Cuando recién inicié mi camino en la fe surgió una idea que, me di cuenta después, era un engaño del que no podía responsabilizar a nadie más que a mi propia expectativa.
Esperaba que, como por arte de magia, mis problemas se esfumaran y que el futuro no incluyera más que felicidad y un camino recto, plano y sin contratiempos. Pero las cosas no sucedieron así y pronto comencé a engendrar la sensación de que, mi nuevo Dios, estaba fallándome.
Mi ignorancia comenzaba a causar estragos y, gracias a la dirección de una mujer mayor, madura en la fe, mi auto-engaño fue velándose a la luz del conocimiento de la Verdad.
Versículos como: “Por que el dolor que viene de Dios es para salvación, pero el que viene de Satanás es para muerte”, cambiaron mi idea de que Dios quería evitarme cualquier experiencia dolorosa; o, “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas” (Isaías 43:2).
¿Por qué será que, cuando el resultado del conocimiento está contra nuestra expectativa, hasta la lógica más elemental es desechada?
Cruzar las aguas, los ríos y el fuego, son imágenes que nos hablan de prueba y las pruebas, por definición, implican reto, dolor o sacrificio y, recordando que Dios también dispone dolor para entender nuestra salvación, mi expectativa de una vida sin retos se reveló como una estratagema de mi ego ávido de confort.
Confieso que, a la fecha, no me gustan las pruebas dolorosas y que muchas ocasiones me rebelo a la idea de que Dios está detrás de ellas. Pero, cuando las emociones bajan, la Verdad me recuerda que es Dios quien las permite y que tiene un propósito para ellas.
Cuando tú decides confiar y tener fe en Dios, ¿también incluyes el dolor y las pruebas como parte de Su Voluntad?. . . ¡Piénsalo bien!
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