jueves, 2 de febrero de 2012

"¿Pobre faraón?"

Pocos serán los que, evitando le juicio de primera intención, no clasifiquen al faraón de Egipto, en los tiempos de Moisés, como necio, absurdo, egoísta y rebelde. Y, es que su constante respuesta oponiéndose a la instrucción que Dios le daba, a través de lo Aarón y Moisés, cae al colmo del absurdo si nos enteramos de que las plagas y calamidades para el pueblo eran terribles.
Aunque por momentos, el jerarca egipcio parecía entrar en razón y someterse a Dios, a quien pedía misericordia por intercesión de Moisés, bastaba que el mal desapareciera para volver a su postura original: ¡No dejaré ir a los hebreos!
Los israelitas, después de ver ocurrir varias plagas, comienzan a ver que Dios está detrás de la actuación de Moisés y, es para ellos confirmación, que queden libres de los males que aquejan a los que no son parte de Su pueblo. Aquellas quejas que elevan en contra de Aarón y Moisés, que leemos cuando las jornadas se hacen más pesadas por instrucciones del faraón, empiezan a desvanecerse y, su confianza en Moisés y en Dios, resurge.
Faraón es, en estos capítulos de Éxodo, el villano, las víctimas son los hebreos y los héroes, además de Dios, Moisés y Aarón. Al final de la historia, el enemigo de Dios y los hebreos, el faraón, es derrotado y humillado. ¡Pobre faraón! Muerto a consecuencia de su orgullo y rebeldía.
Lo curioso es que, aunque es muy claro su rol en la historia, ese ciclo pernicioso de: rebelarse, sufrir las consecuencias, buscar la misericordia de Dios, ofrecer obedecer y dejar en el olvido la promesa para volver a la rebeldía cuando el mal ha desaparecido, me parece muy familiar. Porque, ¿acaso no hacemos nosotros, muchas veces, lo mismo?
Nos empeñamos en hacer las cosas a nuestra manera, a pesar de saber lo que Dios nos dice al respecto. Y, cuando nos vemos atrapados por consecuencias dolorosas, corremos a buscar la ayuda del Señor y hasta osamos ofrecer cambiar nuestra conducta, sólo para volver a las andadas a nuestras antiguas formas de vivir cuando la vida vuelve a estar en calma.
Así que, pensándolo bien, realmente puedo decir. . . ¿Pobre faraón, tan soberbio y tan rebelde? O debería decir lo mismo de. . . mí.

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