Una de las primeras preguntas que a muchos nos surge cuando alguien nos propone conocer a Dios es, ¿Y por qué Dios no hace algo con la pobreza? Tal vez la primera parte de la respuesta sería: el hombre no hace ya la voluntad de Dios sino la suya. Pero, alejándonos de la polémica que esta aseveración puede generar, mejor me enfoco en la segunda parte de la explicación que encontré en el libro de Josué.
Josué, sucesor de Moisés, fue asignado por Dios para pelear, la mitad de su vida, al frente del pueblo de Israel y a él le correspondió entregar la tierra conquistada y prometida por Dios para ellos. Y dos frases aparece en varias ocasiones en esos pasajes: “Y la entregó Josué a los israelitas por herencia conforme a su distribución según sus tribus” (Josué 11:23) y “Dio, pues, Moisés a la tribu de los hijos de Rubén conforme a sus familias” (Josué 13:15). Y, yendo un poco más atrás, cuando fue el turno de Moisés de repartir la tierra, éste también lo hizo “conforme a sus familias”, esto es, tomando en cuenta el número de gente que la conformaba en la intención de que sus necesidades de espacio, de tierra para cultivar y para sus ganados fueran cubiertas.
Pero, lo importante de todo esto es que ambos varones, Moisés y Josué, eran los portadores directos de las instrucciones que Dios tenía para el pueblo de Israel. Dios tenía en mente cubrir los requerimientos de cada persona, de cada familia y de cada tribu. Y para mantener ese equilibrio, Dios también dictó, me manera muy puntual, como se harían los ajustes cuando la tierra pasara de unas manos a otras cuando las hijas de una tribu se casaban con alguien de otra tribu o cuando alguien vendía su tierra y en el jubileo se devolvía a la tribu original. Siempre había una forma de rescatar la tierra que Él les había asignado. ¡Vaya que Dios tenía todo planeado!
Sin embargo, lo que me parece clave en todos estos capítulos es una constante: “la obediencia” de ambos líderes y del pueblo de Israel.
¿No será que, antes de cuestionar a Dios, podríamos intentar obedecerlo? Ahora, después de ocho años, cinco meses y 18 días, sé que mi vida entra en un equilibrio “divino” cuando, en obediencia, sigo las instrucciones de Dios.
¿Necesitas corregir y equilibrar algo en tu vida? Antes de hacerlo, ¡piénsalo bien!
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