jueves, 31 de marzo de 2011

"En tiempo de elecciones"

¿Alguna vez se han imaginado como ocurría la elección de los jueces de Israel?
En el caso de algunos de ellos, como Sansón, la historia nos refiere una anécdota heroica por la que el pueblo los elige. Otro caso es el de Jefté quien siendo hijo de la relación de su padre con una ramera, sus medios hermanos lo rechazan y ya en el exilio, la Biblia menciona que se rodeó de gente ociosa. Pero también menciona que “Jefté era esforzado y valeroso” (Jueces 11:1). El pueblo israelita, en un momento de apuro, parece recordarlo y lo buscan para que sea su líder convirtiéndolo en su caudillo en la lucha contra los hijos de Amón.
Pero, tal vez la historia de Abimelec a quien, tras asesinar a sus setenta hermanos, eligen como rey, es la que me ha hecho reflexionar sobre las razones de lo que resulta casi un absurdo.
¿Por qué los judíos habrían de buscar como rey a un asesino de su propia sangre?
La respuesta sacude mi conciencia: tal vez, porque él personificaba su propia condición moral y espiritual. En el capítulo nueve, donde se mencionan todas sus campañas, no refieren ningún momento en que Abimelec buscara la instrucción de Dios. Él y todos los que le seguían, actuaban por su cuenta. Aunque ocurrían victorias, el resultado venía de la voluntad humana de un hombre. Dios no fue parte de la historia sino hasta que pone fin a la vida de Abimelec.
La historia nos habla de traición, rebeldía y ambición humana a través de un solo hombre, uno que fue elegido por un pueblo que vivía en de la misma manera su relación con Dios.
Podríamos pensar que tales historias del pasado en nada se parecen a nuestra vida, pero yo no pensaría que es totalmente cierto. Tal vez no tengamos caudillos o jueces pero, puedo asegurar, que en la vida de cada uno de nosotros existe algo o alguien al que elegimos para que reine sobre nuestra vida: nuestra profesión, la ambición económica, la búsqueda de posición social, nuestra imagen, etc., etc. Ese  algo o alguien, define nuestra decisión de cómo usar nuestro tiempo y nuestros recursos.
Idealmente, como creyentes, podríamos responder que hemos elegido a Dios para que sea el líder en nuestra vida, pero ¿y si no? ¿Quién está reinando ahora?. . . ¡Piénsalo bien!

martes, 29 de marzo de 2011

"La nueva imagen de Dios"

Además de la complicación en la que me vi al tratar de entender las tres personas de Dios, es decir, la Trinidad, probablemente el segundo problema más grande en el nacer de mi fe fue re-concebir al Dios del Antiguo Testamento.
Más de una vez, al escuchar la aseveración de “Dios te ama” de boca de algún hermano en Cristo, tuve que sofocar mi respuesta diciendo, ¿de qué me hablas?
A antes de convertirme a Cristo y a falta de información que me explicara la naturaleza del Dios, en mi ignorancia, rellené los huecos para formarme alguna imagen de Él y el resultado fue un Dios lejano, castigador e indiferente, al menos, hasta que cometía la siguiente falta.
Cuando inicié la lectura de la Biblia comprendí cuan errada estaba en ese concepto fabricado desde mis limitaciones y desconocimiento. Aunque, reconozco, en algunas ocasiones casi caigo en mi creencia del pasado al leer la severidad del castigo de Dios hacia los israelitas, infractores recurrentes con la idolatría y la infidelidad. Pero, el pasaje de Jueces, porque sí, sigo entretenida en el libro de Jueces, el capítulo 10 me revela nuevamente al Dios Padre en su verdadera naturaleza.
La frase “. . .Y Él fue angustiado a causa de la aflicción de Israel” (Jueces 10:16b) me conmueve al imaginar al Dios todopoderoso, no sólo dolido por la traición constante de su pueblo elegido sino por el dolor de ellos al sufrir las consecuencias de su pecado, consecuencias que Él permite como un acto de amor para lograr obediencia de aquel pueblo rebelde.
Todo me hace recordar una frase muy usada por los padres al corregir a sus hijos: “Eso me duele más que a ti”. Y me confirma que Dios, como el Padre perfecto y amoroso, se conduele de mi dolor, se aflige cuando tiene que disciplinarme y sufre cuando sufro.
Aunque, a veces, aún me cuesta trabajo creer que el Dios del universo me ame infinitamente y le importen hasta mis más pequeños pesares, ahora lo acepto como una plena verdad.
Si yo te dijera, que al igual que a mí, el Dios todopoderoso te ama infinitamente y se conduele en tu dolor, ¿Podrías creerlo fácilmente? ¿Cambiaría algo en tu vida saberte tan amado?. . . ¡Piénsalo bien!

