viernes, 1 de abril de 2011

"Sin mezclas"

Al igual que cualquier otro libro con un final triste, di vuelta a la página para concluir el libro de Jueces. Un dolor lleno de compasión me invadió al irse develando el retrato del pueblo israelita en su condición espiritual y moral. ¿Qué pasó con ellos para llegar a ese grado de deterioro?
¿El tiempo que erosionó las historias de los milagros fantásticos que Dios había obrado desde su salida de Egipto? ¿Acaso la religiosidad que transformó su fe en tradición? ¿Demasiados períodos de bonanza y bienestar? Creo que todas ellas fueron parte de su perdición y agregaría una, muy evidente, en uno de los últimos capítulos de Jueces: los principios y verdades que Dios les había entregado, ahora tomados sólo en parte y se mezclaban con los criterios y voluntad de quien los interpretaba.
El levita, que aún tenía presente que Dios consagró a su tribu para el sacerdocio, acepta el ofrecimiento de Micaía más por conveniencia personal que por llamado y lo confirma su cambio repentino de “empleador” cuando sigue a la tribu de Dan (Jueces 18:19). Pero, mucho más grave, es el hecho de que el levita pasaba por alto el primer mandamiento contra la idolatría y hasta se alegra de conservar los ídolos que pertenecían a Micaía. El levita, para entonces, tiene ya una conciencia cauterizada y ciega hasta en los fundamentos más esenciales de su relación con Dios y su ministerio.
Tal vez, como yo, seas un creyente novel o, quizás, uno con toda una vida en la fe o incluso uno con un ministerio dentro de la iglesia pero, después de leer sobre aquel levita, me pregunto: ¿Tomamos a Dios por su Palabra con fidelidad? O, como el levita, ¿tomamos sólo parte de sus mandamientos y los ajustamos a nuestra conveniencia?. . . ¡Piénsalo bien!

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