viernes, 6 de mayo de 2011

"En su lugar"

“Porque Dios abomina a los orgullosos, pero exalta a los humildes”, es un versículo que siempre me pareció lógico y simple de comprender. Hasta que, hace unos cuantos días, pude ver que la sentencia tiene pliegues y mayor profundidad de la que inicialmente aparenta.
Si alguien me hubiera preguntado a cuál de los dos grupos pertenezco, mi respuesta habría sido que a la de los humildes. ¡Nada más falso, veo ahora! Y también lo descubrí cuando, sentada en un restaurante, hablaba de Dios a una personita cuya cultura borró a Dios y, por ende, la oportunidad de conocerlo.
Mi entusiasmo creció al hablar pues me percataba de que, después de 8 años, 7 meses y 6 días, tengo una experiencia y conocimiento de Dios que ni siquiera imaginé. El corazón me rebosaba de amor al presentarlo a aquella joven y el respaldo de Su Palabra me llenaba de confianza por saber que, todo, era Su Verdad.
Incluso cuando mi pequeña amiga me preguntó sobre la forma en que lo había conocido, mi corazón se alegró de tener la oportunidad de hacerlo. Sólo que, la emoción cambió a medida que le iba relatando mi historia. Un sentimiento de vergüenza fue invadiéndome, no sólo por mi pasado, sino al darme cuenta de que al paso de estos años me había revestido del orgullo que me produce pertenecer a la familia de Cristo, algo que no está mal. El error, comprendí, está en que poco a poco me he ido olvidando de mi verdadera condición pecadora y hasta he comenzado a creer que mi nueva “buena conducta” ha sido el motivo de mi exaltación y justificación.
El versículo resonó en mi cabeza redarguyéndome y entendí que la razón para mi exaltación es por el simple hecho de que llevo a Cristo en mí y no por mis méritos. Porque, a decir verdad, mi pasado e incluso mi presente condición siguen siendo motivo de humillación para mí. ¡Un día fuera de la Voluntad del Señor, siempre, se convierte en un día motivo de mi vergüenza! ¿Acaso he dejado de ser pecadora?
Me resulta muy claro, ahora, que es sano recordar y confesar mi pasado; hablar de él con la gente para poner las cosas en su lugar y no permitir que mi poco avance me envanezca y me vuelva orgullosa.
Si hoy te preguntara a qué grupo perteneces, tú, ¿de qué grupo serías?. . . ¡Piénsalo bien!

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