miércoles, 25 de enero de 2012

"Tal vez, sólo yo"

Seguirle el paso a la historia de Jacob me es, por su intensidad, difícil y tortuoso.
En pocos capítulos, pasa de ser el joven usurpador al proyecto de patriarca y eslabón para los cimientos del pueblo judío con sus 12 descendientes y las tribus de Israel.
Su historia me hace recorrer una gama de emociones. Enojo por el engaño a su padre, pena al verlo partir dejando el hogar, esperanza por su momento de lucidez al reconocer a Dios y frustración cuando lo escucho que lo hace llamándolo “el Dios de mi padre”. La vergüenza me invade cuando, encima, condiciona el aceptarlo como su Dios a un desplegado de peticiones. Pero. . . ¿Acaso no hacemos muchos de nosotros lo mismo?
Confieso que, al leer los pasajes donde su suegro, Labán, va engañándolo y usando la bendición que Dios derrama a través de él, me acosa la indignación que, muy pronto, se convierte en alarma. ¿Fue esa una manera de enseñar a Jacob lo que se vive al estar al otro lado de la moneda, siendo el engañado? Entonces, reviso mi propia vida y oro pidiendo a Dios me muestre mis errores para enmendarlos. . . por la buena.
Muchas son las lecciones aprendidas para entonces: Vivir en carne propia el engaño y la mentira; el dolor que se siente; la fidelidad de Dios al rescatarlo del yugo de su suegro a través de sueños con las ovejas y cabras rayadas, dándole una salida; el valor para reclamar lo que es suyo, su familia y bienes en la certeza de que es legítimo su derecho; atreverse a dejar claro que, por encima de los ídolos, está Dios y los echa fuera de sus campamentos; y, más importante, ahora reconoce a Dios como su propio Dios.  
Entonces, ¡el clímax! El rencuentro de los hermanos peleados a muerte, por décadas, ahora como jefes de su propio clan, con un bagaje de vida y con un corazón más humilde y. . . quien sabe, tal vez, hasta más sabio.
Y, cuando llego a este momento de la historia, no puedo evitar hacerme la pregunta: ¿Era necesario que Jacob sufriera tantas penurias para llegar al mismo lugar de su partida, Canaán? ¿No pudo haberse ahorrado y evitado el sufrimiento a sus padres para llegar a aceptar a Dios en sus propios términos?
Me temo, que al igual que Jacob, nos es necesario vivir las penurias y consecuencias de nuestras decisiones. Sólo así, parece, vemos nuestra verdadera estatura humana y reconocemos la de Dios.

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