A veces, sin buscarlo, me encuentro con ofertas
sobre cosas que no tenía contemplado comprar.
Una imagen y la reseña de las bondades del
producto jalan mi atención y me hacen desear tenerlo. Luego, sin darme
cuenta, pasan del “quiero” al “necesito” y cierro el ciclo invirtiendo mis
recursos para hacerlo mío.
No recuerdo ningún caso similar sobre cosas “malas”.
Jamás me he detenido a valorar el tener “algo” que sea dañino para mi vida (y
las que he incluido en mi bagaje, han estado revestidas de cualidades –engañosas–
y que prometen bienestar).
Así me encuentro con una oferta que parece
irresistible.
“Si quieres adquirir: Sabiduría, disciplina,
discernimiento, inteligencia, prudencia, rectitud, sagacidad y conocimiento. .
.”.
¿A quién no le hace falta poseer semejantes cualidades?
Entonces vienen las instrucciones para obtenerlo: "Escucha
y sigue las siguientes exhortaciones".
Y es ahí donde inician las fórmulas que prometen la
lista de beneficios enunciadas y ofrecidas al comienzo.
Pero, como en cualquier sabia decisión de compra,
siempre es prudente saber quién está ofertando y que reputación tiene.
Revisando el “anuncio”, encuentro que el ofertante
es Salomón y, según los registros, resultó ser el hombre más sabio que jamás ha
existido. No sólo eso. Quien le otorga la certificación es, ni más ni menos,
que Dios.
Cuando Dios le da la oportunidad de pedir algo,
Salomón responde: ¡Sabiduría!
Así que, ¿no es suficiente garantía para “comprarnos”
y hacer nuestros los consejos del sabio Salomón?
Resulta que la oferta la encontré esta mañana y,
hasta donde he entendido, sigue vigente. La sabiduría que contiene no tiene
caducidad y puede ser utilizada gratuitamente.
¡Vaya oferta! ¿Quién dijo yo?