"El efecto Jonás"

Acán hijo de Carmí (Josué 7:1) es, para mí, una confirmación de lo que he llamado el “efecto Jonás”. Y me recuerda que dejamos de seres aislados una vez que pertenecemos a la familia de Cristo.
En el caso de Jonás, profeta menor antes de la primera venida de Jesús, también era parte de un grupo importante, el pueblo elegido por Dios, Israel. La historia de Acán, resumida, es que Dios pone un límite y Acán lo pasa por alto al tomar el botín prohibido y por el que se siente atraído. En la siguiente campaña el pueblo de Israel es vencido y es hasta entonces que Dios señala que, entre ellos, residía “alguien” que había pecado al desobedecerlo. Josué, siguiendo las instrucciones del Señor, va descartando entre tribus, luego jefes, después familias hasta al culpable quien, tardíamente, confiesa el error de su avaricia. El hecho es que, incluso sin saberlo, el pueblo había sufrido la consecuencia del pecado de Acán simplemente porque él era parte de su comunidad ante Dios.
En el caso de Jonás, quien deliberada y abiertamente se rebela a la instrucción del Señor negándose a ir Nínive para entregar Su mensaje, trae la calamidad sobre los que viajaban en el barco que los llevaría a Jope, lugar hacia donde huye para alejarse del lugar al que Dios lo había mandado. Y no es hasta que confiesa que él es el responsable y lo arrojan al mar que el resto de los tripulantes deja de ser azotado por la tormenta.
En ambos casos la desobediencia trae una consecuencia pero no sólo al directamente responsable sino a los que lo rodean, su comunidad inmediata.
Muchas veces he visto el “efecto Jonás” en mi vida y en la de los que me rodean. Igual ha sido el padre que se aleja de Dios y su familia, que depende de su cobertura, vive estrechez económica; o la esposa que cae en adulterio y su esposo e hijos sufren la pérdida de su hogar; el empresario que comete fraude y los empleados pierden su fuente de ingreso;  o el pastor que se desvía en su ministerio y su iglesia se desintegra. Los ejemplos no son tan difíciles de encontrar a nuestro alrededor.
Si tuvieras que responder a la pregunta: con tu forma de vivir, ¿Traes bendición o calamidad a los tuyos? ¿Qué responderías?. . . ¡Piénsalo bien!

lunes, 28 de marzo de 2011

¿Lo sabes o lo crees?

