sábado, 4 de junio de 2011

"Vacante"

Las pocas conversaciones que he tenido con personas que se declaran a sí mismas como “ateas” siempre me generan múltiples reflexiones y, por qué no decirlo, tristeza por pensar en la soledad que tarde o temprano vivirán al pasar de sus días sin conocer a Dios.
El turno, hace muy poco, fue de una joven decidida y diligente a resolver cualquier cosa o contratiempo que se le pone enfrente. Capaz de tomar decisiones sobre su lugar de residencia a sabiendas de todas las implicaciones como: llegar a un lugar sin conocer a nadie, buscar empleo y casa, vivir la incertidumbre y, a veces, hasta desconocer el idioma. Apenas rebasando los veinte, ya es independiente económicamente y con valor suficiente como para emprender los cambios que un día sueña o imagina.
Al observarla nace en mi admiración por su valentía y, en muchas áreas, su madurez. Pero una nube de ternura y compasión la empaña al darme cuenta de que, en esa temeridad, también vive un poco de arrogancia y soberbia, dos ingredientes que alejan a cualquiera de la oportunidad de una relación con Dios.
Y las evidencias para mi declaración, obviamente, están en la Biblia porque, ¿quién necesita a Dios si tiene la vida resuelta por sus propios medios?
En la gran mayoría de las historias en la Biblia encontramos que el personaje principal se encuentra en aprietos, con alguna imperante necesidad y que es incapaz de resolverla sólo.
Alguna vez pensé que Job era una excepción pero, al final del libro, encontré que él mismo declara que: “Antes sabía de Ti, Dios, ahora te conozco”. Era piadoso, respetuoso de Dios y recto, pero no conocía personalmente al Señor.
Pero, ¿por qué habría de sorprenderme con mi hallazgo si, desde que inicia la historia con Adán y Eva, conociendo ambos a Dios, buscaron independizarse de su tutela al decidir por sí mismos algo que era contrario a Su Voluntad?
Así que, sin olvidar mi conclusión y mi experiencia, respondí a las preguntas curiosas de aquella inteligente joven pero, con la misma honestidad, le dije que comprendía que ahora fuera tan firme en su decisión de “jamás creer”, pues en su vida, todavía, no está vacante el puesto de Dios. . . aún es ocupado por un ego que todo lo puede. . . hasta ahora.
He pasado por cosas muy difíciles y vivido grandes humillaciones que, ahora digo convencida, agradezco porque me enseñaron humildad y me mostraron mi incapacidad. Y gracias a eso, conocí a Dios y soy creyente. A ti, ¿qué te hace falta para reconocerlo y conocerlo? ¡Piénsalo bien!. . .

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