martes, 8 de enero de 2013

"Historias a medias"


Casi cualquier persona de occidente, puede recordar parte de la oración que dice “Hágase Tu Voluntad, aquí en la tierra como en el cielo” y, el creyente promedio, conoce el versículo que nos exhorta: “Estad gozosos; orad sin cesar; dad gracias en todo, porque esta es la Voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús.” (Tesalonicenses 5:16-18)
Entonces paso las hojas y voy revisando lo que eso implicó para los personajes bíblicos:
Para los israelitas, al ser guiados a través del desierto por Dios, implicó llegar adonde no había agua; para Abram, ser capturado lejos de la casa de su padre y vivir con su esposa, Sara, estéril; para Noé, pasar 190 días en un arca repleta de animales y bajo gran incertidumbre (por ningún lado encuentro que Dios le hubiese dicho el buen final de la historia); para José, vivir como esclavo tras ser vendido por sus hermanos; para Esteban, morir apedreado después de presentar el Evangelio; para los apóstoles, subir a una barca, comandada por el mismísimo Jesús, para enfrentar una tormenta; y los ejemplos son interminables.
En cada una de las historias, el protagonista vive siguiendo la Voluntad expresa de Dios y, a mi parecer, ninguna de ellas me parece sencilla o placentera. ¿Cómo entonces es que nos atrevemos a orar semejante oración?
El análisis parece complicarse pues, de alguna manera, tenemos que definir al autor de esa voluntad, lo que nos deja dos posibilidades: O es un ser perverso que se goza en el sufrimiento de sus criaturas, o es, como Él mismo se declara, un Padre que nos ama y nos procura.
Antes de cualquier conclusión, vuelvo a las historias:
Los judíos errantes llegan a la tierra que Dios les prometió y van haciéndola parte de su heredad tras las batallas victoriosas que Él les va a instruyendo que libren; Abraham se convierte en un hombre poderoso y es padre de Isaac; Noé completa la aventura, sano y salvo, y vuelve a tierra firme con su familia y todas las especies animales con él; José se convierte en el segundo hombre más poderoso de Egipto y salva a su pueblo en los tiempos de hambruna; Esteban, con su muerte, es el detonante de una campaña de evangelización masiva y es el ejemplo que Paulo (después nombrado Pablo) podrá recordar cuando, él mismo, se convierte en el principal propagador del mensaje de Jesús; y los apóstoles, aunque avergonzados por dejarse llevar por el pánico, son testigos del poder de su Maestro, no sólo sobre enfermedades y demonios, sino sobre la naturaleza misma.
De no haber terminado las historias, es muy probable que Dios hubiera quedado definido como el Todopoderoso cruel y no digno de nuestra fe ni nuestra confianza.
Casi puedo asegurar, que ninguno de nosotros nos atreveríamos a pronunciar semejante declaración pero, cuando nuestra propia historia de creyentes va a la mitad de la trama y nos dejamos abatir por las dudas, incluso pensando que Él nos ha abandonado, ¿no lo estamos asumiendo como el Dios indiferente o malicioso?
Su Voluntad, ahora entiendo, incluye tiempos de prueba y dolor que, sin duda, tienen un buen propósito; y si ese propósito proviene de un Padre, con su amor y buena intención para nosotros, ¿no es motivo suficiente para darle gracias anticipadas, por el bien que tiene en mente para nuestra vida?
Si esperamos a que todo ocurra para mostrarle gratitud, a mi manera de ver, estamos poniendo en duda la naturaleza de Dios y no creemos lo que Él dice de Su Voluntad: que es buena, agradable y perfecta.
Sería bueno, entonces, recordar que no debemos juzgar sobre las historias a medias.

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