Sí, sigo atorada en Jueces y sus múltiples mensajes que yo llamaría “de peso”.
La sucesión de jueces sigue desfilando capítulo a capítulo y, en cada cambio, la Biblia señala: “Hizo lo que agradaba a Dios y gobernó por tantos o cuantas años” o “Hizo lo que ofendía a Dios y él los entregó en manos de. . .”. El hecho es que, una y otra vez, el que no seguía a otros dioses admitiendo los ídolos entre su pueblo, casaba a sus hijos e hijas con personas fuera de los israelitas, ambas cosas, pecados sobre los que Dios los había advertido en múltiples ocasiones.
Para entonces, muchas generaciones habían pasado desde los tiempos en que Israel fuera rescatado por Dios de la esclavitud y guiado de día y de noche en el desierto. Y, sin embargo, podemos estar seguros de que todos los israelitas, sin importar a que tribu pertenecían, conocían las historias de milagros, liberación y constante presencia de Dios entre ellos.
Entonces, ¿por qué hacían lo que ofendía a Dios, deliberadamente? Creo que parte de la respuesta es simple: porque aunque todos lo “sabían”, no todos los “creían”. Los que sabían las historias de los patriarcas y la forma en el Dios tuvo una relación estrecha e íntima, aparentemente, lo tenían como un pasado, empolvado bajo la tradición y no como una parte de su propia historia de vida. Y, de forma muy distinta, los que no sólo sabían sino que también lo creían, ponían en práctica los mensajes de Dios, sus mandamientos y sus promesas entendiendo que el paso de esa información de una generación a otra a lo largo del tiempo, no hacía que perdieran vigencia sino que seguías siendo las ordenanzas de Dios para ellos. Las adoptaban con toda lealtad en una forma de honrar al Dios que seguía siendo tan vivo y presente como lo fue para los primeros padres de Israel.
Y parece que el tiempo tiene esa capacidad de diluir y desgastar los mensajes aún en nuestros días. Cuando leo la Biblia y luego miro a mi alrededor, me doy cuenta que, muchas veces, también entre los creyentes de mi época está presente la tendencia de “culturalizar” el mensaje de Cristo y la evidencia de ello es la desobediencia en la que frecuentemente caemos,  incluso en los mandamientos más básicos y fundamentales.
Mi conciencia se siente trastocada y me rehúso a seguirme sintiendo identificada con los israelitas en sus momentos de idolatría y rebeldía, y me propongo el hacer algo mejor de mi vida para honrar a mi Dios. Si tú tuvieras que elegir un juez que más cercanamente mostrara tu vida, ¿Cuál sería?. . . ¡Piénsalo bien!

domingo, 27 de marzo de 2011

"La compasión"

El libro de Jueces es, sin duda, uno de los que más funciona como espejo de mi vida redarguyéndome. Y no lo digo con orgullo sino con tristeza. Ese ir y venir de los israelitas pasando de la obediencia a la desobediencia es tan típico de muchos de nosotros en nuestra vida de fe que casi tengo la tentación de saltarlo en mi lectura. Pero, el pasaje de Jefté, que se presenta en apenas ocho versículos en el capítulo once, contiene tantas enseñanzas que una y otra vez me encuentro atorada reflexionando en ellos.
Una de las cosas que más me conmueven es la mansa obediencia con la que su hija, de quien ni siquiera se menciona el nombre, asume la consecuencia de una promesa casi insensata de su padre, a quien le pide, tan sólo un poco de tiempo para llorar su pérdida.
La imagen de un grupo de jóvenes, amigas todas de la hija de Jefté, dispuestas a emprender un viaje de dos meses por los montes sabiendo que el propósito es derramar lágrimas al lado de su amiga es una muestra de la solidaridad que las mujeres sabemos dar a nuestras congéneres. ¡Qué doloroso debe haber sido para la hija de Jefté compartir la pena del sueño que, seguramente, había compartido con todas ellas desde su infancia! La pérdida del esposo que, como todas esas mujeres jóvenes, anhelaba y los hijos con los que también ellas habían soñado se esfumaban bajo el peso de un voto perpetuo de virginidad.
Mi primer pensamiento es que todo aquel tiempo pudo haber sido una tortura, casi un acto de masoquismo, pero, después de pensarlo un poco, reflexiono en que sólo quienes han compartido con nosotros un sueño o una pérdida semejante son capaces de identificarse con nuestro sentir, en el dolor o en el gozo, de forma natural.
Tal vez ahora estés pasando por una prueba o estés llorando una pérdida y me pregunto, ¿estás regalándote la oportunidad de compartir tu dolor y tu carga con quienes pueden entenderte? Si no es así. . . ¡Piénsalo bien!

viernes, 25 de marzo de 2011

"La zarza"

