¿Quién no habrá hecho eco, alguna vez, a los reclamos de Job?
Para quienes vivimos con la férrea creencia de que nuestra vida completa depende de Dios y su Voluntad, es casi inevitable, en momentos de sufrimiento y dificultad, levantar la voz con la pregunta: Señor Dios, ¿por qué a mí?
Y, aunque pueda sonar irreverente o hasta un juicio a la perfección de las decisiones de Dios, nuestra humanidad reclama respuestas cuando, esa Voluntad divina, parece no tener sentido ni encajar en nuestra comprensión.
Una cosa es saber “que los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros”, y otra, vivir con una aceptación incondicional de que, muchas veces, el Señor tiene en mente situaciones que nos parecen innecesarias por su tremendo dolor.
Job, según varios capítulos de su historia, repite y cuestiona la circunstancia de pérdida y devastación que Dios ha impuesto sobre su vida. Y, aunque la teoría respondería que peca al cuestionar al Creador en sus formas, en mi perspectiva, además de mostrar una gran honestidad y revelarme su real creencia sobre la existencia y soberanía de Dios, me muestra la convicción y su firme determinación de ser obediente y vivir sujeto a sus leyes.
Aunque muchos, cuando estamos sufriendo en mitad de las pruebas, nos pensamos como “pequeños Job”, me pregunto: ¿Podríamos también, como él, presentarnos ante Dios con una vida consagrada y honesta como la de él?
Al menos en mi caso, confieso, lejos estoy de poderme declarar inocente.
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