Casi cualquier persona de occidente, puede recordar
parte de la oración que dice “Hágase Tu
Voluntad, aquí en la tierra como en el cielo” y, el creyente promedio,
conoce el versículo que nos exhorta: “Estad
gozosos; orad sin cesar; dad gracias en todo, porque esta es la Voluntad de
Dios para vosotros en Cristo Jesús.” (Tesalonicenses 5:16-18)
Entonces paso las hojas y voy revisando lo que eso
implicó para los personajes bíblicos:
Para los israelitas, al ser guiados a través del
desierto por Dios, implicó llegar adonde no había agua; para Abram, ser
capturado lejos de la casa de su padre y vivir con su esposa, Sara, estéril;
para Noé, pasar 190 días en un arca repleta de animales y bajo gran incertidumbre
(por ningún lado encuentro que Dios le hubiese dicho el buen final de la
historia); para José, vivir como esclavo tras ser vendido por sus hermanos;
para Esteban, morir apedreado después de presentar el Evangelio; para los
apóstoles, subir a una barca, comandada por el mismísimo Jesús, para enfrentar
una tormenta; y los ejemplos son interminables.
En cada una de las historias, el protagonista vive
siguiendo la Voluntad expresa de Dios y, a mi parecer, ninguna de ellas me
parece sencilla o placentera. ¿Cómo entonces es que nos atrevemos a orar
semejante oración?
El análisis parece complicarse pues, de alguna
manera, tenemos que definir al autor de esa voluntad, lo que nos deja dos
posibilidades: O es un ser perverso que se goza en el sufrimiento de sus
criaturas, o es, como Él mismo se declara, un Padre que nos ama y nos procura.
Antes de cualquier conclusión, vuelvo a las
historias:
Los judíos errantes llegan a la tierra que Dios les
prometió y van haciéndola parte de su heredad tras las batallas victoriosas que
Él les va a instruyendo que libren; Abraham se convierte en un hombre poderoso
y es padre de Isaac; Noé completa la aventura, sano y salvo, y vuelve a tierra
firme con su familia y todas las especies animales con él; José se convierte en
el segundo hombre más poderoso de Egipto y salva a su pueblo en los tiempos de
hambruna; Esteban, con su muerte, es el detonante de una campaña de
evangelización masiva y es el ejemplo que Paulo (después nombrado Pablo) podrá
recordar cuando, él mismo, se convierte en el principal propagador del mensaje
de Jesús; y los apóstoles, aunque avergonzados por dejarse llevar por el
pánico, son testigos del poder de su Maestro, no sólo sobre enfermedades y demonios, sino
sobre la naturaleza misma.
De no haber terminado las historias, es muy
probable que Dios hubiera quedado definido como el Todopoderoso cruel y no
digno de nuestra fe ni nuestra confianza.
Casi puedo asegurar, que ninguno de nosotros nos
atreveríamos a pronunciar semejante declaración pero, cuando nuestra propia
historia de creyentes va a la mitad de la trama y nos dejamos abatir por las
dudas, incluso pensando que Él nos ha abandonado, ¿no lo estamos asumiendo como
el Dios indiferente o malicioso?
Su Voluntad, ahora entiendo, incluye tiempos de
prueba y dolor que, sin duda, tienen un buen propósito; y si ese propósito
proviene de un Padre, con su amor y buena intención para nosotros, ¿no es
motivo suficiente para darle gracias anticipadas, por el bien que tiene en
mente para nuestra vida?
Si esperamos a que todo ocurra para mostrarle
gratitud, a mi manera de ver, estamos poniendo en duda la naturaleza de Dios y
no creemos lo que Él dice de Su Voluntad: que es buena, agradable y perfecta.
Sería bueno, entonces, recordar que no debemos
juzgar sobre las historias a medias.
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