¿Acaso seré sólo yo la única que, al leer el inicio de Job, pensó que Dios no estaba tomando en serio la fidelidad del aquel hombre justo?
La manera en que Dios alterna con Satanás y va permitiéndole avanzar en los ataque contra un hombre inocente, confieso, me pareció irritante y hasta llegué a cuestionarme si tenía sentido el vivir en permanente cuidado de la rectitud, al igual que Job.
Pero, al llegar al versículo 25 del tercer capítulo, me surgió una nueva perspectiva. “Lo que siempre había temido me ocurrió; se hizo realidad lo que me horrorizaba”, dijo Job, ya sin familia, ni posesiones y con el cuerpo cubierto de llagas.
¿Era por temor, entonces, que Job hacía el bien y se purificaba constantemente? Con esa declaración, todo apunta a que, el móvil de aquel hombre, era el miedo a tener a Dios en su contra.
Recordando que el libro de Job es parte del Antiguo Testamento, los diez mandamientos entregados Moisés y la Ley judaica eran el código que regía a este varón. Eso incluía el mandamiento, “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Y, sin recurrir a complementos tomados del Nuevo Testamento que hablan del temor, llego a pensar que, Job, no era movido por el amor a Dios y era algo que él tal vez no había descubierto pero que Dios, sí.
Así es como, sabiendo que el Señor es el único que puede ver el corazón, comprendo que Él no usa a Job, su siervo fiel, como un juego o ensayo, sino que todo lo permite para hacer que Job lo conozca realmente. Y, ¿quién conociendo al Señor, íntimamente, puede no amarlo?
Pensándolo bien. . . Dios tenía buenas razones.
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