viernes, 29 de marzo de 2013

"Y después del Hosanna"


Cinco días han pasado desde que, en Jerusalén, se escuchara: “¡Hosanna, hijo de David!”. La multitud, ondeando palmas al cielo, pedía a Jesús de Nazaret: ¡Salva, ahora, hijo de David! pero, no viendo la respuesta esperada en una salvación a base de contienda, olvida aquella ruidosa celebración y entrega al Mesías en manos de sus enemigos. ¿Su nueva solicitud? ¡Dadle muerte!
La idea de una actitud tan contrastante me parece difícil de entender hasta que. . .descubro nuestra semejanza con ellos. ¿Acaso no clamamos, muchas veces, para que Dios nos salve de la circunstancia que nos oprime? A veces es el yugo de las finanzas quebradas y otras de la relación perdida pero, a fin de cuentas, clamamos para que nos libre de todo aquello que nos atrapa en el dolor o la incomodidad. Para los judíos de entonces era la sujeción a Roma, para nosotros, ahora, es todo lo difícil en nuestra vida.
Al igual que los judíos del tiempo de Jesús, al no ver la salvación cerca, ¿acaso no damos la espalda al Salvador cuando buscamos nuestras propias soluciones? ¿No es una traición el depositar nuestra confianza en otros recursos que nada tienen que ver con Él?
Entonces llega el terrible momento de la muerte en la cruz que, sólo una vez, he alcanzado a percibir con terror y fue al observar el pasaje en la película de “La Pasión”. Esa noche, al abandonar la sala del cine, mi corazón sentía tal opresión, que fui incapaz de articular una sola palabra. Y, desde entonces, vuelvo los ojos hacia otro lado cuando tengo frente a mí una imagen que me devuelve aquella sensación de horror y desasosiego. ¡No deseo volver a sentirlo y prefiero evitarlo!
Pero hoy que recordamos aquel fatídico evento ocurrido hace casi dos mil años, me sobresalto al descubrir en mí uno de los sentimientos que más detesto: La ingratitud. Y es que, ¿acaso el evitar recordar el sacrificio de Jesús, evitar verlo para no sentir mortificación, no es un acto de ingratitud?  

Me topo con un renglón durante mi lectura: “Y mientras moría, los perdonaba”. Entiendo que yo estoy incluida en aquellos a quienes perdonaban y que “mientras moría”, injustamente martirizado, insultado, sobajado y abandonado por todos los que lo rodeaban, en una muestra de amor indescriptible, pedía perdón por la humanidad.
Es momento de abrir los ojos y ver, aun sintiendo horror y dolor, lo que Jesús, el Hijo de Dios, hizo en aquel madero. Y es tiempo de agradecerle, reconociendo la magnitud del sacrificio, que en la agonía de su dolorosa muerte pensara en la humanidad perdida, en mí, extendiendo un perdón inmerecido. . .cubriéndome con Su Gracia.
Ya no se escuchan las voces coreando Hosanna ni se ven palmas agitándose al viento. Hoy, al recordar y mirar de frente aquella cruz, un silencio de dolor reverente debería extenderse sobre la Tierra y un nuevo coro mudo debería resonar en el corazón del mundo, diciendo: ¡Gracias, Jesús y Salvador, por tu amor y por tu salvación!

Hoy es viernes de muerte pero, no desfallezcas. . .el domingo está en camino.

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