La experiencia de vivir en medio de una familia de
no creyentes, en una cosa puedo asegurar, resulta común a todos y es la idea de
que “es inútil hablarles de Cristo”.
Bajo el argumento de que “Nadie es profeta en su propia tierra”, callamos y nos manejamos con
discreción suficiente para no “incomodar” a los que nos rodean. Porque, ¿quién
se quiere convertir en el pariente incómodo? Y la estrategia de prudencia,
confieso, resulta muy conveniente o, al menos, lo fue hasta que releí el
tercer capítulo de Ezequiel.
El profeta, elegido por Dios, recibe una visión
bajo el poder del Espíritu Santo y es enviado, no a pueblos ajenos y de lengua
extraña, ¡sino a su propio pueblo! Y con el Espíritu guiándole, experimeta indignación y amargura al ver su entorno pecaminoso con los ojos de Dios. (versículo 14)
Mi memoria me recordó las tantas cosas que ocurren
en el seno de mi familia, muchas de las cuales son opuestas abiertamente a lo que
Dios marca como correcto. Y lo más cercano a la indignación y amargura de
Ezequiel que yo he vivido, se reduce a momentos de ojos críticos y un silencio
sustentado en la convicción de que, en su momento, Dios lidiará con ellos.
Pero hoy, el pasaje del capítulo 3, ha refrescado
las verdaderas fórmulas y no las cómodas versiones en las que me he instalado.
Primero, debo estar alerta y no acostumbrarme a la vida pecaminosa,
aceptándola como correcta.
Segundo, Dios puede pedirme que testifique incluso entre los míos, mi familia más
cercana.
Tercero, nunca es inútil
hablarle a alguien porque, si así fuera, ¿acaso Dios habría dicho a Ezequiel en
el versículo 11: “háblales y diles,
escuchen o dejen de escuchar”? Dios sabía que Israel era un pueblo rebelde
al igual que sabe que nosotros lo somos y, sin embargo, nos pide, como su
pueblo, que vayamos y divulguemos Su Evangelio.
Esta porción de la Biblia resulta por demás
confrontante pero, una última cosa, reta a mi atención: Dios pega la lengua de
Ezequiel para que observe pero le advierte que, cuando Él le hable, hablará a
los israelitas. Y, ¿cómo le habló Dios al profeta para instruirlo y revelarle
en cada ocasión anterior? ¡A través de Su Espíritu!
Me llega entonces el momento de la verdad: ¿Estoy viviendo buscando escuchar la voz y
dirección de Su Espíritu a cada momento del día?
Tal vez, de toda la enseñanza de la lectura, sea esto,
lo que más deba pensar.
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