miércoles, 18 de enero de 2012

"Dios de los absurdos"

¿Quién en su sano juicio haría lo que Abram? Él, cabeza de casa que, en esos tiempos, implicaba pueblos completos y que dependían de sus buenas o malas decisiones, se pinta a sí mismo como el rey de los absurdos.
Puedo imaginar lo que, los más cercanos a Abram, pudieron opinar cuando lo escucharon ofrecer a su sobrino elegir. ¿Y qué será de todos nosotros?, habrán dicho algunos. ¿Acaso no piensa en que toda su casa sufrirá las consecuencias de vivir en una tierra árida? ¡Qué absurdo!
Es fácil pensar en que pudo haber sido tachado de muchas cosas: egoísta, tonto o loco. Sus antecedentes tampoco le ayudaban pues, ¿no había sido este mismo personaje el que, de un día para otro y tal vez argumentando que Dios se lo pidió, tomó sus cosas y se fue de la casa de su padre sin un plan o destino definido?
La presión familiar, aún en nuestros días, puede ser algo de mucho peso para casi cualquier persona. Mantenerse en una decisión, cuando el entorno no ve la lógica en ella, es un acto que requiere una convicción férrea o una fe muy fuerte. Es ahí donde Abram refrenda la razón por la que Dios lo nombra “padre de la fe”.
Abram demuestra, una vez más, la certeza de que Dios hará con él lo que tiene planeado sin importar o depender de la tierra en que se plante. Si el Señor tenía planeado hacerlo prosperar, con o sin tierra fértil, igual lo haría. E incluso, si la prosperidad no fuera su destino, poco importaba si terminaba estableciéndose en un lugar floreciente.
Es entonces que confirmo que, el patriarca, tenía muy claro lo que significaba soberanía y no cabía en él la duda del poder de Dios.
Cuando me veo tratando de evitar circunstancias inciertas y escurriéndome para librarme de la dificultad, se abre aún más la brecha y la distancia entre la fe de Abram y mi propia fe. Y puedo comprender porqué, para Dios, los mártires y misioneros son sus predilectos, porque, ¿acaso no son ellos los que más se parecen a Abram?

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