Una de las lecciones más difíciles por las que
hemos pasado, mi esposo y yo, ha sido la de apretar los puños para contener
nuestro deseo de devolver el golpe y responder a la traición, dejando el trabajo a Dios.
Afortunadamente, desde la primera prueba, nos salió
al paso el versículo 34 del libro 37 de los Salmos en donde Dios nos alertó: “Pero tú, espera en el Señor, y vive según Su voluntad, que él te exaltará para que heredes la tierra. Cuando los malvados
sean destruidos, tú lo verás con tus propios ojos”.
A pesar de que la instrucción era clara, confieso,
el dejar pasar las oportunidades para hacer mal al agresor fue un acto de
obediencia mayúsculo pues, a pesar de todo, las circunstancias nos dejaron abiertas
posibilidades para devolver el daño. Y, encima de todo, Dios ordenaba ¡esperar!
Las consecuencias de la traición vivida se
sintieron con gran severidad en los siguientes meses y, una y otra vez,
resurgía ese sentimiento de enojo contra nuestros verdugos, por lo que casi a
diario nos recordábamos el versículo para remachar el mensaje.
Y, como siempre, el tiempo pasó y logramos esperar
hasta recibir la noticia que confirmaba el cumplimiento de la promesa: Aquel
que había fraguado el plan y mentido en nuestra contra, había sido despedido de
la empresa, sorprendiéndonos no sólo a nosotros, sino a él mismo, que se pensaba
recubierto de la seguridad que entonces perdía.
A decir verdad, fue difícil no sentir una alegría
por ver la caída del enemigo y buscamos el perdón por los pensamientos. Pero
algo fue inevitable y fue reconocer que, Dios había cumplido cabal y puntualmente
lo prometido.
Entonces, nuestra fe y confianza en Él crecieron y la certeza de que la
Biblia, Su Palabra, eran ciertas.
(Continuará. . .)