Cinco días han pasado desde que, en Jerusalén, se
escuchara: “¡Hosanna, hijo de David!”. La multitud, ondeando palmas al cielo,
pedía a Jesús de Nazaret: ¡Salva, ahora, hijo de David! pero, no viendo la
respuesta esperada en una salvación a base de contienda, olvida aquella ruidosa
celebración y entrega al Mesías en manos de sus enemigos. ¿Su nueva solicitud?
¡Dadle muerte!
La idea de una actitud tan contrastante me parece
difícil de entender hasta que. . .descubro nuestra semejanza con ellos. ¿Acaso
no clamamos, muchas veces, para que Dios nos salve de la circunstancia que nos
oprime? A veces es el yugo de las finanzas quebradas y otras de la relación
perdida pero, a fin de cuentas, clamamos para que nos libre de todo aquello que
nos atrapa en el dolor o la incomodidad. Para los judíos de entonces era la
sujeción a Roma, para nosotros, ahora, es todo lo difícil en nuestra vida.
Al igual que los judíos del tiempo de Jesús, al no
ver la salvación cerca, ¿acaso no damos la espalda al Salvador cuando buscamos
nuestras propias soluciones? ¿No es una traición el depositar nuestra confianza
en otros recursos que nada tienen que ver con Él?
Entonces llega el terrible momento de la muerte en
la cruz que, sólo una vez, he alcanzado a percibir con terror y fue al observar
el pasaje en la película de “La Pasión”. Esa noche, al abandonar la sala del
cine, mi corazón sentía tal opresión, que fui incapaz de articular una sola
palabra. Y, desde entonces, vuelvo los ojos hacia otro lado cuando tengo frente
a mí una imagen que me devuelve aquella sensación de horror y desasosiego. ¡No
deseo volver a sentirlo y prefiero evitarlo!

Me topo con un renglón durante mi lectura: “Y
mientras moría, los perdonaba”. Entiendo que yo estoy incluida en aquellos a
quienes perdonaban y que “mientras moría”, injustamente martirizado, insultado,
sobajado y abandonado por todos los que lo rodeaban, en una muestra de amor
indescriptible, pedía perdón por la humanidad.
Es momento de abrir los ojos y ver, aun sintiendo
horror y dolor, lo que Jesús, el Hijo de Dios, hizo en aquel madero. Y es
tiempo de agradecerle, reconociendo la magnitud del sacrificio, que en la
agonía de su dolorosa muerte pensara en la humanidad perdida, en mí,
extendiendo un perdón inmerecido. . .cubriéndome con Su Gracia.
Ya no se escuchan las voces coreando Hosanna ni se
ven palmas agitándose al viento. Hoy, al recordar y mirar de frente aquella
cruz, un silencio de dolor reverente debería extenderse sobre la Tierra y un nuevo
coro mudo debería resonar en el corazón del mundo, diciendo: ¡Gracias, Jesús y
Salvador, por tu amor y por tu salvación!
Hoy es
viernes de muerte pero, no desfallezcas. . .el domingo está en camino.