La sorpresa y la incredulidad la habían invadido. Después de horas y horas buscando una explicación lógica que diera el crédito a la tecnología o a un posible “hackeo” en su cuenta de la red social, llegó a la conclusión de que no había tal explicación. Afortunadamente, pensó ella, no fue la única que pudo ver aquella imagen de Jesús en la pantalla con el mensaje “Sígueme”, también su esposo y su hijo mayor lo había visto. Y, a pesar de la claridad con lo que yo podía entender el mensaje, ella se resistía a pensar que Dios hubiera podido usar algo tan mundano como una red social en la pantalla del computador para buscarla.
Después que me compartiera su experiencia, vino a mi memoria el pasaje donde Dios se presentó a Moisés a través de una zarza ardiendo. Me pregunté si él también sintió la tentación de seguir de largo e ignorar aquella mata en llamas. ¿Cuántas zarzas puedo haber visto un pastor, a fin de cuentas, en sus largos días en el campo? De no haberse detenido a observarlo y haber continuado su camino, ya fuera por tedio o por miedo, ¿habría perdido la oportunidad de convertirse en un hombre con el privilegio de ser amigo de Dios?
Pero la observación de quien, en mi opinión había recibido una llamada sobrenatural de Dios, me llevó a recapitular en los diversos pasajes de la Biblia en donde Dios se manifestó a algunos elegidos de formas distintas: en sueños, con profecías, con una burra que habló y las historias son todas tan distintas. Y me puse a pensar en cómo nuestra formación que todo lo racionaliza nos está dejando ciegos y, muy probablemente, privándonos de la oportunidad de escuchar a Dios cuando trata de alcanzarnos para tener una relación más íntima con nosotros.
Si ahora esperamos ver una zarza, debemos preguntarnos, ¿cuándo estamos en el campo como para que se dé la oportunidad? O queremos escuchar la voz del Señor, ¿cuándo estamos a solas y en silencio?
Dios no está ajeno a nuestra circunstancia de vida, como no lo estuvo de la de aquellos personajes bíblicos. Él uso su poder para hacer cosas extraordinarios según el contexto de aquel a quien quería tocar y lo sigue haciendo ahora. Y Dios obró maravillas para tener su atención pero el mensaje que les entregó, a fin de cuentas, fue lo realmente importante.
Yo vivo en la creencia de que Dios sigue haciendo milagros hoy en día y que sigue usando obras extraordinarias para captar nuestra atención, en la forma y tiempo donde puede encontrarnos. Ahora me pregunto, ¿Si ahora mismo Él se revelara a ti de manera sobrenatural, a qué le prestarías más atención: con el evento o el mensaje?. . . ¡Piénsalo bien!

domingo, 20 de marzo de 2011

"Con espacio para la Gracia"

Tengo que reconocer que, cada vez que mi lectura diaria de la Biblia me señala los capítulos de Josué en donde se enumeran ciudades con nombre casi impronunciables, me es difícil encontrarle mucho atractivo. Si acaso mi imaginación juega con la combinación de algunos nombres o, por curiosidad, me regreso para averiguar el número de varones de cada tribu para hacer cuadrar en mi mente el número de ciudades que le son otorgadas.
Pero, este año, brincaron en la página las ciudades que son llamadas “de refugio”. El concepto, aunque ya lo había escuchado, me asaltó como si fuera la primera vez que lo leía.
El uso de estas ciudades era, básicamente, dar un lugar a los infractores que involuntariamente cometieran un homicidio y donde, después de tener una audiencia con los sacerdotes para juzgar su caso, debían permanecer hasta que el sumo sacerdote que dictaba la sentencia muriera. Mientras así lo hiciera, el vengador no podía hacerle daño alguno y el homicida tenía un lugar donde hacer una vida.
Nuevamente, me encuentro con la evidencia de que Dios lo tiene todo previsto y que le da un tratamiento justo a cada circunstancia. Lo primero que me pareció importante fue el hecho de que el infractor hubiera cometido el asesinato por accidente y no por voluntad. Pero, además, caí en la cuenta de que a pesar de ser así el hecho tenía consecuencias. También la balanza parece nivelarse cuando Dios reconoce el natural derecho del vengador de airarse por su pérdida. La ley, entonces, dictaba que dichos asuntos se resolvían “ojo por ojo y diente por diente”.  Más el asesino tenía a su favor que no había sido producto de su voluntad y ello le daba la oportunidad de retener su vida. Dios, preparándole un refugio de antemano, extendía su Gracia aunque no quitaba las consecuencias.
Me puse a pensar en cuántas ocasiones, por error o accidente, yo misma cometo pecados que no sólo dañan a alguien sino que ofenden a Dios. Y como, mi única salida al final, ha sido refugiarme en la Gracia y el perdón del Señor. Aunque me he arrepentido, la herida hecha a mi prójimo es irreparable y también Dios permite que viva la pérdida, la consecuencia que se convierte en mi recordatorio y aprendizaje.
¿Has cometido algún error que te ha quitado la paz últimamente? ¿Aún no has corrido a refugiarte en la Gracia del Señor? Él lo tiene todo dispuesto, recuerda y ¡piénsalo bien!

