miércoles, 2 de enero de 2013

"El primer paso"


Ensayando un programa anual de lectura bíblica, en donde paso de leer de Génesis a Esdras, de Esdras a Mateo y de Mateo a Hechos, encuentro que, en cada inicio de los pasajes, se va preparando una historia o evento mayor. Y entonces identifico un factor común: La obediencia.
En el caso de Génesis, Adán tiene que obedecer al Señor Dios nombrando a los animales y después respetar el límite sobre el árbol del conocimiento; en Esdras, el pueblo obedece aportando lo necesario para ir adonde iniciarán la reconstrucción del templo;  en Hechos, los apóstoles esperan en el lugar señalado por Dios hasta que llegue el día del bautizo en el Espíritu y, en Mateo, José obedece lo que Dios le ordena en el sueño y recibe a María como esposa a pesar de que está embarazada.
En cada uno de los capítulos de los diferentes libros, alguien es puesto a prueba en la obediencia a Dios y tiene el derecho a decidir.
José, como todos sabemos, obedece y le cree a Dios. El resultado es que, al final de la historia, es parte del evento más grande sobre la Tierra: El nacimiento de Jesús, el Mesías. Imagino su emoción al ver aquella estrella sobre el lugar donde su esposa y el Niño reposaban; o la sorpresa de escuchar llegar a los pastores relatando como el ángel les había anunciado del gran evento. ¿Qué habría sido de José si hubiera decidido no creer y obedecer? Arrumbado en un pequeño pueblo y perdiéndose de la maravilla de ser parte de la extraordinaria aventura.
También está el pueblo de Israel. ¿Habrían continuado una vida en cautiverio, si hubieran optado por ignorar la convocatoria de ir a la reconstrucción? Y, pensando en los apóstoles, ¡jamás habrían experimentado el poder del Espíritu Santo en sus vidas! Nada de milagros, ni de hablar en lenguas, ni el arrojo les habría inundado para llevar a cabo esa sorprendente campaña de evangelización.
Tal vez, el ejemplo más triste, es el de Adán y Eva porque, su desobediencia, cambió el curso de la historia que Dios planeaba para sus creaciones. En su caso, el final es bien sabido y vivido por nosotros hasta el día de hoy. Cuando ellos decidieron no obedecer, el resto de la humanidad, que ahora nos incluye, fuimos desterrados de vivir eternamente junto a Dios y vivimos luchando, día a día, contra la naturaleza pecaminosa que nos llega como herencia.
Nuestra historia decadente comenzó en esa simple decisión: No obedecer.
Y, aunque eso nos trajo la fatalidad, hoy mismo me pregunto: ¿Aún puedo cambiar la historia? La respuesta es que sí, gracias a Jesucristo y, al igual que los personajes de cada porción de las historias bíblicas, la clave sigue siendo exactamente la misma: Obedecer porque, si no lo hago, ¿de cuantas maravillas y milagros me estaré perdiendo si decido no hacerlo?
Parece que, el primer paso para vivir una vida fascinante con Dios, es una muy simple y a la vez difícil: La obediencia.

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