Cuando leo historias del holocausto, en donde las
familias fueron separadas para jamás volverse a encontrar, puedo sentir el
dolor y la desesperanza de aquellos seres humanos que se perdían unos a otros
para siempre. Y, al leer en Génesis, el pasaje cuando Adán y Eva son
desterrados, separados de Dios y alejados de su hogar, casi puedo sentir la
tragedia en sus corazones.
Si la compañía de la persona más amada por nosotros
es fuente de felicidad, ¿qué será estar acompañados por el mismo Dios?
Confieso que, la primera vez que repasé esos
renglones, cuando Dios declara: “He aquí,
el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal;
cuidado ahora no vaya a extender su mano y tomar también del árbol de la vida,
y coma y viva para siempre”, para después sentenciar su destierro, pensé
que más parecía un acto de enojo y egoísmo que una respuesta del Dios compasivo
que yo conozco.
Un poco más de reflexión, y la frase “viva para siempre” me hizo entender
cuanta misericordia mostró Dios y cuanto amor debió sentir por aquellos hijos
desobedientes a los que tendría que alejar del mundo perfecto en el que los
había puesto, para vivir junto a Él.
Bajo su nueva condición pecaminosa y perdida su
inocencia (que implica pureza), ya no podían vivir en la presencia del Dios
perfecto y, si Adán y Eva vivían para siempre, ¡la separación sería eterna!
¡Trágico y eterno porvenir les sobrevendría!
La pareja y la humanidad completa viviríamos una
eternidad la vida terrenal con todas sus penurias. Trabajo incesante, partos y
dolores, deseos insatisfechos, y todo como un fatídico destino sin fin.
Dios no podía permitir un futuro tan
desesperanzador para las criaturas que tanto amaba y que sigue amando. Así es
que configuró el nuevo plan para abrirnos una puerta para volver a casa, a su
lado, y ese acceso se llama Jesús. Es cierto que el plan incluye la muerte
primera, la terrenal, pero ¿no es acaso mejor una vida corta en penurias,
atajada por la muerte, que una eternidad de desventura?
¿Mi conclusión? Ese destierro para evitar la vida
terrenal eterna fue, sin duda, el acto de amor de un Dios que nos quiere junto
a Él y nos quiere . . .para siempre.
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