Jesús va de pueblo en pueblo, relata la historia en
el capítulo 8 de Mateo, sanando enfermos y obrando milagros. La gente lo sigue y
las multitudes se agolpan a su alrededor, en la esperanza de ser alcanzados por
su mano prodigiosa. Lo escuchan predicar y se maravillan. Todos han oído de
aquel hombre que habla como los sabios y sana como el mismísimo Dios. ¡Todo
parece ir viento en popa!
Hasta que llega al pueblo donde se topa con dos endemoniados
y, los espíritus malignos, lo reconocen. Entonces, Jesús los expulsa del cuerpo de
los hombres y los envía con los cerdos que caen en el peñasco. ¡Casi puedo
imaginar la horrible escena! La piara enloquecida, chillando con ruidos
infernales y despeñándose para darse muerte.
Eso también se vuelve noticia y, los testigos, corren
al pueblo vecino para enterarlos de lo ocurrido. Todos en la zona sabían que
aquellos hombres endemoniados impedían el tránsito entre los poblados.
Entonces, ¿no era eso una buena noticia?
Pero, lo que ellos retienen, no es el buen final
sino el proceso horrendo de los cerdos enloquecidos, temen y, peor aún, el temor no
recae sobre los cerdos sino sobre. . . Jesús. Él ha provocado el estrepitoso
desenlace y ahora le tienen miedo.
Entonces leo, en esos renglones, algo difícil de comprender: “Y toda la
ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera
de su comarca.” (Mateo 8:34)
¿Dónde quedaron las noticias de los prodigios y milagros, y de la sabiduría y la bondad del recién llegado? ¿Acaso nadie había divulgado las maravillas que Jesús había orquestado a favor de los necesitados?
¿Dónde quedaron las noticias de los prodigios y milagros, y de la sabiduría y la bondad del recién llegado? ¿Acaso nadie había divulgado las maravillas que Jesús había orquestado a favor de los necesitados?
¡Imposible que no lo supieran! Y, sin embargo, le “ruegan” que se vaya, que no entre a su
ciudad.
Una gran tristeza me invade al pensar en esa gente.
¿Cuántos se habrán perdido de ser tocados por Jesús y ser sanados? ¿Cuántos
dejaron de ver su vida cambiada por no escuchar sus mensajes? ¿Cuántos se
perdieron de las múltiples bendiciones que estaban preparadas, con la llegada
de Jesús, a su comarca?
Aunque parece una historia del pasado, al
recordarla, me doy cuenta de cuanta gente sigue levantando su mano para decirle:
¡Alto, Jesús, no eres bienvenido! La gente, a pesar de saber de los milagros de vidas
transformadas, de matrimonios rescatados, de sanaciones inexplicables y de
evidencias sorprendentes del poder de Dios en acción, aun entonces, le cierran
la puerta diciendo, ¡Vete! ¡No entres en nuestra vida!
La historia en nuestros días, parece, se sigue repitiendo.
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