“Sin motivo demandabas fianza de
tus hermanos, y en prenda los despojabas de sus mantos; ¡y desnudos los
dejabas!”, leí en el capítulo 22 del libro que narra la vida de Job.
¿De quién habla el tal Elifaz?
¿Quién es el monstruo que describe en los versículos siguientes? ¿Quién dejó
sin agua al sediendo y negó comida al hambriendo, y cometió tantas
sinvergüenzadas?
Entonces regreso al capítulo uno y
releo: “No hay en la tierra nadie como él; es un hombre recto e intachable, que
me honra y vive apartado del mal”. Sí, es Dios hablando del mismo personaje a quien
Elifaz –supuesto amigo de Job– se refiere.
El resto del capítulo 22 continúa
salteado de acusaciones y declaraciones ciertas –algunas hablando de Dios.
Yo, que usualmente subrayo en mi
Biblia aquello que llama mi atención y sé que debo recordar, en esta ocasión no
lo hago pues algo me impide seguir mi costumbre. Me doy cuenta de que han
surgido alertas sobre todo lo que está escrito bajo el título de “Tercer
discurso de Elifaz”.
¿Cómo estar segura de que su
discurso no está alterado? ¿Cómo confiar en alguien que es capaz de levantar
acusaciones que a todas luces son falsas y contravienen la opinión que Dios
tiene de Job?
Paso de largo y no subrayo una
sóla palabra de todo el texto.
La incomodidad que me produce descubrir como he escuchado y hasta seguido consejos de quienes no tienen a
Dios por aval, me señalan mi descuido y poca sabiduría. ¿Cuántas veces he
tomado por verdad las aseveraciones de quienes incluso son opuestos a lo que
Dios dice?
Tal vez Elifaz fue un mal amigo y
un mentiroso pero algo debo agradecerle: Recordarme que debo ser cuidadosa al
elegir a quien escucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario