Al igual que cualquier otro libro con un final triste, di vuelta a la página para concluir el libro de Jueces. Un dolor lleno de compasión me invadió al irse develando el retrato del pueblo israelita en su condición espiritual y moral. ¿Qué pasó con ellos para llegar a ese grado de deterioro?

El levita, que aún tenía presente que Dios consagró a su tribu para el sacerdocio, acepta el ofrecimiento de Micaía más por conveniencia personal que por llamado y lo confirma su cambio repentino de “empleador” cuando sigue a la tribu de Dan (Jueces 18:19). Pero, mucho más grave, es el hecho de que el levita pasaba por alto el primer mandamiento contra la idolatría y hasta se alegra de conservar los ídolos que pertenecían a Micaía. El levita, para entonces, tiene ya una conciencia cauterizada y ciega hasta en los fundamentos más esenciales de su relación con Dios y su ministerio.
Tal vez, como yo, seas un creyente novel o, quizás, uno con toda una vida en la fe o incluso uno con un ministerio dentro de la iglesia pero, después de leer sobre aquel levita, me pregunto: ¿Tomamos a Dios por su Palabra con fidelidad? O, como el levita, ¿tomamos sólo parte de sus mandamientos y los ajustamos a nuestra conveniencia?. . . ¡Piénsalo bien!
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