viernes, 4 de enero de 2013

"Separados"


A Set le nació también un hijo y le puso por nombre Enós. Por ese tiempo comenzaron los hombres a invocar el nombre del Señor”, dice la Biblia en el versículo 26 del capítulo 4 de Génesis. Aunque es un señalamiento en apariencia simple, amerita volver un par de capítulos para tratar de entender qué sucedió entonces.
Retomando a Adán y Eva, sabemos de sus dos hijos nacidos después de la expulsión del Edén, Caín y Abel, y como Caín mata a Abel, ganándose el castigo de ser desterrado de su hogar y vivir lejos de la presencia de Dios. Antes de que cometiera el asesinato, Dios le habla a Caín, lo que nos asegura que Dios sigue en contacto con los descendientes de la pareja original.
Eva, muerto Abel y Caín en el destierro, finalmente vuelve a concebir un tercer hijo, Set y éste tiene un hijo llamado Enós. Entonces, dice el versículo “comenzaron los hombres a invocar el nombre del Señor”. ¿Qué sucedió para que Adán y Eva, o el resto de los humanos que los rodeaban, no le invocaran?
Me surgen entonces varias preguntas. Después de ser echados del Edén, los infractores, ¿se habrán arrepentido o dejaron la presencia de Dios enredados en el juego de las culpas y resentidos contra Él? Y si reconocieron su falta, ¿habrán concebido la idea de que ya no eran dignos de buscar ayuda en el Señor? ¿Por qué no fue en su tiempo que los hombres aprendieran a invocar el nombre de Dios? ¿Acaso lo habrán borrado de su vida y por ello, los que les rodeaban, no supieron de su vida cuando convivían en Dios mismo?
Aunque busco en la historia, nada me lo aclara pero, el señalamiento sobre el momento en que los seres humanos le invocan, me sugiere que, cuando Eva dice que Dios le ha dado otro hijo en lugar de Abel, se sintió menos desdichada, tal vez hasta perdonada, y volvió a hablar del Señor.
No tengo la certeza de mi conclusión pero, al intentar resolver mi duda, pienso en las veces en que yo, tras fallarle al Señor, dudo en volver a Él para buscar su ayuda. La culpa, aunque he confesado mi falta y me he arrepentido, me limita y condena hasta el punto de alejarme de Dios y, frente a otros, dejar de hablar de Él.
Por mi auto condena, caigo en el error de olvidar que Dios me ha perdonado y que espera que nuestra relación se restaure, sintiéndome cada vez más separada de Él.
Nunca sabré lo ocurrido en esos tiempos de la historia de los descendientes de Adán y Eva pero, en la búsqueda de mi respuesta, encontré una útil alerta para evitar que, mis errores pasados, logren alejarme de Dios. 

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