. Antes de que cometiera el asesinato, Dios le habla a Caín, lo que nos asegura que Dios sigue en contacto con los descendientes de la pareja original.
Eva, muerto Abel y Caín en el destierro, finalmente vuelve a concebir un tercer hijo, Set y éste tiene un hijo llamado Enós. Entonces, dice el versículo “comenzaron los hombres a invocar el nombre del Señor”. ¿Qué sucedió para que Adán y Eva, o el resto de los humanos que los rodeaban, no le invocaran?
Me surgen entonces varias preguntas. Después de ser echados del Edén, los infractores, ¿se habrán arrepentido o dejaron la presencia de Dios enredados en el juego de las culpas y resentidos contra Él? Y si reconocieron su falta, ¿habrán concebido la idea de que ya no eran dignos de buscar ayuda en el Señor? ¿Por qué no fue en su tiempo que los hombres aprendieran a invocar el nombre de Dios? ¿Acaso lo habrán borrado de su vida y por ello, los que les rodeaban, no supieron de su vida cuando convivían en Dios mismo?
Aunque busco en la historia, nada me lo aclara pero, el señalamiento sobre el momento en que los seres humanos le invocan, me sugiere que, cuando Eva dice que Dios le ha dado otro hijo en lugar de Abel, se sintió menos desdichada, tal vez hasta perdonada, y volvió a hablar del Señor.
No tengo la certeza de mi conclusión pero, al intentar resolver mi duda, pienso en las veces en que yo, tras fallarle al Señor, dudo en volver a Él para buscar su ayuda. La culpa, aunque he confesado mi falta y me he arrepentido, me limita y condena hasta el punto de alejarme de Dios y, frente a otros, dejar de hablar de Él.
Por mi auto condena, caigo en el error de olvidar que Dios me ha perdonado y que espera que nuestra relación se restaure, sintiéndome cada vez más separada de Él.
Nunca sabré lo ocurrido en esos tiempos de la historia de los descendientes de Adán y Eva pero, en la búsqueda de mi respuesta, encontré una útil alerta para evitar que, mis errores pasados, logren alejarme de Dios. 

jueves, 3 de enero de 2013

"¿Crueldad o misericordia?"


Cuando leo historias del holocausto, en donde las familias fueron separadas para jamás volverse a encontrar, puedo sentir el dolor y la desesperanza de aquellos seres humanos que se perdían unos a otros para siempre. Y, al leer en Génesis, el pasaje cuando Adán y Eva son desterrados, separados de Dios y alejados de su hogar, casi puedo sentir la tragedia en sus corazones.
Si la compañía de la persona más amada por nosotros es fuente de felicidad, ¿qué será estar acompañados por el mismo Dios?
Confieso que, la primera vez que repasé esos renglones, cuando Dios declara: “He aquí, el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal; cuidado ahora no vaya a extender su mano y tomar también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre”, para después sentenciar su destierro, pensé que más parecía un acto de enojo y egoísmo que una respuesta del Dios compasivo que yo conozco.
Un poco más de reflexión, y la frase “viva para siempre” me hizo entender cuanta misericordia mostró Dios y cuanto amor debió sentir por aquellos hijos desobedientes a los que tendría que alejar del mundo perfecto en el que los había puesto, para vivir junto a Él.
Bajo su nueva condición pecaminosa y perdida su inocencia (que implica pureza), ya no podían vivir en la presencia del Dios perfecto y, si Adán y Eva vivían para siempre, ¡la separación sería eterna! ¡Trágico y eterno porvenir les sobrevendría!
La pareja y la humanidad completa viviríamos una eternidad la vida terrenal con todas sus penurias. Trabajo incesante, partos y dolores, deseos insatisfechos, y todo como un fatídico destino sin fin.
Dios no podía permitir un futuro tan desesperanzador para las criaturas que tanto amaba y que sigue amando. Así es que configuró el nuevo plan para abrirnos una puerta para volver a casa, a su lado, y ese acceso se llama Jesús. Es cierto que el plan incluye la muerte primera, la terrenal, pero ¿no es acaso mejor una vida corta en penurias, atajada por la muerte, que una eternidad de desventura?
¿Mi conclusión? Ese destierro para evitar la vida terrenal eterna fue, sin duda, el acto de amor de un Dios que nos quiere junto a Él y nos quiere . . .para siempre. 

miércoles, 2 de enero de 2013

"El primer paso"


Ensayando un programa anual de lectura bíblica, en donde paso de leer de Génesis a Esdras, de Esdras a Mateo y de Mateo a Hechos, encuentro que, en cada inicio de los pasajes, se va preparando una historia o evento mayor. Y entonces identifico un factor común: La obediencia.
En el caso de Génesis, Adán tiene que obedecer al Señor Dios nombrando a los animales y después respetar el límite sobre el árbol del conocimiento; en Esdras, el pueblo obedece aportando lo necesario para ir adonde iniciarán la reconstrucción del templo;  en Hechos, los apóstoles esperan en el lugar señalado por Dios hasta que llegue el día del bautizo en el Espíritu y, en Mateo, José obedece lo que Dios le ordena en el sueño y recibe a María como esposa a pesar de que está embarazada.
En cada uno de los capítulos de los diferentes libros, alguien es puesto a prueba en la obediencia a Dios y tiene el derecho a decidir.
José, como todos sabemos, obedece y le cree a Dios. El resultado es que, al final de la historia, es parte del evento más grande sobre la Tierra: El nacimiento de Jesús, el Mesías. Imagino su emoción al ver aquella estrella sobre el lugar donde su esposa y el Niño reposaban; o la sorpresa de escuchar llegar a los pastores relatando como el ángel les había anunciado del gran evento. ¿Qué habría sido de José si hubiera decidido no creer y obedecer? Arrumbado en un pequeño pueblo y perdiéndose de la maravilla de ser parte de la extraordinaria aventura.
También está el pueblo de Israel. ¿Habrían continuado una vida en cautiverio, si hubieran optado por ignorar la convocatoria de ir a la reconstrucción? Y, pensando en los apóstoles, ¡jamás habrían experimentado el poder del Espíritu Santo en sus vidas! Nada de milagros, ni de hablar en lenguas, ni el arrojo les habría inundado para llevar a cabo esa sorprendente campaña de evangelización.
Tal vez, el ejemplo más triste, es el de Adán y Eva porque, su desobediencia, cambió el curso de la historia que Dios planeaba para sus creaciones. En su caso, el final es bien sabido y vivido por nosotros hasta el día de hoy. Cuando ellos decidieron no obedecer, el resto de la humanidad, que ahora nos incluye, fuimos desterrados de vivir eternamente junto a Dios y vivimos luchando, día a día, contra la naturaleza pecaminosa que nos llega como herencia.
Nuestra historia decadente comenzó en esa simple decisión: No obedecer.
Y, aunque eso nos trajo la fatalidad, hoy mismo me pregunto: ¿Aún puedo cambiar la historia? La respuesta es que sí, gracias a Jesucristo y, al igual que los personajes de cada porción de las historias bíblicas, la clave sigue siendo exactamente la misma: Obedecer porque, si no lo hago, ¿de cuantas maravillas y milagros me estaré perdiendo si decido no hacerlo?
Parece que, el primer paso para vivir una vida fascinante con Dios, es una muy simple y a la vez difícil: La obediencia.