domingo, 26 de febrero de 2012

"¿Sólo agua?"

“¡Lluvia! Los diques recuperan nivel, los ríos se ven caudalosos como hace mucho tiempo y, la lechuga, se malogró. ¡Demasiada agua! Pero la albahaca crece feliz... Espero llegar a cosechar algunas chauchas...”, leí en el muro de una amiga y, en un intento de clasificar su comentario, descubrí que la “noticia”, no era buena ni mala sino. . . ¡Las dos!
Pero, ¿acaso no eso es una tendencia muy de los seres humanos? Con mucha frecuencia, tratamos de aplanar los eventos para hacerlos entrar en la ranura de una clasificación única cuando, en realidad, la misma situación depende de quien la está viviendo.
El ejemplo más obvio es el dinero, al que tendemos a pensar como una “bendición”, algo que siempre es bienvenido y que de forma absoluta entra en el género de “las cosas buenas”. Pero, ¿no es un exceso de dinero lo que, con demasiada frecuencia, aleja a la gente de Dios? Es como esa “demasiada agua” que malogró la lechuga. Mientras, ese mismo dinero para unos misioneros, es como ver aumentar los caudales de los ríos que les permitirán navegar más lejos o cosechar más albahacas.
A fin de cuentas, el dinero, como tantas cosas, no es ni bueno ni malo sino, lo que hacemos con él o el momento en que llega, es lo que mostrará la verdadera razón de su presencia en nuestra vida. 
Así que, cuando Dios disponga algo que no sólo nos afecte a nosotros sino también a lo que nos rodea, pensemos en esa lluvia pues, no sabemos, tal vez, estará ayudando a ver crecer el nivel de los diques en la vida de otra persona aunque, en la nuestra, parezca que está malogrando las lechugas.

"Relaciones difíciles"

En cuanto la gente ve el tamaño de Lorenzo, además de sentirse cautivada por sus ojos azules, preguntan si no es difícil mantener a un animal de su tamaño y, contra lo que todos asumen, a últimas fechas, me encuentro con la dificultad de convencerlo para que coma.
Y es que, mi grandulón, inició una etapa de inapetencia o, al menos al principio, así lo pensé.
Sin importar el esmero, variedad o calidad de los alimentos que pusiera frente a él, la actitud resultó la misma: ¡No, gracias! Así que, a los pocos días de tanta negativa, mi perro adolescente comenzó a perder peso y verse desganado.
Antes de lograr la victoria, para variar, mi existencia se complicó con el segundo evento de cirugía en la familia y mis ausencias se alargaron y nuestras caminatas disminuyeron. Y Lorenzo, con cara triste, continuó rechazando cualquier platillo, por más aromático y exquisito que pareciera. Para rematar, un viaje de cuatro días, me obligó a dejarlo a cargo de un familiar. ¿El resultado? Un perro que, a pesar de los mejores intentos, se mantuvo en ayuno voluntario por dos días consecutivos.
Ahora, las cosas en casa están volviendo a lo más parecido a la “normalidad” y, Lorenzo y yo, hemos empezado a tener un poco más de tiempo para caminar y acompañarnos. Y, con un poco de paz, he comenzado a observar un cambio en él. Si me mantengo a su lado al momento de comer, lo hace con más gusto y hasta termina su dotación.
Entonces recordé a mi madre. ¿Acaso no se anima cuando yo la acompaño, a pesar de su prolongada estancia en el hospital? Sí, pude recordar el cambio en su semblante cada vez que entro a la habitación y descubrí que, hasta el tono de su voz, se alegra.
A ella, al igual que a Lorenzo, no le gusta la soledad.
Así que, si ahora alguien me preguntara, por enésima vez, si no es difícil tener a un Gran Danés, tal vez voltearía y le preguntaría a Lorenzo: ¿Es difícil vivir con alguien como yo, Lorenzo? Y estoy segura que, hasta con la más benevolente de sus respuestas, lo escucharía decir: ¡Es difícil es vivir con alguien que, sin ton ni son, aparece o se va!
Lorenzo, como siempre, me has hecho pensar y comprender a los demás, los que me rodean y me cuestiono: ¿Cómo se sienten al vivir junto a alguien. . .como yo? 

