¿Cuántas veces habremos declarado, los cristianos
entusiastas, estar listos para ser perseguidos en el nombre de Jesucristo?
En mi caso, creo que he perdido la cuenta y,
confieso, no sabía lo que esto implicaba. Porque, una cosa es leer en los blogs
y periódicos las tragedias que vive la gente en países en donde su fe en Cristo
es un delito y otra, muy distinta, vivir los ataques a quemarropa.
Me bastó el leer de gente cercana calificativos
como: mocha, puritanos de basura (edito la expresión original para no ofender
al lector) e hipócrita, para entender el sentimiento al rechazo en mi propia
piel. Y, puedo asegurar, ¡duele y mucho!
El costo de hacer las cosas distintas a como el
mundo sin fe promueve es, en el mejor de los casos, recibir insultos y ser
borrado de la lista de relaciones elegidas por algunas personas. Para otros, la
osadía de vivir conforme a sus creencias les cuesta la vida.
Mientras me sobaba el alma por el dolor que me
causó el ataque, Dios espió mi corazón y envió un mensaje, uno corto y
sustancioso a través de la maravilla tecnológica:
“Dichosos
serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante
contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque
les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los
profetas que los precedieron a ustedes.” Mateo 5:11-12.
¿Qué me gustaría que estas ofensas no se dieran?
¡Por supuesto! Pero, ¿Qué valen la pena por ser quien soy en Cristo? ¡NI
DUDARLO! Así que, ¡venga, que aquí encontrarán la otra mejilla!
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