lunes, 23 de mayo de 2011

"Sonidos"

Cuando pienso en un león acechando no lo imagino rugiendo y saltando sobre la presa. Más bien, la imagen que me viene es la de un animal agazapado y, como un gato doméstico, haciendo un sonido parecido al de un ronroneo aunque con otro énfasis.
Mi reflexión surgió al leer el versículo: “Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Pedro 5:8).
El recordatorio me hizo sonreír al pensar: ¿Acaso no muchos pensamos, alguna vez, al enemigo con cara horripilante y mostrándonos los dientes? Algo irónico si leemos en la Biblia como es que lo describe: ¡El lucero! ¡De las criaturas, la más hermosa! 
Y es que, al igual que esta frecuente y errónea concepción, el enemigo no actúa como un león arrebatado que inicia la persecución sin buscar el mejor momento o lugar. De hecho, creo que el rugido previo al ataque final puede tener muchas tonadas y ritmos: Tal vez sea la voz de una mujer no creyente, quien, como canto de sirenas, hace olvidar al joven creyente el mandamiento de Dios de “no hacer yugo desigual”; otras veces puede ser el tintinear de la fortuna que un hombre anhela tanto que decide usar los domingos para las reuniones en el golf, el mejor lugar para hacer negocios y no para ir a la iglesia y adorar a Dios; o, que tal los diálogos que una mujer escucha en las telenovelas y que, de tanto oírlas, van desplazando las verdades Bíblicas que fueran la guía de su vida cotidiana.
Los sonidos del ronronear del león pueden ser tan diversos y a la vez tan discretos, que logran traspasar la barrera de nuestra conciencia sin que suene la alerta. Es ahí donde el mandamiento de “Practica el dominio propio” toma importancia. ¿Podemos ejercer una fuerza de voluntad firme si no la ejercitamos? ¿Lograremos estar alertas si no prestamos atención, constantemente, a lo que nos rodea y puede influirnos? No por nada Dios nos insiste: ¡Cuiden sus ojos y sus oídos!
En mi caso, graves consecuencias que he sufrido en mi vida iniciaron con pequeñas infiltraciones. . . casi imperceptibles y suaves ronroneos del enemigo. Tú, ¿Te mantienes alerta? ¿Tanto como para alcanzar a escuchar los sonidos del acecho del enemigo de tu fe?. . . ¡Piénsalo bien!

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