viernes, 24 de febrero de 2012

"Libre. . . al fin"

En estos días, ¡todos hablan de Whitney!
Y las opiniones son tan diversas. Algunos comentarios, cargados de juicio, la desechan, señalándola como la mujer que desperdició su vida y que recibió lo que merecía. Otras, suavizadas por una mirada más humana, lamentan el suplicio vivido en su matrimonio, lleno de eventos tormentosos. Pero, a fin de cuentas, la historia de la talentosa cantante fue motivo de crítica en unos y reflexión, en otros.
No siendo muy asidua a seguir las noticias del espectáculo, me fui enterando por diferentes fuentes de su origen y su historia. 
El inicio, una niña que cantaba en la iglesia protestante de su comunidad. La trama, la fama y un esposo que la inicia en las drogas de las que, sin importar con cuanto afán, no se logró librar. El final, la cantante que, abiertamente, habla del amor de Cristo y canta la canción que, muy probablemente, aprendió en la escuela dominical: “Jesús me ama”. 
Ver la escena que precedió a su muerte, entonando la conocida letra que habla del amor de nuestro Salvador, me sembró una idea.
¿Acaso no todos tenemos un “algo” que nos jala hacia la desobediencia y nos aleja de Dios? Tal vez, el adicto al trabajo, parezca menos condenable. O el que lucha con la pornografía, cada vez que se acerca una pantalla. Y, no puedo borrar de la lista: la ira, la gula, la mentira, la holgazanería, el sexo, el egoísmo, el miedo, el alcohol, la religiosidad y, las posibilidades, son interminables.
Para Whitney, todos sabemos, fueron las drogas y me pregunto, ¿acaso el tiempo que estamos lejos, caídos, es lo que define nuestra salvación? ¿Soy yo la única que alcanza a escuchar a esa mujer declarando públicamente su confianza en Jesús? ¿No nace en nadie más la idea de que, tal vez, el corto tiempo desde que entonó su último canto hasta su muerte, fue un acto de inmensa misericordia de Dios? ¿Podría ser que Dios, conociendo su calvario, diera fin al tormento que la azotaba en vida, para llevarla a su encuentro, al lugar de paz y descanso que por Gracia le había prometido?
La muerte, casi por definición, la juzgamos como algo malo y, si se da en las circunstancias tan trágicas como las de Whitney, tendemos a pensar que es “el castigo merecido”. Pero, creyendo en la Gracia, en la Salvación y en la fidelidad de Dios en sus promesas, me inclino a pensar, con alivio, que fue un regalo de Dios para hacer de Whitney, finalmente, una mujer libre.

martes, 14 de febrero de 2012

"Regresando las páginas"

¿Alguien, alguna vez, se ha detenido y preguntado a Dios: Qué hago aquí?
Para quien tiene, como yo, la persistente costumbre de buscar la dirección de Dios hasta en las decisiones más pequeñas, aparecer en medio de una situación inesperada e incongruente con mis peticiones diarias, es algo difícil de entender. Y, eso, es lo que ha detonado mi pregunta, ¡más de una vez!
Pero, cuando releo los capítulos del libro de Éxodo y me detengo en los renglones en los que el autor describe como Dios guía al pueblo de Israel a través del desierto, -con una nube y una columna de fuego, de día y de noche-, la interrogante comienza a aclararse.
Si Dios, de manera explícita, los iba llevando a cada parada en el camino, ¿cómo es que el pueblo hebreo terminó en un lugar sin agua? Ocioso es recordar que, Dios, no duerme ni se distrae. Así que, sólo nos queda una conclusión posible: Por una razón importante, Él los condujo a ese derrotero. . . un desolado espacio en el desierto, seco y sin alimento.
Probablemente nosotros, al tratar de evadir Sus razones, buscamos todas las respuestas que nos ayuden a explicarnos el “porqué” de nuestra estancia en una circunstancia de dificultad, sin aceptar que, también, esa “parada en el camino” y aunque no nos guste, Él la ha planeó para nosotros por un motivo específico.
Es curioso como, sólo después de varias veces de leer el mismo libro de la Biblia, pude descubrir la clave para responder a una pregunta tan frecuente: ¿Señor, porqué a mí y porqué aquí?

viernes, 10 de febrero de 2012

"Radical"

