jueves, 9 de febrero de 2012

"Simple"

Cuando abrigué la fe en Cristo, una de mis grandes interrogantes fue: Si Dios conoce mis necesidades, ¿para qué espera a que yo le pida para dármelo?
Al leer el pasaje (Éxodo, capítulo 17, versículo 12) donde Moisés, mientras los israelitas combaten a Amalec, debe sostener su vara en alto para que su pueblo prevalezca en la batalla, encuentro una pista.
Cuando Moisés, que ya era en aquel entonces un hombre mayor y se cansaba, no sólo tuvo que sentarse en una piedra sino ser ayudado por Hur y Aarón que sostuvieron sus brazos agotados a lo largo de la batalla.
Es obvio que Dios no hubiera requerido de Moisés para dar la victoria a los hebreos. Si lo pensamos como el Dios infinitamente poderoso que es, bastaba su Voluntad de hacer desaparecer a los enemigos para que entonces sucediera. Pero, al igual que ahora, Dios estaba abriendo oportunidades de participación y que, a través de esa imagen, quedara muy claro a los dirigentes que debían aprender a darse apoyo mutuamente. Lo que ahora, los cristianos modernos, entendemos como “ayudarnos a cargar nuestras cargas”.
El ejemplo, además, parece un ejercicio al estilo de la escuela de Montessori, buscando el aprendizaje mostrando de lo concreto a lo abstracto. Y la enseñanza es simple: Si obedeces levantando el báculo, yo te bendigo con la victoria. Te sales de mi instrucción clara, simple y específica, no te bendigo pues, siendo un Dios justo, ¿cómo violar mis propias reglas?
No puedo evitar sentir un poco las ganas de reírme de mí misma, al pensar en las veces que, conociendo la ordenanza, la ignoro y a pesar de eso, espero la bendición de Dios.
Esta vez, no hay mucho que pensar ante una lección tan simple y clara.

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