lunes, 23 de enero de 2012

"No todo es malo"

Como padres, a veces, hacemos pequeñas alianzas con alguno de los hijos al que sentimos más afín. Ya sea por un gusto en especial o por la forma como nos trata. Algo que pensamos inocuo y que, en algunos casos, termina con una división familiar muy dolorosa para todos. Eso, evidentemente, ocurrió en la familia de Isaac con sus hijos Esaú y Jacob.
La historia, que en nada se queda atrás con el melodrama más actual, va subiendo en intensidad cuando Rebeca, movida por ese favoritismo, induce a su hijo menor, Jacob, para que engañe al padre y reciba la bendición que corresponde a su primogénito, Esaú.
El rompimiento, cuando Esaú descubre del robo de la bendición, es total y Jacob debe huir. ¡Qué dolor para Isaac saberse engañado por su propio hijo! No sólo por el robo mismo, sino por el abuso de Jacob que ha tomado ventaja de las deficiencias físicas de su vejez: la ceguera. Y, aunque Isaac hace preguntas para cerciorarse de la identidad de Esaú, es engañado.
¿Por qué tantas preguntas?, pienso. Mi conclusión es que, a lo largo de su relación con Jacob, la confianza no ha sido cultivada. Esto es, ¡no se fía de Jacob, su propio hijo!
El mal está hecho y Jacob, ahora, es quien gozará de la bendición. El padre, siendo fiel y tomando muy en serio la bendición, se lamenta pero se mantiene firme. ¡Lo hecho, hecho está!
Una compasión enorme me surge por Isaac al ponerme en sus zapatos. Ciego, viejo y traicionado, no sólo por su hijo menor sino por su esposa, la cómplice. Cuanta tristeza saber que, cuando su vida llega casi al final, sus hijos se odian y uno ha jurado matar al otro. Y, para rematar, vivirá entre la esposa traicionera y dos nueras pendencieras. ¿Qué puede surgir de bueno en un corazón tan agobiado?
Es ahí donde, al leer que “Isaac llamó a Jacob, lo bendijo y le ordenó, diciendo: “No tomarás mujer de entre las hijas de Canáan. . . Y el Dios Todopoderoso te bendiga, te haga fecundo y te multiplique. . . Y te dé también la bendición de Abraham” (Génesis 28:1-4)”, veo al padre y su amor incondicional.
Esta vez, Isaac, no da a Jacob una bendición robada. Después de todo lo que el hijo ha hecho, este padre dolorido, traicionado y triste, confirma su bendición y lo despide hacia donde, él cree, será lo mejor para Jacob.
Entonces me pregunto: Cuando la rabia y la decepción, como padres, nos está rebasando, ¿somos capaces de seguir bendiciendo a nuestro hijo, a pesar de todo? Vale la pena pensarlo.

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