Tengo que reconocer que, cada vez que mi lectura diaria de la Biblia me señala los capítulos de Josué en donde se enumeran ciudades con nombre casi impronunciables, me es difícil encontrarle mucho atractivo. Si acaso mi imaginación juega con la combinación de algunos nombres o, por curiosidad, me regreso para averiguar el número de varones de cada tribu para hacer cuadrar en mi mente el número de ciudades que le son otorgadas.
Pero, este año, brincaron en la página las ciudades que son llamadas “de refugio”. El concepto, aunque ya lo había escuchado, me asaltó como si fuera la primera vez que lo leía.
El uso de estas ciudades era, básicamente, dar un lugar a los infractores que involuntariamente cometieran un homicidio y donde, después de tener una audiencia con los sacerdotes para juzgar su caso, debían permanecer hasta que el sumo sacerdote que dictaba la sentencia muriera. Mientras así lo hiciera, el vengador no podía hacerle daño alguno y el homicida tenía un lugar donde hacer una vida.
Nuevamente, me encuentro con la evidencia de que Dios lo tiene todo previsto y que le da un tratamiento justo a cada circunstancia. Lo primero que me pareció importante fue el hecho de que el infractor hubiera cometido el asesinato por accidente y no por voluntad. Pero, además, caí en la cuenta de que a pesar de ser así el hecho tenía consecuencias. También la balanza parece nivelarse cuando Dios reconoce el natural derecho del vengador de airarse por su pérdida. La ley, entonces, dictaba que dichos asuntos se resolvían “ojo por ojo y diente por diente”. Más el asesino tenía a su favor que no había sido producto de su voluntad y ello le daba la oportunidad de retener su vida. Dios, preparándole un refugio de antemano, extendía su Gracia aunque no quitaba las consecuencias.
Me puse a pensar en cuántas ocasiones, por error o accidente, yo misma cometo pecados que no sólo dañan a alguien sino que ofenden a Dios. Y como, mi única salida al final, ha sido refugiarme en la Gracia y el perdón del Señor. Aunque me he arrepentido, la herida hecha a mi prójimo es irreparable y también Dios permite que viva la pérdida, la consecuencia que se convierte en mi recordatorio y aprendizaje.
¿Has cometido algún error que te ha quitado la paz últimamente? ¿Aún no has corrido a refugiarte en la Gracia del Señor? Él lo tiene todo dispuesto, recuerda y ¡piénsalo bien!
No hay comentarios:
Publicar un comentario