Al paso del tiempo me he dado cuenta de que, la gente que nos rodea, piensa que los cristianos hemos dejado de batallar con los conflictos que atañen al resto de los seres humanos. Cuando, al igual que todos, tenemos que superar nuestros pasajes de mal humor, disgustos y todo aquello que surge en la relación que se da entre dos personas. Resumen: también tenemos problemas y pleitos. . . ¡ojalá no los hubiera, pero suceden!
Tal vez la diferencia debiera ser la manera de resolverlos pero, tristemente, a veces somos presa de emociones que dilatan nuestro tiempo de reconsiderar y restablecer la relación. Irónico, supongo, sobre todo por la invitación permanente que Jesús nos hace en la Biblia para perdonar y amar al prójimo. Un recordatorio en especial me “llegó”, literalmente, mientras luchaba con mi natural rebeldía a la reconciliación.
“El regalo secreto apacigua el enojo; el obsequio discreto calma la ira violenta”, dijo el Señor en Proverbios 21:14.
¿Qué puede ser ese regalo secreto u obsequio discreto que logre aplacar el enojo y la ira?, pensé. ¿Se refiere a la mi enojo o la ira del otro?
Mi primer recuerdo fue el pasaje entre dos hermanos, Esaú y Jacob, distanciados por años y cuya despedida estuvo impregnada del enojo de Esaú. Jacob, antes del encuentro, envió caravanas con regalos para congraciarse con el ofendido. Pero, a poco de pensarlo, llegué a la conclusión de que no podía ser ese tipo de regalo del que habla Dios. Fueron demasiado exhibidos aquellos regalos. La duda me rondó por un par de días hasta que, por experiencia propia, comprendí a qué se refería el versículo.
Sólo habían pasado un par días desde que había tenido un violento enfrentamiento con alguien muy cercano y muy querido. La única salida que ambas encontramos para despedirnos con algo parecido a la paz fue ignorarnos. Y, anticipándose al reencuentro, llegó a mi corazón el arrepentimiento por la convicción de que había errado al decir cosas que no debía y con el arrepentimiento, llegó la Gracia para también perdonar la ofensa recibida.
Para cuando estuvimos frente a frente, supe que las palabras estaban de más y fue un sincero abrazo lo que restauró la relación.
Entendí cuál es ese regalo secreto, el obsequio discreto: la Gracia del perdón que, adelantándose a las aclaraciones, predispone a nuestro corazón para dar la bienvenida a la paz. Gracias que nace del nuestro arrepentimiento.
Los conflictos, lo sé, seguirán ocurriendo en mi vida. Pero, ahora que he descubierto la fórmula para resolverlos, ¿podré ser suficientemente generosa para regalar, discreta y secretamente, el perdón para hacer las paces? Y tú, ¿también lo harías?. . . ¡Piénsalo bien!
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