viernes, 24 de febrero de 2012

"Libre. . . al fin"

En estos días, ¡todos hablan de Whitney!
Y las opiniones son tan diversas. Algunos comentarios, cargados de juicio, la desechan, señalándola como la mujer que desperdició su vida y que recibió lo que merecía. Otras, suavizadas por una mirada más humana, lamentan el suplicio vivido en su matrimonio, lleno de eventos tormentosos. Pero, a fin de cuentas, la historia de la talentosa cantante fue motivo de crítica en unos y reflexión, en otros.
No siendo muy asidua a seguir las noticias del espectáculo, me fui enterando por diferentes fuentes de su origen y su historia. 
El inicio, una niña que cantaba en la iglesia protestante de su comunidad. La trama, la fama y un esposo que la inicia en las drogas de las que, sin importar con cuanto afán, no se logró librar. El final, la cantante que, abiertamente, habla del amor de Cristo y canta la canción que, muy probablemente, aprendió en la escuela dominical: “Jesús me ama”. 
Ver la escena que precedió a su muerte, entonando la conocida letra que habla del amor de nuestro Salvador, me sembró una idea.
¿Acaso no todos tenemos un “algo” que nos jala hacia la desobediencia y nos aleja de Dios? Tal vez, el adicto al trabajo, parezca menos condenable. O el que lucha con la pornografía, cada vez que se acerca una pantalla. Y, no puedo borrar de la lista: la ira, la gula, la mentira, la holgazanería, el sexo, el egoísmo, el miedo, el alcohol, la religiosidad y, las posibilidades, son interminables.
Para Whitney, todos sabemos, fueron las drogas y me pregunto, ¿acaso el tiempo que estamos lejos, caídos, es lo que define nuestra salvación? ¿Soy yo la única que alcanza a escuchar a esa mujer declarando públicamente su confianza en Jesús? ¿No nace en nadie más la idea de que, tal vez, el corto tiempo desde que entonó su último canto hasta su muerte, fue un acto de inmensa misericordia de Dios? ¿Podría ser que Dios, conociendo su calvario, diera fin al tormento que la azotaba en vida, para llevarla a su encuentro, al lugar de paz y descanso que por Gracia le había prometido?
La muerte, casi por definición, la juzgamos como algo malo y, si se da en las circunstancias tan trágicas como las de Whitney, tendemos a pensar que es “el castigo merecido”. Pero, creyendo en la Gracia, en la Salvación y en la fidelidad de Dios en sus promesas, me inclino a pensar, con alivio, que fue un regalo de Dios para hacer de Whitney, finalmente, una mujer libre.

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