Es cierto. No vivo en un país musulmán ni recibo amenazas de muerte por mi fe. Puedo acudir a mi congregación y alabar a Dios a todo pulmón. Mi Biblia es casi ignorada si alguien se topa con ella sobre mi mesa de noche y, en la parte trasera de mi auto, con orgullo luzco un pequeño pez que me identifica como cristiana.
Aun así, aunque no lo crean, también padezco de persecución.
Baste con sugerir como normas de conducta los diez mandamientos para que, sin tardanza, me clasifiquen como “fanática religiosa”.
Lo extraño es que, para los que me conocen de hace mucho tiempo, los recuerdos de aquel tiempo en que me prestaban total atención y, hasta me pagaban para que les hiciera predicciones astrales, han quedado borrados. Tiempos en que jamás cuestionaron ni mi moral ni mi honestidad. Los mismos que, ahora, levantan el dedo para descalificarme por mis pronunciamientos sobre la moral que Dios marca. ¿Cómo entender que aceptaran mi palabra como cierta y ahora desechen la de Dios? Es incomprensible.
Pero, es una realidad. Para quienes queremos sostener una postura en contra del pecado, surge un rechazo inmediato pues nuestras “opiniones” estorban. Antes de dar una oportunidad de revisar las consecuencias que han recaído en la sociedad por la devastación moral, prefieren convertirnos en ejemplos de obsolescencia y anacronismo.
Por eso, esta noche, tengo ganas de gritar a los cuatro vientos que, mil veces vivir el ostracismo y la crítica, a vivir una vida negando, que Dios, tiene razón. Elijo, como una libre pensadora, usar esa libertad para revisar sus mandamientos, sus ordenanzas para mí y acatarlas. Me rehúso, abiertamente, a dejarme convencer con banderas de falsas conveniencias personales.
Sí, soy creyente y moriré siendo fiel a Dios. Sí, con total convicción seguiré viviendo conforme a lo que algunos califican de “mandamientos radicales”. Y, sí, prefiero ser señalada y descalificada por mi “moral anticuada”, a vivir con el dolor de haberle fallado a mi Señor Jesús.

jueves, 9 de febrero de 2012

"Simple"

Cuando abrigué la fe en Cristo, una de mis grandes interrogantes fue: Si Dios conoce mis necesidades, ¿para qué espera a que yo le pida para dármelo?
Al leer el pasaje (Éxodo, capítulo 17, versículo 12) donde Moisés, mientras los israelitas combaten a Amalec, debe sostener su vara en alto para que su pueblo prevalezca en la batalla, encuentro una pista.
Cuando Moisés, que ya era en aquel entonces un hombre mayor y se cansaba, no sólo tuvo que sentarse en una piedra sino ser ayudado por Hur y Aarón que sostuvieron sus brazos agotados a lo largo de la batalla.
Es obvio que Dios no hubiera requerido de Moisés para dar la victoria a los hebreos. Si lo pensamos como el Dios infinitamente poderoso que es, bastaba su Voluntad de hacer desaparecer a los enemigos para que entonces sucediera. Pero, al igual que ahora, Dios estaba abriendo oportunidades de participación y que, a través de esa imagen, quedara muy claro a los dirigentes que debían aprender a darse apoyo mutuamente. Lo que ahora, los cristianos modernos, entendemos como “ayudarnos a cargar nuestras cargas”.
El ejemplo, además, parece un ejercicio al estilo de la escuela de Montessori, buscando el aprendizaje mostrando de lo concreto a lo abstracto. Y la enseñanza es simple: Si obedeces levantando el báculo, yo te bendigo con la victoria. Te sales de mi instrucción clara, simple y específica, no te bendigo pues, siendo un Dios justo, ¿cómo violar mis propias reglas?
No puedo evitar sentir un poco las ganas de reírme de mí misma, al pensar en las veces que, conociendo la ordenanza, la ignoro y a pesar de eso, espero la bendición de Dios.
Esta vez, no hay mucho que pensar ante una lección tan simple y clara.

martes, 7 de febrero de 2012

"Lo de hoy"

