domingo, 3 de abril de 2011

"¿Porqué es tan difícil?"

¡El trayecto, de apenas cuarenta kilómetros, para llegar al hospital de la ciudad más cercana me pareció eterno! La sola imagen de mi hija, envolviéndose la cabeza y el rostro con una almohada, tratando de mitigar el dolor, me consumía en ansias. Tras una semana de molestias por la cirugía de rodilla, ahora un intenso dolor en el cerebro la tenía al borde de la desesperación y, junto con ella, mi corazón de madre sufriendo.
A pesar de que es una mujer adulta, no puedo evitar el sentir cada uno de sus dolores como propio. Sus tropiezos me angustian y surge en mí un deseo por acogerla en mis brazos para consolarla. Cuando alguien la lastima, lucho con todas mis fuerzas para detener mi instinto de vengar la afrenta. En su tristeza, deseo con todo mi corazón el volver el tiempo atrás a aquellos tiempos en que mi abrazo o un mimo de papá servían para devolverle la alegría. Pero, nada de eso ayuda en momentos en donde ella está sufriendo de un padecimiento físico.
Mientras ella lloraba silenciosa en el asiento de atrás y mi esposo conducía, yo hablaba al Señor: “Padre, si pudiera hacer un intercambio contigo, te ofrecería lo que me resta de vida por una larga existencia de mis hijos, con salud y en comunión contigo”.
Dios no espera sacrificios, sino obediencia, dice la Biblia, así que mi propuesta no tiene mucho sentido, lo sé. Pero me hizo escuchar mi diálogo con Dios con tal nitidez que recordé el versículo que casi todo creyente sabe de memoria: “Porque tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel en Él crea, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Si yo, una simple e imperfecta madre, soy capaz de amar a mi hija con tal intensidad, sentir el deseo de protegerla y tenerla junto a mí, y hasta ofrecer mi vida por una vida llena de salud y gracia para ella, ¿por qué entonces me es tan difícil creer, pero de corazón, que Dios, mi Padre, fue capaz de entregar a Su único Hijo por mí, su hija?
¡Que dolor habrá sentido Dios por el martirio de Jesús! Pero, ¡cuánto más al pensar que podría perderme a mí y para siempre!
Por más difícil que resulte creer en el inmenso amor de Dios por mí, hoy lo recuerdo y lo creo. Y, tú, ¿también lo crees?. . . ¡Piénsalo bien!

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