sábado, 19 de marzo de 2011

"A ti, ¿qué te toca?"

Cuando pedimos a un creyente que recuerde alguna bendición o situación donde haya visto el poder de Dios, muy probablemente buscará entre sus memorias las cosas extraordinarias como una curación inexplicable o un accidente en donde milagrosamente un cristiano salió ileso.
Pero hoy, mientras leía el libro de Josué, encontré que Dios también nos participa de las bendiciones, no sólo como el depositario, sino como un actor en la historia que tiene como final la entrega de la bendición. Y las razones y la forma como Dios lo hace pueden ser muy distintas.
Por ejemplo, en Josué 17:3, menciona: “Pero cuando los hijos de Israel fueron lo suficientemente fuertes, hicieron tributario al cananeo”. Aunque los hijos de Manasés ya habían recibido la tierra asignada, tenían enemigos morando entre ellos, mismos que sojuzgaron cuando se fortalecieron. ¿Había bendecido ya el Señor? ¡Por supuesto! La tierra les había sido dada pero, para disfrutarla totalmente, debieron hacerse más fuertes y entonces reinar sobre ella.
Otro caso es el de la casa de José, que Josué reconoce como gran pueblo y de gran poder, y que se acerca a él pidiendo más tierra para cubrir sus necesidades (Josué 17:14-18). La respuesta es: toma el monte pero tú lo desmontarás para poseerlo. ¡Tiene que luchar y pelear por él, trabajar en él! ¿Había Dios mentido diciendo que era una tierra que él les entregaba? No, pero esperaba que esas tribus israelitas, que ya eran fuertes, hicieran su parte para recibir la heredad.
Todo me hace pensar en cómo, muchas veces, pedimos al Señor algo y esperamos que literalmente nos caiga del cielo sin “luchar” ni trabajar por ello. Igual una madre pide a Dios que sus hijos le amen y le sigan, pero no está dispuesta a luchar contra la inercia de la sociedad para rescatar un tiempo y usarlo para un devocional con ellos; o el joven que anhela un hogar firme con una esposa fiel a Dios pero se deja llevar por el pensamiento mundano y busca novia entre los seculares; o pedimos por salud y no llevamos una disciplina saludable o no luchamos contra la adicción al cigarro. Si revisamos un poco, ejemplos podemos encontrar muchos y muy personales.
¿Estás orando y pidiendo a Dios alguna bendición en tu vida? Antes de hacerlo, pregúntate si te corresponde hacer algo para recibir la dádiva y, ¡piénsalo bien!

viernes, 18 de marzo de 2011

"Equilibrio perfecto"

