No, mi reflexión de hoy no está basada en el libro
clásico escrito por León Tolstoi, sino en los primeros capítulos de Jueces, de
la Biblia.
En apenas tres capítulos, después de haber leído
sobre la fiel trayectoria del ya entonces centenario Josué –quién desde joven
aprendió la obediencia y fidelidad a Dios–, la vida de los israelitas va de mal
en peor.
La generación que vivió en carne propia las guerras
y victorias, siempre comandadas y orquestadas por Dios, ha muerto y le siguen
generaciones que se han olvidado del Señor. Caen entonces sobre ellos otros
pueblos que los sojuzgan y vuelven a caer en la esclavitud. Sólo cuando nuevos
jueces se levantan entre ellos, hombres que, de alguna manera (y eso es tema de otra reflexión), aún son fieles a
los mandamientos de Dios, acaudillando a los israelitas recuperan su libertad y viven en “paz”. . . durante 40 y
hasta 80 años.
Visto desde afuera, parece muy obvia la necedad de
los israelitas pues ¿qué les hace olvidar la esclavitud y las consecuencias de
la desobediencia? ¿Acaso no es muy evidente que la guerra los asaltará cada vez
que se rebelen a Dios?
Cuando estoy por escribir mi tercer interrogante,
la palabra “paz” resalta en el escrito. ¿Qué ocurre en los tiempos de paz? Y
reviso mi propia historia.
Durante los tiempos de paz, en un principio y con
la memoria de la guerra aún fresca, la gratitud aún vibra en cada
experiencia. El panorama, libre de aflicción y de conflicto, nos recuerda de la
Gracia de Dios y de cómo nos libró de aquello que nos oprimía: Carencia económica,
enfermedad, conflicto familiar o cualquier cosa que no nos permitía vivir con
libertad el gozo que creemos nos pertenece como condición de vida.
Pero el tiempo pasa y esa gratitud entusiasta
empieza a perder vigencia. Nos vamos instalando en la nueva circunstancia de
bonanza y Dios, junto con la gratitud, empieza a perder vigencia. Los días
transcurren y nosotros nos dedicamos a disfrutar y conservar ese nuevo estatus
hasta que, por el paso del tiempo, nos acostumbramos a ella. Y sin darnos
cuenta, comenzamos a pensar que ha sido nuestra habilidad la que nos ha llevado
hasta ese estado.
¿Y Dios? Él observa nuestra autosuficiencia
operando como regidora de nuestra vida y espera. Sí, espera a que nuevamente
quedemos atrapados en la dificultad y nos demos cuenta, otra vez, que lo
necesitamos para dirigir nuestras decisiones, con sabiduría y tomados de su mano para sortear los
obstáculos propios de la vida en esta tierra.
Paradójicamente, parece que la paz, si no estamos
en permanente alerta, más que ayudarnos, puede ser un caldo propicio para el
ego y una trampa que nos separa del Señor.
¿Nos quiere el Señor de rodillas por la aflicción? ¡No! Sólo nos quiere junto a Él.