Las miradas de desaprobación y hasta de compasión rodean a una madre que, con vanos intentos para lograr aplacar a su hijo, va ofreciendo dulces y juguetes para evitar su rabieta a mitad del almacén. Algunos calificarán de errada la conducta de la mujer y otros, observando al niño, seguramente lo llamarán caprichoso o manipulador.
Esta escena, tan frecuentemente vista en nuestra sociedad, se ha extendido a otros lugares y a gente de muchas edades. Pero, curiosamente, hace muchos cientos de años, la mismo ocurría entre los hijos de Israel en su peregrinar por el desierto.
Los recién liberados hebreos, a cada paso, reclamaban a sus dirigentes aun cuando, sin falta, recibían alimento del cielo, nadie quedaba sin amparo ni alimento, su ropa no se gastaba y eran guiados por Dios de forma evidente. ¿Qué más necesitaban?
Creo que la respuesta, sin mucho buscar, la tenemos como parte de nuestra propia historia. Al menos, en la mía, tengo la certeza de que he comido, dormido, calzado y vestido, con decoro y hasta holgura, todos los días. Mi esposo, mis hijos y mis nietos pueden asegurar lo mismo. Y, sin embargo, cuando reviso mis peticiones a Dios, voy encontrando implícita una queja muy parecida a la de aquellos israelitas.
A la hora de pedir al Señor, internamente, tengo la expectativa de que, como esa madre en el almacén, Él me conceda todo lo pedido. Y, en mis peores momentos, he llegado a enojarme cuando su respuesta es “no”. ¿Será que espero manipular la Voluntad del Señor con mis rabietas?
¿Qué me hace padecer y quejarme, entonces? Pensándolo un poco, creo que es una combinación de tres cosas: ingratitud, al no reconocer todo lo que Él me da; egoísmo pues, en el fondo, todavía creo que todo me lo merezco y, ceguera, al dejar de ver mi verdadera condición arropada de bendiciones.

jueves, 2 de febrero de 2012

"¿Pobre faraón?"

Pocos serán los que, evitando le juicio de primera intención, no clasifiquen al faraón de Egipto, en los tiempos de Moisés, como necio, absurdo, egoísta y rebelde. Y, es que su constante respuesta oponiéndose a la instrucción que Dios le daba, a través de lo Aarón y Moisés, cae al colmo del absurdo si nos enteramos de que las plagas y calamidades para el pueblo eran terribles.
Aunque por momentos, el jerarca egipcio parecía entrar en razón y someterse a Dios, a quien pedía misericordia por intercesión de Moisés, bastaba que el mal desapareciera para volver a su postura original: ¡No dejaré ir a los hebreos!
Los israelitas, después de ver ocurrir varias plagas, comienzan a ver que Dios está detrás de la actuación de Moisés y, es para ellos confirmación, que queden libres de los males que aquejan a los que no son parte de Su pueblo. Aquellas quejas que elevan en contra de Aarón y Moisés, que leemos cuando las jornadas se hacen más pesadas por instrucciones del faraón, empiezan a desvanecerse y, su confianza en Moisés y en Dios, resurge.
Faraón es, en estos capítulos de Éxodo, el villano, las víctimas son los hebreos y los héroes, además de Dios, Moisés y Aarón. Al final de la historia, el enemigo de Dios y los hebreos, el faraón, es derrotado y humillado. ¡Pobre faraón! Muerto a consecuencia de su orgullo y rebeldía.
Lo curioso es que, aunque es muy claro su rol en la historia, ese ciclo pernicioso de: rebelarse, sufrir las consecuencias, buscar la misericordia de Dios, ofrecer obedecer y dejar en el olvido la promesa para volver a la rebeldía cuando el mal ha desaparecido, me parece muy familiar. Porque, ¿acaso no hacemos nosotros, muchas veces, lo mismo?
Nos empeñamos en hacer las cosas a nuestra manera, a pesar de saber lo que Dios nos dice al respecto. Y, cuando nos vemos atrapados por consecuencias dolorosas, corremos a buscar la ayuda del Señor y hasta osamos ofrecer cambiar nuestra conducta, sólo para volver a las andadas a nuestras antiguas formas de vivir cuando la vida vuelve a estar en calma.
Así que, pensándolo bien, realmente puedo decir. . . ¿Pobre faraón, tan soberbio y tan rebelde? O debería decir lo mismo de. . . mí.