Una de las primeras preguntas que a muchos nos surge cuando alguien nos propone conocer a Dios es, ¿Y por qué Dios no hace algo con la pobreza?  Tal vez la primera parte de la respuesta sería: el hombre no hace ya la voluntad de Dios sino la suya. Pero, alejándonos de la polémica que esta aseveración puede generar, mejor me enfoco en la segunda parte de la explicación que encontré en el libro de Josué.
Josué, sucesor de Moisés, fue asignado por Dios para pelear, la mitad de su vida, al frente del pueblo de Israel y a él le correspondió entregar la tierra conquistada y prometida por Dios para ellos. Y dos frases aparece en varias ocasiones en esos pasajes: “Y la entregó Josué a los israelitas por herencia conforme a su distribución según sus tribus” (Josué 11:23) y “Dio, pues, Moisés a la tribu de los hijos de Rubén conforme a sus familias” (Josué 13:15). Y, yendo un poco más atrás, cuando fue el turno de Moisés de repartir la tierra, éste también lo hizo “conforme a sus familias”, esto es, tomando en cuenta el número de gente que la conformaba en la intención de que sus necesidades de espacio, de tierra para cultivar y para sus ganados fueran cubiertas.
Pero, lo importante de todo esto es que ambos varones, Moisés y Josué, eran los portadores directos de las instrucciones que Dios tenía para el pueblo de Israel. Dios tenía en mente cubrir los requerimientos de cada persona, de cada familia y de cada tribu. Y para mantener ese equilibrio, Dios también dictó, me manera muy puntual, como se harían los ajustes cuando la tierra pasara de unas manos a otras cuando las hijas de una tribu se casaban con alguien de otra tribu o cuando alguien vendía su tierra y en el jubileo se devolvía a la tribu original. Siempre había una forma de rescatar la tierra que Él les había asignado. ¡Vaya que Dios tenía todo planeado!
Sin embargo, lo que me parece clave en todos estos capítulos es una constante: “la obediencia” de ambos líderes y del pueblo de Israel.
¿No será que, antes de cuestionar a Dios, podríamos intentar obedecerlo? Ahora, después de ocho años, cinco meses y 18 días, sé que mi vida entra en un equilibrio “divino” cuando, en obediencia, sigo las instrucciones de Dios.
¿Necesitas corregir y equilibrar algo en tu vida? Antes de hacerlo, ¡piénsalo bien!

jueves, 17 de marzo de 2011

¡Pensándolo bien!. . .


Siempre he creído que quien tiene el gusto por la lectura vive una vida con fronteras mucho más amplias que las que ofrece el mundo cotidiano que perciben nuestros sentidos. Leer nos da la capacidad de entrar en los pensamientos de otros, pasear por los parajes que alguien más ha disfrutado o simplemente rebasar el límite de nuestra propia imaginación aprovechando que otro ha ensayado con ella más que nosotros.
Pero existe un libro en particular que ha impactado realmente mi vida después de su lectura: la Biblia. Y, tomando el riesgo de mencionarla a los lectores que no la conocen, me atrevo a confesar que inicié hurgando en ella con la mala intención de poder desacreditarla. Lo que no esperaba, también confieso, es encontrarme con que aquella manera de llamarla “La Palabra Viva” fuera literal y no un cliché.
De ahí que pasé de la curiosidad a la necesidad de descifrarla y, después de ocho años cuatro meses y 16 días, sigo encontrando que su mensaje va tomando profundidad al revelarme sus verdades. Cada vez que paso por sus páginas me llevo en el puño una nueva revelación, una respuesta o una promesa que Dios mismo me entrega.
Y de ahí que me surgió el deseo de compartir la fascinante experiencia de mis descubrimientos en el libro de libros. Tal vez, para algunos, mis hallazgos sean algo que ya hayan descubierto por sí mismos y, para otros, puede resultar una pista o una respuesta a cuestiones pendientes en su propia búsqueda. Lo que estoy segura es que, las maravillas con las que se topa aquel que busca conocer a Dios a través de su Palabra, son siempre dignas de divulgarse y disfrutarse.
Si de algo tengo la certeza es de que, quien anda con Dios, jamás termina de sorprenderse y, por qué no decirlo, fascinarse al conocerlo.
Así que, para comenzar, sólo te hago una recomendación, lector: Antes de cerrar la pantalla con el mensaje del Blogg, ¡piénsalo bien!
¡Bienvenido a mi aventura!