A veces no puedo evitar el pensar en cuán equivocada es la forma de clasificar de la gente sobre lo que la Biblia dice y enseña. Muchos la toman casi como “letra muerta” cuando, en mi experiencia, es la más viva de las lecturas que han pasado por mis manos.
Por ejemplo, algo que casi todos hemos leído sin mucho detenimiento, es la forma en que Dios organiza a los israelitas en el libro de Exodo. Y, algo que particularmente me ha dado mucho que aprender son las ciudades de refugio.
Esas ciudades eran lugares adónde la gente que había cometido un delito, ahora llamado “imprudencial”, es decir, sin la intención de hacerlo, podían ir a vivir y así evitar una sentencia de muerte.
En mi vida diaria veo que tales “delitos” son cometidos por mucha gente, una y otra vez, sólo que su consecuencia es la ruptura definitiva de una relación, sentencias críticas y descalificadoras de los que los rodean o el constante ataque de la gente quienes los clasifican de por vida como “culpables”. Poca o nula oportunidad tienen esos infractores de recuperarse de las consecuencias de sus errores.
¿Qué sería de todos esos “culpables” si cada uno de nosotros abriéramos en nuestro corazón una pequeña ciudad de refugio? Un espacio, un rincón donde pudiéramos mostrar Gracia y perdón. ¡Cuántos no se librarían del cadalso de nuestro juicio!
Después de enterarme que Dios ordenó ese rincón de Gracia para mostrarla a los culpables, quiero abrir el mío y espero que se grande, ¡muy grande! Y tú, ¿cuándo inaugurarás el tuyo? Tal vez ya es tiempo y te haga falta ¡Piénsalo bien!
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